Mientras surgía los acontecimientos en el ducado de Jade, Brett y Eber viajaron con Panambi y Sofía hacia el ducado de Celeste. El vehículo estaba hecho con vidrios blindados, capaces de repeler las balas. Y debido al atentado que casi sufrió la reina en el pueblo Verde, esta vez iban acompañados por un pequeño ejército de soldados, comandados por el capitán real, montados en potentes motonetas capaces de resistir largos trayectos en ruta.
Eber se sentía emocionado como un niño. No paraba de señalar el paisaje una y otra vez, lanzando sus comentarios:
- ¡Miren! ¡Que choza encantadora! ¡Y qué verdes son los árboles! ¡Hasta el cielo es de azul intenso!
- Según tengo entendido, el ducado de Celeste conformaba parte de la colonia del Oeste – dijo Brett, mirando el mapa – Era uno de los pueblos fronterizos más atacados por los supuestos antimonárquicos. Mi hermano mayor me dijo que fue por este territorio que le dispararon en su pierna, cuando se alió con la entonces princesa Abigail para pelear contra los antimonárquicos que invadieron la colonia.
- ¡Ah, cierto! – dijo Eber – Fue cuando a Rhiaim le asignaron la misión de recuperar las tierras tomadas por los antimonárquicos y proteger las estancias aisladas de la ex colonia. ¡De verdad hizo una gran hazaña! ¡Me llena de orgullo!
- Sí. Hizo bien su trabajo… - comentó la reina pero, repentinamente, enmudeció y desvió la mirada.
La duquesa Sofía, quien pareció percatarse de que los príncipes tocaron una vena sensible, hizo una pequeña señal con su mano para que no comentaran más al respecto. Brett y Eber entendieron la situación y mantuvieron silencio. Por más que pasó el tiempo, todavía había gente que seguía recuperándose de aquellos tiempos turbios, por lo cual no les quedaba de otra que cuidar sus palabras para no ofenderlos sin querer.
Cuando se aburrió de mirar el paisaje, Eber miró de reojo a su esposa y recordó la noche en que ella hizo su recorrido por sus habitaciones. Él la esperó acostado en la cama, con el pijama abierto en la parte de arriba. Aunque no tenía un cuerpo marcado debido a su delgadez, se enorgullecía de eliminar cualquier vestigio de grasa corporal en su cuerpo ya que, hacia unos pocos años, subió de peso y tuvo que someterse a un estricto régimen para recuperar su figura.
Cuando la reina entró, extendió sus brazos en dirección a ella y le dijo:
- Soy todo tuyo.
Era una frase que le habían recomendado decirle a su esposa cuando se casara. Por alguna razón, se sintió emocionado al saber que podría compartir la noche con ella, aunque tendría que contenerse ya que solo tendrían media hora.
Panambi se acercó a él y subió a la cama. De inmediato, Eber la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí, teniendo su primer contacto cuerpo a cuerpo.
La reina lanzó un grito de sorpresa, lo cual causó un susto al príncipe pelirrojo ya que, al tenerla en sus brazos, descubrió que era más pequeña de lo que aparentaba. Quizás fuese por su “aura de reina” pero, a distancia, no parecía ser tan enclenque. El temor de romperla con su fuerza lo hizo depositarla de inmediato al costado de la cama y exclamar un:
- ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No pensé que usted fuera…!
Panambi lanzó una ligera risa y le dijo:
- No soy tan frágil como parece. Solo que… me sorprendió. ¡Es un gran contraste con la habitación vecina!
Eber lanzó un ligero suspiro. Luego, se incorporó hasta quedar de rodillas frente a la reina y, repentinamente, le dijo:
- ¿No le parece que media hora es muy poco? ¿Y si nos asignas los turnos por noche?
Panambi también se arrodilló, delante de él, diciéndole:
- ¡Eso mismo le había propuesto a Brett! Creo que tú y yo… ¡Pensamos igual!
- Me halaga escuchar esto de usted. A todo esto, ¿qué tal le fue con Brett?
- Apenas lo toqué. Creo que no le agradó.
- Calma, él aún no tiene experiencia. Pero conmigo no tienes que contenerte – mientras hablaba, comenzó a acercarse lentamente.
- ¿Ya tienes experiencia?
