Los esposos de la reina

Capítulo 20. El oficial malhumorado

Cuando llegó a la penitenciaría de la ciudad, la mujer fue llevada de inmediato a una celda para ser posteriormente interrogada. Uziel acudió al oficial para hacer su denuncia, mientras los guardias procedieron a desatar y atender a los niños tras el prolongado secuestro en el bosque.  
- ¡Intentaron secuestrarme! – le explicó Uziel al oficial – Pero logré escapar y me encontré a estos niños. Ignoro lo que planeaban hacer con ellos.  
- ¿Pero qué hacía en el bosque solo, su alteza? – le preguntó el oficial - ¿No debería estar en el castillo, con la duquesa?  
- Lo que hacía en el bosque no le incumbe, ¿ok? – le respondió Uziel, mostrándole una mirada fría.  
- Se está comportando de forma muy altanera, majestad – dijo el oficial, sin poder ocultar el disgusto que sentía por el pequeño príncipe - ¿Es que ahora que se casó con la reina piensa que puede hacer lo que quiera?  
- Siempre hago lo que quiero. Además, usted no es nadie para recriminar mis acciones – dijo Uziel, señalándolo con el dedo - No me está gustando cómo han descuidado la seguridad desde que mi esposa los apoyó con refuerzos para evitar que más niños desaparecieran. Básicamente… ¡Estuve haciendo el trabajo que se supone ustedes deberían hacer! 
El oficial se enfureció. Si bien le alegraba que el príncipe consiguiese rescatar a los niños y capturar a uno de sus secuestradores, no le gustó la forma en que menospreció el gran esfuerzo que hicieron para hallar a los desaparecidos. De todos los príncipes del Este era el que más detestaba debido a que, cuando vivía bajo la tutela de su hermano mayor, era el más consentido por ser el menor. Y ahora que era uno de los esposos de la reina, lo percibía como un muchacho engreído, que se creía la gran cosa por estar en una posición privilegiada y envidiable para un gran tercio de la población.  
Al final, dio un largo suspiro de fastidio y le dijo:  
- Lo entiendo, nos encargaremos de eso. Pero, por ahora, necesitamos de su colaboración para detectar a esta red de criminales que ocasionaron el secuestro. Ya que fue una víctima, debe testificar como es debido, aún si es o no un esposo de la reina. Así, podremos hallar a los culpables y encarcelarlos… o quemar sus cuerpos, porque algo me dice que ya se encargó de ellos.  
- ¿Me arrestarán por matar a esos secuestradores de baja calaña, oficial? – dijo Uziel, mirándolo fijamente – puedo alegar que lo hice en defensa propia y que no me quedó más opciones que arrebatar la vida de mis captores.  
- Descuida, muchacho. No será arrestado. Le juro por la Diosa que solo tomaremos su testimonio. Cuando termine, podrá marcharse y no lo molestaremos más.  
Uziel no tuvo otra opción más que aceptar. Se percató de que, en ningún momento, el oficial consideró la enorme herida que tenía en el brazo. La mancha roja que se formó en su camisa blanca era bastante notoria, así es que cualquiera podía ver que se encontraba muy malherido y necesitaba una atención urgente.  
Pero, ignorando el dolor, decidió acompañar al oficial hasta la sala de testigos. Ahí, respondió a todas sus preguntas con gran estoicismo. Y cuando terminó, el oficial ordenó a los guardias que inspeccionaran el lugar según las descripciones del muchacho.  
- Puede retirarse, su alteza. Gracias por la colaboración.  
En la entrada de la penitenciaría, los niños se encontraron con sus padres quienes, apenas fueron notificados del regreso de sus hijos, dejaron todo lo que hacían y fueron directo a buscarlos. Una pareja rodeó a un niño pequeño y, con una gran alegría, dijeron:  
- ¡Tomy!  
Uziel sonrió. Acababa de rescatar al tal Tomy que el niño burgués le mencionó.  Por un instante, recordó la vez en que se escapó de la mansión de su tía Yehohanan porque ésta lo había regañado, cuando era tan solo un niño y aún vivía ahí con sus hermanitos. Tras haber recorrido varias cuadras, se encontró con un soldado que, de inmediato, lo llevó a la penitenciaría de la Capital. Ahí aparecieron Rhiaim y Yehohanan y, luego de recibir un par de coscorrones en la cabeza, terminaron abrazándolo y respirando aliviados por encontrarlo.  
