Capítulo 27. El ritual de sangre
Al siguiente día, y por petición de la condesa Yehohanan, la reina Panambi accedió a que los cuatro príncipes fueran a visitar a su hermano mayor en la Capital. El argumento que dio fue que, pronto, tendría que regresar a su ducado para corroborar que las cosas estuviesen en orden ahí. Pero, en realidad, fue que recordó aquello que había encontrado en el palacio de su madre hacia tiempo e intuyó que podría ayudarles a resolver el caso.
Todos llegaron a la mansión de la condesa, recordando los viejos tiempos en que vivían ahí y se la pasaban entrenando o estudiando. Tuvieron un almuerzo en el comedor y fue ahí que el príncipe les reveló lo que encontró en la biblioteca central de la Capital, cuando fue ahí junto con Zlatan.
- Entramos en el acceso restringido – explicó Rhiaim – Y hallamos un documento muy similar a un libro que leí cuando era chico.
- No recuerdo haberlo leído – intervino Zlatan – y eso que me llegué a leer casi la mitad de los libros de la biblioteca del Palacio.
- Es porque se trata de información confidencial, exclusivo de las princesas herederas – dijo Rhiaim, sintiéndose algo apenado por leer algo que le estaba prohibido – Sí, hubo un tiempo en que quise ser una “princesa” porque… ya saben. Solo cabe decir que me metí en problemas por eso. Creo que viene de familia, ja ja ja.
- ¿Y de qué se trata el libro? – preguntó Brett.
- Bueno, básicamente trataba de un “instructivo” – respondió Rhiaim – el cual explica, paso a paso, cómo inyectarse la sangre para evitar las arrugas de la piel. Según ahí, las reinas sacrificaban a los bebés varones extrayéndoles la sangre porque creían que, de esa forma, alcanzarían la inmortalidad. Pero sospecho que lo hacían para aumentar la población femenina en los tiempos antiguos y, simplemente, “compartir” a los hombres que optaban por conservar para la reproducción.
- No entiendo por qué las reinas harían eso – comentó Yehohanan, palideciendo ante esas fuertes declaraciones.
- Recuerda que los chicos no somos apreciados en el reino del Este – dijo Brett – puede que, en esos tiempos, la condición de vida era incluso peor.
- Sea lo que sea, no me imagino a nuestra madre sacrificándonos para mantenerse joven – dijo Rhiaim, con una expresión extraña – Aún si fue dura con nosotros, ella nos prefiere a todos con vida. Incluso estuvo dispuesta a renunciar al trono para salvarme hace diez años atrás, cuando fui capturado por los soldados que servían a la Papisa para apoderarse de todos los reinos. Pero dejando eso de lado… según lo que recuerdo, leí que la sangre se extraía directo de las venas y se los colocaba en una máquina. Según los científicos, la sangre está conformada por distintas células como las plaquetas, que eran el interés de las reinas. Una vez que la obtenían, era mezclada con una fórmula para inyectarse en las venas y, así, mantenerse jóvenes y hermosas por siempre.
- El manual que encontramos lo explicaba con lujo de detalle – intervino Zlatan – me dijeron que lo acababan de encontrar en un templo antiguo de la Doctrina, situado a las afueras de la Capital.
- Sí, escuché que demolieron ese templo – dijo Eber – menos mal que conservaron los documentos ocultos ahí.
- En realidad, ese manual está incompleto – dijo Rhiaim – el libro que yo leí tenía más datos. Explicaba que, cuando se instauró la Doctrina, prohibió esas prácticas por considerarlas diabólicas y, para evitar que más vidas inocentes perecieran, quemaron varios documentos para aplacar la ira de la Diosa. Pero el reino del Este, secretamente siguió con esa práctica hasta hace un par de siglos cuando, en nuestra dinastía, se halló el secreto de la eterna juventud.
- Creo recordar vagamente algunas leyendas sobre el sacrificio de los hombres en tiempos antiguos – dijo Brett – pero no hay nada comprobado, así es que muchos lo tomamos como meros cuentos de terror para asustar a los niños que no quieren dormir.
- Así como tampoco hay indicios de que nuestra dinastía tenga el secreto de la eterna juventud en su sangre – dijo Zlatan – bueno, nuestra madre luce bastante joven para su edad, pero como toda reina de su linaje, se somete a miles de tratamientos para mantener su rostro libre de arrugas.
Eber no evitó lanzar un par de carcajadas. Cuando todos lo miraron, éste inmediatamente dijo:
- ¡Es lo único que no envidio de nuestra hermanita! Pensar que, todos los días, debe someterse a varias sesiones de maquillaje, peinados y otras tantas cosas para verse bonita… Ya hasta parece más una muñeca que una niña. Ja ja ja ja.
- ¿Y qué más decía ese libro? – preguntó la condesa, con curiosidad.
- Bueno, lamentablemente no pude leerlo completo porque mi madre me descubrió y… - Rhiaim se interrumpió, mirándose las manos. Tras una breve pausa, continuó – Aún así, su castigo no fue nada comparado con las pesadillas que tuve a causa de ese libro. ¡Tardé meses en recuperarme!
Todos se quedaron en silencio, reflexionando sobre el testimonio de Rhiaim. En verdad les causó pavor el pensar que las primeras reinas sacrificaban a sus propios hijos, pero más les aterraba saber que en el reino del Este siguieron con esas prácticas, aún estando bajo el dominio de la Doctrina.
En eso, la condesa Yehohanan intervino:
- Quizás ese tal Roger busque replicar el ritual de sangre. Según los informes que recibí, buscan instaurar un nuevo orden donde predomine el gen del “más fuerte”. De ser cierto, habrían muchos interesados en retornar a esos experimentos.
- Pero… ¿Es necesario que sacrifique a tantos niños? – preguntó Eber, sin evitar palidecer - ¿Qué no basta con mantener hábitos saludables para mantenerse siempre joven? ¿Es que Roger no tiene corazón?
- Aún no sabemos hasta qué punto del experimento se encuentra Roger – dijo Brett – quizás todavía no encontró la clave para recrear el gen de la eterna juventud y, por eso, sigue con ese ritual.
- Pero lo más extraño es cómo supo de él, si viene del “Viejo mundo” – dijo Uziel – si ni nosotros, que somos de la realeza, conocíamos ese dato, ¿cómo lo pudo saber ese tal Roger?
- Quizás en su tribu si cuenten con esa información – teorizó Yehohanan – pero no cuentan con los recursos para replicarlos y, por eso, viajó hasta aquí. Y según los últimos informes que me envió mi espía, he armado estas dos teorías: o su tribu financió su viaje, o fue expulsado debido a sus ideas radicales que atenta contra la vida.