Los esposos de la reina

Capítulo 29. Una incómoda conferencia

El día de la reunión del Consejo llegó y, a pesar de la oposición de muchos miembros de la Corte, los esposos de la reina también asistieron y se sentaron junto a ella. Panambi se encontraba en su trono, a su lado derecho se sentaron Brett y Zlatan mientras que, a su lado izquierdo, se sentaron Eber y Uziel.

Los pocos que si se mostraron favorables ante la presencia de los príncipes fueron el barón Orestes, la duquesa Dulce, la duquesa Sofía y la condesa Yehohanan. Esta última todavía cumplía sus funciones de espías, por lo que asistía a estas reuniones para dar su informe sobre los pueblos antimonárquicos y sus últimos movimientos registrados hasta la fecha.

Por su parte, la reina tenía a mano los informes de sus esposos más la lista de aquellos que manifestaron su oposición al nuevo régimen durante la fiesta de disfraces. Sin embargo, dicha lista lo revelaría casi al final de la reunión, ya que quería analizar en el acto las posturas de esos nobles que, ante cualquier signo de hostilidad, serían señalados.

Si bien ésta era la primera reunión de Panambi como reina, ella ya había participado como oyente durante su estancia en el Instituto de las reinas. Dio una mirada hacia un rincón y ahí se encontró con las nuevas estudiantes, quienes estaban realizando apuntes sobre todo lo que presenciaban en ese evento especial.

Apenas llegaron todos los que confirmaron asistencia, Panambi se puso de pie y dijo:

  • Bienvenidos sean todos. Hoy daremos a la primera reunión del Consejo de este año y la primera en que la orquesto como reina. Se estima que, cada seis meses, organicemos esta clase de eventos para ponernos al día con todo lo acontecido en la Nación del Sur. Ahora, daré espacio para que cada miembro del consejo dé su informe o propuestas hechas con el propósito de implementar mejoras en la infraestructura de los pueblos, solucionar alguna posible crisis social e incentivar a todo tipo de apoyos.

Cuando la reina terminó su discurso, cada noble dio su informe según el tipo de trabajo o misión que estaba a cargo. La condesa Yehohanan expuso sobre la situación de los pueblos antimonárquicos, diciendo que no planean ninguna revuelta contra la nueva reina como temieron que podría pasar. Sin embargo, seguiría vigilándolos con cautela para prepararse ante cualquier eventualidad. El barón Orestes informó sobre los nuevos hallazgos arqueológicos provenientes del “Viejo Mundo” y propuso la creación de nuevos juegos de imágenes enfocados en enseñar a los niños sobre la historia de la Nación del Sur. La duquesa Dulce y la duquesa Sofía hablaron sobre algunas irregularidades que detectaron en sus ducados y que afectó a la protección de los civiles que habitan en las distintas villas conformadas dentro de sus territorios.

Poco después, les llegó el turno a los príncipes de presentar sus propuestas. Éstos se sintieron repentinamente nerviosos, ya que notaron cierta hostilidad de algunos nobles que todavía los consideraban extranjeros.

Brett se puso de pie y se acercó al atril donde, antes, los miembros de la corte se pararon para dar sus discursos. No evitó arrugar el papel donde anotó su propuesta, pero se permitió respirar hondo y despejar la mente para evitar que el nerviosismo le jugara una mala pasada.

“No solo soy un esposo, también soy el esposo oficial de la reina”, pensó Brett. “Así es que debo ser valiente para que mis hermanos se animen a declarar también. Bien, llegó la hora”.

  • Como sabrán, mi esposa y mis hermanos estuvimos recorriendo varias localidades de la Nación con motivos de familiarizarnos con las distintas regiones y ser figuras de apoyo para el pueblo. Pero en nuestro último viaje, sufrimos de diversas agresiones y… - Brett hizo una pausa, notando que algunos nobles le dirigieron miradas de desprecio. Cerró los ojos por unos ratos, contó hasta diez en su mente y continuó – hace poco, fui agredido por unos vándalos que pisotearon mi honor, sin importar que la corrupción a mi cuerpo causara un conflicto de escala internacional.

Los murmullos no se hicieron esperar. La reina tuvo que aplaudir un par de veces para llamar a silencio. Brett aclaró su garganta y continuó:

  • Mi intención y la de mis hermanos nunca será el de generar dichos conflictos. Hemos vivido bien por diez años y sabemos defendernos por nuestra propia cuenta. Sin embargo, no todos tienen la suerte de contar con la misma protección que nosotros y se ven sometidos a esta clase de situaciones que atentan contra su integridad física y mental. Y es por estas personas que quiero proponer una iniciativa para proteger a las víctimas de violencia y agresión de cualquier tipo, sin importar su condición ni estatus social.

En eso, una baronesa que formaba parte de la oposición, se puso de pie y le dijo:

  • Si me permite, su majestad, ya existe dicha iniciativa. El estupro y violación contra las mujeres está penalizada por la ley, siendo que el agresor no tiene derecho de juicio por este vil crimen que solo revela la naturaleza perversa del ser humano. Y, además, la víctima tiene derecho de matar al victimario sin que la ajusticien por eso, porque consideramos que su intención es la de recuperar su honor y dignidad.
  • Usted lo dijo, señora. La ley solo protege a las mujeres. Y me atrevería a decir que solo consideran a la nobles y burguesas – dijo Brett – Pero ignoran a las plebeyas por “no tener estatus”, así como a todos los hombres por considerar que “somos más fuertes”. Pero se olvidan que también somos humanos, que nos lastimamos y que somos vulnerables a las armas.
  • Pero sus agresores… ¿Estaban armados?
  • Así es. Portaban cuchillos y me superaban en número. Aún si soy fuerte, no puedo defenderme contra un contrincante armado, estando en desventaja.

Brett sintió que estaba perdiendo la calma. Sentía que sus hermanos lo miraban, pero no giró hacia ellos. Y estuvo a punto de continuar cuando la baronesa dio un comentario fuera de lugar:

  • Lo curioso de esto es que, según los informes, estaba usted solo, en plena calle. Nadie en su sano juicio se atrevería a recorrer por ahí sin sus escoltas, salvo que… ¿te hayas dejado llevar por tus instintos naturales y buscabas saciar ese apetito voraz, propio de todo hombre, que no te dejaba dormir tranquilo?




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