“Nunca tuve padres, pero si una familia que veló por mí”, pensó Uziel. “Quizás he sido muy duro con ellos. Les daré otra oportunidad”.  
En eso estaba cuando vio que se acercaban Zlatan, Dulce y los soldados de su escolta.  
De inmediato, Zlatan se acercó con una mirada extraña. Uziel tragó saliva y cerró los ojos, preparado para recibir una bofetada.  
Pero, en lugar de eso, su hermano mayor lo abrazó y le dijo:  
- ¡Estaba tan preocupado! ¿Por qué siempre te metes en problemas?  
Uziel no respondió. En verdad, tampoco lo sabía.  
La duquesa Dulce, al ver que estaba herido, tomó al muchacho y le dijo:  
- Vamos a mi castillo, su majestad. ¿Cómo es que no le atendieron como es debido? ¡Estoy indignada!  
Una vez que regresaron al castillo, Uziel fue conducido a la sala de enfermería que se encontraba dentro de la instalación. La duquesa llamó a una enfermera y le dio las indicaciones para curar al muchacho. Ésta procedió a curarle el brazo y revisar que no tuviese alguna lesión en otras partes de su cuerpo.  
Cuando fue debidamente atendido, la duquesa se acercó a Uziel y le dijo:  
- El niño que me trajo tu escolta ya se encuentra en casa. También recibí una llamada del oficial, que me lo explicó todo. En verdad fuiste muy valiente.  
- No lo soy – dijo Uziel, bajando la mirada – eran sujetos muy rudos y no tuve otra opción más que matarlos. Terminé huyendo y descuidé las evidencias.  
- Hiciste lo que consideraste correcto – intervino Zlatan – Además, no abandonaste a esos niños a la suerte y diste tu testimonio aún estando herido. Los padres te estarán eternamente agradecidos. Y eso es lo que importa.  
Uziel mostró una ligera sonrisa. Aún si iba a ser castigado por su esposa por matar sin su autorización, al saber que pudo ayudar a muchas personas y que éstas se sentían en gratitud con él, le brindó calidez en su corazón. Por primera vez, nadie lo despreció por ser un “hijo de la reina Jucanda”, logrando desprenderse de ese estigma que, por años, le causó mucho dolor. Aunque nunca lo expresó abiertamente.  
- En verdad les agradezco por la ayuda – dijo la duquesa Dulce – Hablaré con el oficial y los guardias, priorizaremos la seguridad e implementaremos otras medidas para que ningún niño vuelva a sufrir más.  
- Tendremos que interrogar a esa mujer – dijo Zlatan – Esta vez, me encargo yo.  
- ¿Leerás un libro para encontrar buenas técnicas de tortura? – le preguntó Uziel.  
Zlatan mostró una ligera sonrisa. Luego, respondió:  
- No subestimes el poder de los libros, hermanito. En ocasiones como ésta, son armas poderosas que nos ayudará a encontrar la verdad y alcanzar nuestros objetivos.  
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- Tu hermanito en verdad que es muy fuerte, majestad. Pudo liberarse de un secuestro por su cuenta.  
- Aún así, ha sido imprudente por aventurarse ahí solo en el bosque. Estoy seguro que esto no le gustará a nuestra esposa.  
Zlatan, luego de regresar de su interrogatorio, encontró a Uziel profundamente dormido en su cama. Así es que decidió dejarlo descansar y ver a la duquesa Dulce que, en esos momentos, le enviaba su informe a la reina Panambi sobre lo sucedido.  
Ambos quedaron charlando un buen rato y decidieron ir al patio. La luna estaba en lo más alto del cielo y las estrellas eran como pequeños luceros que les brindaba un poco de luz en plena penumbra. Zlatan se quedó mirando el cielo mientras que Dulce contemplaba su perfil. A pesar de estar casado, todavía se sentía atraída por él y lamentaba no haber dado el primer paso para declararle su amor.  
