Los esposos de la reina

Capítulo 25. El hombre de la bata blanca

– ¡Me alzó en brazos y corrió por entre la lluvia de rocas! ¡Es el príncipe de los cuentos de hadas!

La niña que había sido rescatada por Eber estaba contando su anécdota a sus padres, mientras le atendían la rodilla herida en el hospital.

El príncipe, por su parte, vigiló que cada niño estuviese junto a sus padres. También contactó con la reina para que fuera a buscarlo.

– Lamento todo esto – le dijo Eber a su esposa – había antenas en la cueva y uno de los bandidos nos lanzó una granada. Tuve que priorizar el rescate de los niños y dejarlos marchar.

– Lo importante es que estén a salvo – le dijo Panambi – iremos enseguida a buscarte. Ten paciencia.

El oficial a cargo de cuidar el pueblo se acercó a Eber para que éste diera su testimonio de los hechos. Cuando terminó, dio una mirada a la niña quien, en esos momentos, lo saludaba desde lejos con una sonrisa de entusiasmo.

– Creo que le gustas, Romeo – comentó el oficial al príncipe.

– Es muy joven para mí – respondió Eber, encogiéndose de hombros – además, soy un hombre fiel: mi cuerpo solo le pertenece a mi esposa. Pero… - devolvió el saludo a la niña agitando una mano – capaz use mi “encanto de príncipe” para que me confíe su experiencia.

Eber y el oficial se acercaron a la niña. El príncipe le entregó una pequeña flor y, con la sonrisa más encantadora que pudo mostrarle, le dijo:

– Sé que esto le será una molestia, pequeña dama. Pero necesito que me digas quienes te capturaron. Así, me desharé de ellos por dañar a tan inocente criatura.

– ¿Les vas a atravesar con tu espada montado en un noble corcel? – le preguntó la niña, cuyos ojos brillaron de la emoción.

Los padres no evitaron reírse por el comentario de su hija. Eber los miró por un rato y se percató de que lucían muy demacrados, como si no hubiesen dormido por días debido a la preocupación. Ante esto, volvió a mirar a la pequeña y le respondió:

– Así es, niña. Mi deber como príncipe es encargarme de los chicos malos y proteger a los inocentes de cualquier peligro.

La niña llevó una mano al mentón, en modo pensativo. Luego, le explicó lo que recordaba:

– Fui al circo. Ahí nos repartieron caramelos y me quedé dormida apenas comí uno. Cuando desperté, estaba encadenada en esa cueva. Luego recuerdo que nos visitó un hombre vestido con bata blanca y lentes redondos, que nos sacaba sangre con una jeringa…

– ¿Qué? ¿Les sacaba sangre?

– Sí – la niña se tocó el brazo y, poco a poco, el brillo de sus ojos se perdió – Por favor, señor príncipe, mata a ese hombre. Sufrí mucho en esa cueva, no quiero que vuelva a capturarme de nuevo.

– Descuida, pequeña. Lo mataré con mis propias manos.

– ¡Gracias, señor príncipe!

La niña inclinó su cabeza y, ante la sorpresa de todos, le dio un beso en la mejilla a Eber.

Los padres, de inmediato, pusieron caras de pánico y exclamaron:

– ¡Discúlpela, su majestad! ¡Es que es la primera vez que conoce a un príncipe!

Eber se levantó. Tranquilizó a los padres y les dijo:

– Espero que su hija crezca fuerte y saludable.

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………

Cuando Panambi llegó al hospital, corrió directo hacia Eber a abrazarlo.

– ¡Ah, esposo querido! ¡Creí que nunca más volverías a mis brazos!

Eber no dijo nada. Solo atinó a devolverle el saludo y hundir la cabeza sobre su hombro, sintiendo su aroma y relajándose al instante.

Luego, miró por detrás de ella y se encontró con Brett, quien ya parecía sentirse mejor. Su hermano tenía una expresión de culpabilidad en su rostro, por no haberlo acompañado. Así es que se acercó a él y le dijo:

– Seguí tu consejo. Negocié con unos niños y prioricé más el rescate que la captura de los bandidos. ¿Lo… hice bien?

– Lo hi… hiciste bien – dijo Brett, mostrando una media sonrisa acompañada de aquel peculiar tartamudeo que se negaba a salir de él – lamento… no haberte a… acompañado…

– ¡Aaah, hombre! ¡Fuiste listo esta vez! ¿No? – Eber ensanchó una sonrisa - Te salió bien el papel del “hombre enfermo” para pasar tiempo a solas con nuestra esposa – al terminar, le guiñó un ojo - ¿Y cómo fue? ¿Lograste ablandar su corazón?

– M… me b… be.. besó – murmuró Brett.

– ¿Qué?

Brett cerró la boca y miró a un costado. De inmediato, Eber lo tomó de los hombros y lo zarandeó, diciéndole:

– ¿Cómo que te besó? ¡Si le pedí que te golpeara! ¡Ay, por la Diosa! ¡Ojalá me hubiese enfermado yo para recibir semejante premio!

El oficial, que vio la peculiar escena, decidió intervenir diciendo:

– No entiendo su reclamo, majestad, si acaba de ser besado por una encantadora damita por su increíble hazaña.

La reina miró a Eber. Éste palideció diciéndole:

– ¡Era solo una niña! ¡Nunca antes vio a un príncipe y se emocionó! Le juro, esposa, que siempre le seré fiel.

La reina comenzó a reírse, seguido de los escoltas y el oficial. Pero lo más sorprendente fue que Brett también se unió a las risas, algo atípico de él porque no era de los que se reían con facilidad. Normalmente mostraba alguna sonrisa de cortesía o amabilidad, pero era forzada. Por lo general, mantenía una expresión seria o melancólica.

Eber, al ver que su hermano reía, agitó sus brazos alrededor de él y le reclamó:

– ¡No es justo! ¡No debes burlarte de tus hermanitos!

Panambi miró a Brett, sorprendida de conocer esa nueva faceta de él. Pensó que en verdad lucía más atractivo con una sonrisa espontánea y sincera en su rostro. Así es que se planteó hacer lo posible para que, cuando compartieran intimidad juntos, pudiera mostrarle alegría.

………………………………………………………………………………………………………………………………

Luego de reforzar la seguridad del ducado, el grupo regresó al palacio. Esperaron a que regresaran también Zlatan y Uziel y, cuando llegaron, los vieron junto a la duquesa Dulce que decidió acompañarlos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.