Los esposos de la reina

Capítulo 24. La cueva de los horrores

Eber, luego de recibir las coordenadas de las grutas, dio un bufido: nunca imaginó que había varias cuevas ocultas en el bosque.

En su patrullaje lo acompañaron Van y Rojo a pedido de la reina, ya que creía que lo mejor fuera que Luis y Zafiro permanecieran en la mansión para cuidar de Brett. Por su parte, los antiguos escoltas del joven príncipe se sentían emocionados de, esta vez, cuidar las espaldas del príncipe pelirrojo ya que, según las fuentes, era el hermano más fuerte e intimidante. Y deseaban verlo en acción a toda costa.

Tras registrar las coordenadas en un mapa del ducado, Van dijo:

– Nos llevará varios días inspeccionarlas todas, majestad.

– Si Brett estuviese aquí… - murmuró Eber. Pero enseguida sacudió la cabeza y dijo - ¡No! ¡Siempre dependo de él para todo! Le demostraré que puedo solucionarlo por mi cuenta.

– Creí que era al revés – dijo Rojo, alzando una ceja – que era usted quien protegía al príncipe Brett de los abusones.

Eber, de inmediato, soltó una carcajada que sorprendió a los soldados. Tras lograr calmarse, le dijo:

– Que sea un introvertido no quiere decir que necesita que lo protejan. Obvio siempre lo apoyaré si necesita ayuda, pero la mayoría de las veces es él quien me respalda, quien logra calmar mi alocada mente. Por eso, no perdonaré a nadie que se atreva a hacerle daño.

La expresión de Eber se endureció. Todavía recordaba lo de esta mañana y no quería ni pensar en lo que hubiese hecho si llegaba un par de minutos tarde. Fue una suerte que la reina le autorizara la ejecución, o tendría que descargar su ira golpeando árboles por varias horas hasta lastimarse los nudillos de las manos.

Y mientras pensaba en eso, vio a un par de niños jugar con un dispositivo de juego de imágenes, el cual proyectaba las figuras de dos guerreros con los cabellos parados, peleándose entre sí a puño limpio. Los niños manipulaban las imágenes con una especie de controles conectados al aparato por un cable.

– ¡Guau! ¡El invento del barón Orestes llegó hasta aquí! – exclamó Eber – Creo que ése era una nueva versión de los “Guerreros despeinados” … o algo así era. Si Zlatan estuviera aquí, se sentiría emocionado.

Poco a poco, se percató de que estaba viendo a niños. Le dijeron que casi todos desaparecieron por lo del circo, así es que se le ocurrió una brillante idea.

Se acercó a ellos y les preguntó:

– ¿Saben de algún circo infantil que se levantó en el pueblo hace poco?

Los niños interrumpieron su partida y lo miraron. Uno de ellos abrió bien grandes los ojos, fijándose en sus cabellos rojizos. Lo señaló y preguntó:

– ¿Son naturales?

– No. Me los teñí – respondió Eber.

– Yo vi a una mujer con pelo azul en el circo – dijo el otro niño.

– ¿Pelo azul?

– ¡Sí! ¡Era muy guapa! Me entregó una entrada. Pero el día de la función me enfermé y no pude asistir.

– Mejor – le dijo su amigo – los niños desaparecieron. A mí me castigaron ese día y por eso no fui. Creo que tendré que portarme mal más a menudo para que no me rapten.

– ¿Y saben dónde se levantó ese circo? – le preguntó Eber.

Los niños no respondieron. Parecían dudar de si seguir hablando con él o no.

El soldado Van, sin soportar el mutismo del niño, lo apuntó con su lanza y le ordenó:

– ¡Responde la pregunta! ¡Estás ante el esposo de la reina!

– ¡Tranquilo, hombre! – le pidió Eber, apartando la lanza – Yo me encargo.

El príncipe pelirrojo dobló las rodillas y se situó a la altura de los niños. Con la mejor de sus sonrisas, le dijo al que le señaló sus cabellos:

– ¿Sabes? Mi esposa, la reina, me ordenó a cumplir una misión muy especial. Pero necesito de su ayuda para completarla y, de paso, salvar a esos pobres niños que fueron secuestrados por los cirqueros. Si me das una mano, te daré un premio. ¿Qué tal la última edición de “los hombres puñetazos”? – señaló el juego que aún seguía en proyección – O… quizás… ¿La nueva edición del hombre bigotudo vs el puercoespín azul?

Ambos niños mostraron emoción ante esa tentadora oferta. Al final, el chico le respondió:

– ¡Sí! ¡Lo ayudaremos, su alteza! ¡Cuente con eso!

– ¡Siempre quise esas últimas versiones! – dijo su amigo – Pero son muy caras. ¡Aquí estamos tan desactualizados!

– Entonces, ¿me pueden decir dónde se levantó el circo? – repitió Eber la pregunta.

– El circo se levantó hacia el oeste, entre la estancia “Margarita” y el bosque de hojas azules. ¿Tiene un mapa?

– Sí, lo tengo.

Eber sacó del bolsillo de su pantalón el mapa del ducado que le facilitó la reina, lo extendió y el niño le señaló con su dedo el lugar.

– ¡Aquí está!

El príncipe, de inmediato, comparó la ubicación del niño con una de las coordenadas que le facilitó la reina. Así supo que había una cueva bastante cerca de ahí, donde posiblemente estarían esos niños.

– Muchas gracias – les dijo Eber, sacando de otro bolsillo un documento de compra junto a un bolígrafo. Mientras escribía su solicitud del juego, les explicó – con esto podrán conseguir esa versión. Deben enviarlo directo al barón Orestes que vive en la Capital. Así sabrá que es mío y lo descontará de mi cuenta – cuando terminó, se lo entregó a uno de los niños.

El pequeño, con una amplia sonrisa, respondió:

– ¡Muchas gracias, su alteza! ¡Que la Diosa lo bendiga por su generosidad!

Cuando se alejaron de los niños, Van y Rojo se quedaron sorprendidos por el gesto de Eber. Por unos instantes, el pelirrojo actuó como un verdadero príncipe y supo comportarse de acuerdo a la situación.

– A veces es bueno saber cuándo negociar. Y, otras, cuándo aplicar la fuerza. Es lo que Brett me enseñó – explicó Eber.

– Parece que aprecia mucho a su hermano mayor – observó Van.

– Bueno, es natural. Ambos compartíamos dormitorio en la mansión de nuestra tía, así es que nos volvimos muy cercanos. También nos hemos acostumbrado a compartir nuestras cosas y hasta bromeábamos con la idea de compartir esposa. ¡Qué irónica es la vida! ¿No?




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