En un momento, comentó:  
- ¿Sabes? Te he extrañado un montón. Desde que te fuiste al palacio real, me he sentido muy sola. Perdí a mi compañero de lecturas y casi no encuentro a nadie que quiera pasar el rato conmigo.  
- La verdad también extraño esos días tranquilos – dijo Zlatan – en el castillo de mi hermano nuestros guardias y sirvientes nos respetan. Incluso en tu ducado hemos pasado momentos agradables. Pero ahora, en ese lugar…  
Zlatan enmudeció, ya que aún recordaba el día de su boda en que un soldado quiso lastimarlo a él y a Brett. También, durante su estadía por el palacio, pudo notar que muchos guardias y sirvientes lo miraban con bastante recelo. Por lo general se la pasaba gran parte del tiempo en la biblioteca o encerrado en su habitación. Y las pocas veces que salía era porque sus hermanos no paraban de insistirle en que respirara aire fresco o fortaleciera sus músculos con el entrenamiento. Y aunque tuviese sus escoltas, prefería no fastidiarlos pidiéndoles que lo acompañara en cada uno de sus recorridos. Pero tampoco quería salir solo por temor a que un intrépido soldado osara dañarlo acusándolo de romper alguna norma inventada para hacerle vivir un infierno en su hogar.  
Dulce, al ver que la expresión de Zlatan se tornó triste, también se entristeció. Quería consolarlo, pero sabía que al príncipe de los lentes no le gustaba que lo tocaran. De todos los hombres, era el único que parecía no estar interesado en las mujeres. Y la única forma en que ella consiguió que el se le acercara fue cuando, en una de esas reuniones propias que suelen tener los nobles más jóvenes para presentarse en sociedad, ella le dijo:  
- En mi castillo tengo una enorme biblioteca, por si quiera ir a leer conmigo, majestad.  
En aquel entonces, ella aún iba al instituto de las reinas y vivía en su residencia de ahí. Pero cada tanto solía visitar a sus padres en el ducado de Jade y, para cuando eso, ya habían inaugurado el ducado del Sol, luego de que se le fuese otorgado al príncipe Rhiaim tras su nombramiento de duque. Por eso, tras ser nombrada duquesa, ella decidió colaborar con Rhiaim por el tema de la desaparición de niños que surgió en ambos ducados para, así también, estar cerca de Zlatan.  
- Le pediré a la reina que no sea severo con el príncipe Uziel – le prometió Dulce a Zlatan – sé que, como esposa, está en su derecho en amonestar a su esposo. Pero considero que también una debe ser flexible y analizar las circunstancias que llevó a su pareja a contrariarla.  
Zlatan asumió con la cabeza. Conociendo a Panambi, seguro que ella elegiría volver a encerrarlo. Hasta el momento, nunca los agredió físicamente ni les privó de comida, como lo hacía su madre. Pero no sabía hasta qué punto podía mantener su faceta de muchacha gentil y paciente ya que, desde su postura de monarca, buscará controlarlos para demostrar a sus detractores que si es acorde para el cargo.  
Tras eso, llevó una mano al mentón y preguntó:  
- Si tuvieras un esposo, ¿también lo castigarías?  
Dulce se quedó sorprendida por la inesperada pregunta de Zlatan. Pero antes de responder, éste continuó: 
- Pienso que usted es una mujer amable y culta, aunque no concordamos en algunas cosas. Por eso creo que, si algún día se casa, nunca golpearía a su esposo ni lo reprocharía por su mala conducta.  
Luego de eso, el príncipe se levantó y se dirigió a su dormitorio, mientras que Dulce permaneció en el patio, intentando procesar sus palabras. Por un instante, se lo imaginó a él siendo su esposo, leyendo libros o tomando el té. Incluso lo vislumbró apoyándola en los documentos y habilitando una escuela gratuita para impartir conocimientos a todo el mundo. 
Poco a poco sus mejillas se colorearon y sintió un extraño calor recorrer su rostro. Se abanicó la cara con una mano y respiró hondo una y otra vez para calmar su agitado corazón.  
Y cuando se calmó, también se retiró del patio y se metió a sus aposentos. Se colocó su camisón, se acostó en la cama y, antes de cerrar los ojos, se respondió la pregunta que no pudo responderle a Zlatan:  
- Nunca lo castigaría.  

 




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