- Bueno… fue una noche “de fiesta”. A muchas chicas les atraen los príncipes, no sé por qué. Y ésta se me lanzó, pidiéndome que le dé “placer”. Nunca más la volví a ver, sospecho que mis cuidadores la espantaron.
Panambi sabía que, de los hermanos, Eber tuvo alguna que otra experiencia, pero nunca consiguió consumar una relación. Y pudo comprobarlo cuando éste comenzó a acariciarle su rostro, seguir hasta tomarla de la nuca y atraerla hacia él para apoyar su frente en la de él.
Estando en esa pose, Eber le susurró:
- Me dijeron que los esposos deberíamos ser dóciles, pero descubrí que a muchas mujeres les gustan ser sometidas. Dime, esposa querida, ¿qué tipo eres tú?
- Depende de la situación – respondió Panambi, cerrando los ojos para sentir el tacto de su esposo pelirrojo – muéstrame lo que sabes hacer, si consigues “someterme” en nuestra intimidad.
Eber acercó sus labios a los de ella y la besó, con delicadeza. Luego, profundizó el beso al ver que ella no oponía resistencia. Cuando la escuchó jadear, bajó hasta su cuello y le dio varias lamidas hasta conseguir dejarle una marca que la hizo estremecer.
Cuando se separó, contempló su expresión. Se veía un poco tímida, pero a la vez, excitada. Su rostro fue un poema y decidió grabarlo en su mente ya que, aunque fue unos instantes, consiguió apropiarse de su corazón.
“Mamá tiene razón”, pensó Eber. “Nuestra esposa es endeble en comparación a ella. Aún con todo eso, no deseo seducirla para apoderarme de su nación. Me gusta este país tal y como está. ¿No podemos simplemente vivir todos en paz?”
Tal como lo dijo Sofía, el ducado de Celeste destacaba por tener muchos campos de cultivo, ya que era una zona rural. También vieron varias estancias y algún que otro animal vacuno cruzando la ruta. Tras algún que otro tropiezo, consiguieron llegar a la zona urbanizada. Solo había casas y alguna que otra despensa, con una escuela y una fábrica.
La única residencia de gran tamaño que encontraron fue la mansión donde vivía la duquesa Sofía. Era una construcción de ladrillos y vidrios, techo plano y sin ningún decorado adicional. Apenas llegaron, el caballero Luis extendió sus brazos y dijo:
- ¡Al fin llegué a mi hogar!
Zafiro, por su parte, dio un bufido y le reprochó su conducta, diciendo:
- Recuerda que estamos aquí para proteger al príncipe Brett, no son vacaciones. Además, por culpa de su aspecto, con más razón debemos asegurar su espalda.
- ¿Qué pasa con mi aspecto? – preguntó Brett, quien no evitó escucharlos.
Esta vez, fue la duquesa Sofía quien decidió intervenir y le respondió:
- Lo que pasa, majestad, es que aumentaron los casos de asaltos a los chicos. Verás, ya nadie se anima a tocar a las mujeres debido a que las leyes contra violadores se recrudecieron y, en los últimos tiempos, comenzaron a apuntar hacia los varones. Y como usted tiene… bueno, una apariencia peculiar, es capaz de confundir los instintos de cualquier hombre.
- En ese caso, Brett, ¿acaso tuviste alguna aventura con un chico, en secreto? – le preguntó Panambi.
- Bu… bue… bueno… no pu… puedo de… - comenzó a tartamudear Brett, pero Eber intervino estrepitosamente.
- Brett jamás haría esas cosas, querida esposa. Es tan nerd que no sabe nada del amor ni de cómo “capturar” a un chico o una chica sin recurrir a su belleza.
Brett infló las mejillas de la indignación, ya que sentía que su hermano menor se estaba burlando de él. Panambi, quien notó el enfado de su esposo principal, le dirigió una mirada filosa a Eber y le dijo:
- Respeta a tu hermano. No me gusta que mis esposos se peleen entre sí ni se odien.
- Lo siento, querida esposa. No volverá a suceder.
Cuando relajaron las tensiones, entraron a la oficina de la duquesa. Ahí, la joven procedió a explicarles los últimos sucesos ocurridos en su territorio, con más detalle.
