Los esposos de la reina

Capítulo 26. Denunciando a la reina

Cuando Brett despertó, halló una canasta en su ventana. La abrió y la tomó, encontrando ahí bocadillos y bebidas para el desayuno.

“Supongo que, durante nuestro encierro, nos darían las comidas por la ventana ya que mi dama personal no tendrá permitido abrir la puerta”, pensó Brett. Miró hacia Uziel, que aún seguía durmiendo, y dio un suspiro de resignación. “Va a ser un largo día”.

Además del desayuno, también encontró un mensaje de la reina Panambi, diciendo:

Pensé que podrían tener hambre. Calculé para que les alcance a los dos. Espero que lo disfruten.

Uziel comenzó a despertarse. Brett estiró el escritorio que tenía en su habitación hacia su cama, distribuyó los bocadillos y le indicó a su hermano:

  • Ven. Desayunemos juntos.

Uziel, aún adormilado, se acercó hasta la mesa. Brett estiró un banquito y se sentó al lado opuesto. Mientras comían, el muchacho le preguntó:

  • ¿Qué haremos luego del desayuno? Si estuviera con Zlatan, seguro jugaríamos algún juego, pero a ti no te gustan esas cosas.
  • Tú estudiarás – le dijo Brett – has descuidado tus estudios desde que nos casamos. ¿Crees que no me di cuenta?
  • ¿Y de qué me sirve estudiar, si ya estoy casado?
  • Casado o no, aún eres joven y todavía estás en proceso de desarrollo. Te prestaré mis libros, pero quiero verte haciendo las tareas. Es eso o una nueva sesión de palizas.
  • ¡Ok! ¡Ya entendí! ¡Me pondré a estudiar!

Cuando terminaron de desayunar, recogieron los restos y los acumularon en un rincón. Ya que estaban encerrados, no vendría ningún sirviente a limpiarles el cuarto, así es que prefirieron evitar generar cualquier desorden innecesario.

Brett le entregó a Uziel sus libros y un cuaderno con bolígrafo para que hiciera sus apuntes. El muchacho los tomó, sin dejar de dar bufidos. Pero al ver la mirada seria de su hermano, fue rápidamente a sentarse en la silla del escritorio para comenzar a estudiar.

El joven príncipe, por su parte, envió su mensaje a Rhiaim, en donde le preguntaba sobre si leyó algo relacionado al “Ritual de sangre” en el palacio del reino del Este. Tras unos minutos, su hermano le llamó, respondiendo a su mensaje al instante.

  • Buenos días, Brett. Estuve leyendo lo que me enviaste y, ahora que lo dices, recuerdo haber leído algo. Pero necesito ir a la biblioteca central de la Capital para corroborarlo. Es una suerte que aún permanezco por aquí, ya que en mi ducado aún no contamos con tanto material para crear centros educativos.
  • Perdón por pedirte esto – le dijo Brett – sé que lo mejor sería consultarlo a nuestra madre, pero prefiero mantenerla lejos de esto lo más que pueda.
  • Lo hiciste bien. Yo tampoco deseo recurrir a ella al menos que sea extremadamente necesario. Hemos vivido bien estos diez años lejos de su alcance y prefiero que sigamos siempre así. Bien, iré en camino.
  • ¡Espera! Creo que… - Brett comenzó a pensar bien sus palabras – Zlatan encontró un material interesante en la “Sección restringida” de la biblioteca en el ducado de Jade. Sospecho que la biblioteca de la Capital también cuenta con algún acceso exclusivo. Aunque fuiste nombrado duque bajo la corona del reino del Sur, todavía sigues siendo un príncipe extranjero y dudo mucho que te dejen entrar. Pero si vas con Zlatan…
  • Ah, entiendo. Entonces le pediré a la reina que le dé permiso a Zlatan de acompañarme. A todo esto, ¿Cómo estás? ¿Te adaptaste a tu nueva vida?
  • Es… difícil, pero estoy bien – respondió Brett, con evasiva – Tuve que castigar a Uziel porque se portó mal. Y la reina… bueno, aún cuando se enoja con nosotros, se asegura de alimentarnos y velar por nuestra salud.

Rhiaim guardó silencio por un rato, como si estuviese reflexionando sobre lo que iba a decirle. Luego, respiró hondo y le dijo:

  • Sé que las reinas son las que cuidan de sus esposos e infringen los castigos que crean convenientes para moldear sus conductas. Pero, aún así, todo tiene su límite. Si sientes que ya abusa de su autoridad, hazlo saber, no temas enfrentarla. Y si no está dispuesta a ceder, contáctame de inmediato. Puedo llamar a Aaron y Abiel para que intervengan, de ser necesario.
  • ¡N… no! ¡A ellos no! – dijo Brett, agitando las manos.
  • ¡Oh, vamos! ¡Sabes que ellos darían sus vidas para protegerlos!
  • ¡Por eso mismo!

Rhiaim no evitó reírse ante la reacción de su hermano menor. Luego, se aclaró la garganta y continuó:

  • Prometimos que nos apoyaríamos entre todos. Por favor, no te guardes nada. Aprovecha que, a diferencia de mí, tu si cuentas con alguien a quien recurrir si estás en problemas. Recuerda, Brett, no puedes mentirme.
  • E… estamos bien… lo juro – insistió Brett – A… ahora soy yo quien cuido de los pequeños, así es que… mejor pre… preocúpate por cuidar de tu esposa y tu ducado.
  • Bien. Confío en ti. Contactaré con Zlatan para ir a la biblioteca y los visitaré esta noche, junto con mi esposa. Así sabremos si de verdad la reina los cuida como es debido.

Tras decir esto, cortó la comunicación.

Uziel, quien había estado estudiando, dejó su libro y se acostó en la cama, hundiendo su cabeza en la almohada. Brett lo miró con cara de reproche y le dijo:

  • ¿Ya te cansaste? ¡Aún te faltan 50 páginas! Un príncipe debe leer como mínimo tres libros al día.
  • ¡¿¡Tres!?! – Exclamó Uziel, abriendo los ojos - ¡¡¡Ni Zlatan lee tantos!!!
  • Si no fuera por su miopía, leería hasta cinco por día – le señaló Brett – Vamos, hermanito, que te estoy mirando.

Uziel infló sus mejillas pero, en lugar de seguir leyendo, volvió a apoyar su cabeza por la almohada. Tras un breve silencio, le preguntó:

  • ¿De verdad nuestra esposa dejará que Rhiaim y los demás hermanos intervengan en nuestro matrimonio?
  • No lo sé – dijo Brett – Si bien todavía no llegó al nivel de castigos que nos sometía nuestra madre, es posible que a los hermanos mayores no les agrade la idea de que nuestra esposa nos mantenga encerrados. Ya viste cómo reaccionó Rhiaim cuando nos recluyó en el palacio luego del suceso en el pueblo Verde. ¿Lo recuerdas? Por mi parte, pienso que lo mejor será que nos la arreglemos por propia cuenta. Confía en que podré protegerlos a todos siempre que sigan mis órdenes. ¿Está bien?  




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