Los esposos de la reina

Capítulo 32. La belleza de la reina

El duque Rhiaim envió un mensaje a su madre, diciendo que tenía algo importante que preguntarle. Inesperadamente, ella lo llamó al instante, así es que activó su comunicador y vio su rostro proyectado en él.

  • ¿Qué tal, querido hijo? – le saludó la reina Jucanda – No sueles escribirme a menudo. ¡Casi te olvidas que tienes una madre!
  • Estuve algo ocupado, ya sabes. Esto de ser duque es agotador – dijo Rhiaim – pero dejemos esta charla ya que quiero hablarle de algo que puede afectarte.
  • ¿Afectarme? ¿Acaso mi vida está amenazada de nuevo?
  • ¡No es eso! En realidad… quería saber si, durante los últimos diez años de tu reinado, recibiste una carta escrita por un tal Roger que habla sobre la eterna juventud.
  • ¿Eterna juventud?
  • Sí – Rhiaim hizo una larga pausa. No quería darle tantas explicaciones, así es que intentó sintetizarlo – Hay un criminal que secuestra niños y les extrae la sangre. Descubrimos que contactó con las cuatro reinas para que le financiaran su proyecto y necesitamos saber si se acuerda de haber recibido algo de él. Se llama Roger.
  • ¿Roger? Mmmh… ¡Ay, hijo! ¡Recibo cartas e informes todos los días! ¡No puedo acordarme de uno en específico! – Se quejó la reina. Pero luego, poco a poco, comenzó a cambiar su expresión, como si estuviese recordando algo – Creo que… recuerdo haber leído un “Roger” en algún momento. Lo habré archivado, así es que tendré que buscarlo personalmente. Si me lo permites, cortaré la llamada y te aviso. ¡No te apartes del comunicador!

La transmisión se cortó. Rhiaim permaneció sentado en su escritorio, con los brazos cruzados y los pies inquietos. Sabía que su madre tenía buena memoria, así es que se podría acordar fácilmente de un nombre extraño como “Roger”. Además, ella era bastante ordenada con sus documentos, por lo que lo encontraría al instante si no decidió quemarlo.

Media hora después, volvió a sonar el comunicador. Lo activó y reapareció su madre, con unas notas en sus manos.

  • ¡Aquí está! – dijo una sonriente Jucanda - ¡Es bastante extensa! Pero puedo escanearla y enviártela luego para que la imprimas. Solo sé que me solicitó mi colaboración para examinar mi cuerpo o, en todo caso, examinar el cuerpo de uno de mis hijos para hallar el secreto de la eterna juventud. Por supuesto lo rechacé porque no permitiré que nadie toque a mis polluelos sin mi consentimiento. ¡En eso puedes estar tranquilo!
  • Entonces… ¿La leyenda es cierta? – preguntó Rhiaim - ¿Es verdad lo que decía ese libro que leí de pequeño con el cual me sometiste a un severo castigo?

Jucanda lo miró, con una expresión neutra. Luego, dio un suspiro y, encogiéndose de hombros, le dijo:

  • Deberías dejar el rencor a un lado. ¡No sabes lo estresante que es ser una reina! No solo debo cuidar del país sino, también, cuidar y educar a mis hijos. Si tu padre no hubiese cometido la locura de perpetrar un golpe de estado, nos habría ido mucho mejor en nuestra relación familiar. A todo esto, ¿Por qué estás averiguando sobre ese tal Roger? ¿Es un encargo de la nueva reina?

Rhiaim no sabía si responderle o no, por lo que se mantuvo en silencio. Al final, solo atinó a decir:

  • Estoy preocupado por usted, madre. Creemos que Roger quiere ir tras tu cabeza. Si resulta cierto que nuestra dinastía posee el secreto de la eterna juventud en la sangre… ¡No quiero imaginarme lo que podría hacerte ese lunático si se llega a enterar de lo nuestro!

Jucanda comenzó a reírse a carcajadas. Esto molestó a Rhiaim ya que en verdad se preocupaba por su madre, a pesar de la mala relación que tuvo con ella en toda su vida.

Cuando la reina se calmó, retornó a su expresión neutra y le dijo:

  • La leyenda de nuestra dinastía es cierta: Mis antepasados hallaron el “secreto” de la eterna juventud y desarrollaron mecanismos genéticos para que los descendientes podamos adquirir esos genes sin necesidad de sacrificar criaturas inocentes. Aunque considero que los hombres son inútiles, nunca aprobaría que se les sacrificara de bebés. ¿O por qué crees que los acepté a todos ustedes, aun cuando no nacieron con el sexo que yo buscaba para asegurar el futuro de la nación? En lo que a mí concierne, nunca aprobaría esa vil práctica, ni aún si me garantizan juventud y belleza de por vida. Prefiero envejecer como una simple mortal y tener una muerte tranquila.

La reina hizo una larga pausa. Luego, se llevó una mano al mentón, en modo pensativo. Al final, decidió:

  • Por mí no debes preocuparte, querido. Pero no pienso dejarlos a su suerte, y más si ese loco anda por ahí suelto en la Nación del Sur. Por eso, no me queda de otra más que intervenir: enviaré a Aaron y Abiel para que te apoyen y, juntos, puedan capturar a ese tal Roger de una vez.

Rhiaim abrió bien grande los ojos ante esa decisión. Aaron y Abiel eran dos de sus hermanos menores que prefirieron quedarse en el reino del Este ya que, en aquel entonces, estaban a poco de ser nombrados duques y no querían perder esa oportunidad. Sabía que ellos dos consiguieron casarse y ser perfectos esposos para sus familias, pero nunca mostraron interés en viajar o siquiera saber cómo estaban los hermanitos. Fueron completamente absorbidos por sus deberes de duques y esposos.

  • Ellos te extrañan mucho – le dijo Jucanda, con una media sonrisa – Así es que estarán encantados de verte y apoyarte. Solo dales un poco de tiempo: están muy ocupados y necesitan amoldar sus agendas para esta misión inesperada.
  • Lo entiendo – dijo Rhiaim – Con gusto los recibiré en mi hogar.
  • ¡Bien! Solo quiero que sepas que los amo a todos. Y si fui severa con ustedes es nada más para protegerlos y educarlos, aunque admito que me he pasado de la línea en más de una ocasión. Recuerda, Rhiaim: estuve dispuesta a renunciar a mi corona solo para salvarte. ¡Y lo volveré a hacer si es necesario! No te pido que me perdones, solo que te mantengas leal a mí y me informes de todo lo que sucede en la Nación del Sur, especialmente si esto te involucra a ti y a tus hermanos.




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