- Hace un par de semanas, vino un grupo cirquero que ofreció una función exclusiva para los niños. Nos confiamos, ya que implementamos vigilancia por todo el pueblo. Y cuando terminó la función, desaparecieron repentinamente.
- ¿Y no se sabe de dónde salieron? – preguntó Panambi.
- Hemos cubierto todas las salidas – respondió la duquesa – y revisado todos los hogares. Es un pueblo pequeño, no hay donde esconderse. Y tampoco hemos presenciado ninguna nave voladora para decir que escaparon por los aires.
- Cabe la posibilidad de que no estén en la zona urbanizada – intervino Brett – durante el camino, hemos presenciado muchas zonas verdes y terrenos sin ocupar. Sería fácil esconderse en un bosque o dentro de una cueva.
- Sí, también hemos considerado esa opción - dijo Sofía – pero contamos con sistemas de detección anti intrusos que cubren dichas áreas. Y enviamos drones todos los días para inspeccionar esos lugares de forma meticulosa. Pero no encontramos nada.
- ¡Uy! ¡Esto está difícil! – se quejó Eber – Si Zlatan estuviese aquí… ¡Ni modo! ¡Toca recorrido!
- ¡Aguarden un momento, majestades! – dijo la duquesa, al ver que los príncipes procedieron a levantarse para salir – primero, déjenme avisar a los pobladores que están aquí para apoyarlos en la búsqueda de los niños. Es que… bueno… no todos se sienten a gusto el verlos aquí porque… - la mujer entró en un mutismo.
- Lo entendemos – dijo Brett, mostrando una pequeña sonrisa de amabilidad – No nos afecta. Lo que importa ahora son los niños.
La reina Panambi se puso pensativa. Luego, suspiró y dijo:
- Pasaremos la noche aquí y comenzaremos mañana. Hemos hecho un viaje muy largo y estamos cansados. Señora, ¿tiene algún lugar donde podamos hospedarnos?
- ¡Sí! ¡Pueden quedarse en mi casa! – les ofreció la amable mujer – Tengo habitaciones de sobra para los huéspedes. ¡Hasta sus escoltas podrán descansar tranquilos!
- Gracias por la consideración.
El mayordomo de la duquesa Sofía los guio a sus habitaciones. La reina tuvo uno aparte y los príncipes tuvieron que compartir un dormitorio. Mientras acomodaban sus cosas, Brett y Eber tuvieron una breve charla.
- La reina actúa muy extraña. ¿Será que ella es de por aquí? – se preguntó Brett, en voz alta.
- Quizás – dijo Eber, encogiéndose de hombros – casi no sabemos sobre su vida, excepto que era plebeya.
- Bueno, ella se casó con nosotros para tenernos bajo su control, de todas formas – reflexionó Brett – no creo que confíe lo suficientemente en nosotros para revelarnos sus secretos. Aún así, me parece extraño que ahora esté tan distante, si se supone que sabe bien quiénes somos y qué hicieron nuestra gente. ¿Por qué le incomoda ahora?
- Si le preguntaras, podrías saber. ¿O no?
- ¿Qué? ¿Estás loco? – Brett palideció - ¡Si le cuestionamos sus métodos, nos volverá a castigar!
- ¡No seas exagerado! – dijo Eber quien, repentinamente, se puso serio.
Brett tragó saliva. Eber casi siempre se la pasaba riendo o bromeando, por lo que cuando se ponía serio, era porque en verdad estaba molesto con algo. Así es que se sentó en la cama, mirando al suelo.
Eber se acercó, sin cambia su semblante. Cuando estuvo a unos centímetros, lo tomó del mentón, lo miró directo a los ojos y le dijo:
- La reina está prendada por ti, pero no pienso rendirme. Y es porque ella me gusta en verdad. No me molesta tener que compartirla contigo, pero no permitiré que seas el único que ocupe su mente.
- No entiendo a qué quieres llegar – dijo Brett, sintiendo que sus hombros le temblaban.
Eber lo soltó, le dio la espalda y, acostándose en su cama, le dijo:
- Si vamos a ser sus esposos, ella tendrá que amarnos por igual. Al menos a nosotros dos. Zlatan y Uziel ya declararon que no la aman, así es que estamos solos en esto.