Los esposos de la reina

Capítulo 33. Una relación incómoda

A diferencia de sus hermanos mayores, Zlatan no recurrió a los sirvientes para una preparación previa de su encuentro nocturno con la reina. Solo se bañó como de costumbre y procuró usar bastante gel para tener un cabello presentable.

Sin embargo, antes de colocarse su pijama, se miró el cuerpo desnudo en el espejo. Le había pedido a Panambi que no lo tocara y seguía firme en su postura. Pero si ella decidía cambiar de opinión, entonces no tendría otra opción más que ceder.

“Ahora soy su esposo”, pensó Zlatan. “Debo complacerla en lo que pueda. Pero… ¿Qué hay de mí? ¿Acaso hay algo de malo en oponerme cuando llegue el momento? ¿Seré castigado si me resisto?”

El miedo le hizo vestirse de inmediato para cubrir su desnudez. Incluso, se colocó una bata encima para que no se viera ni un atisbo de su piel.

  • Aún si soy un hombre, no tengo ese “instinto” – se dijo Zlatan, en voz alta – nunca tuve esa clase de deseos… no sé si tenga algo defectuoso.

Repentinamente, recordó a la duquesa Dulce y la calidez con que lo había recibido en su hogar. Y tras casarse con la reina Panambi, ella siguió tratándolo como siempre. E incluso lo invitó a acceder a toda clase de conocimientos ocultos que nunca creyó que existirían, logrando así abrir su limitada mente. Entonces, recordó la extraña charla que tuvieron instantes después de hallar a Uziel en la comisaria y un extraño pensamiento le vino en su mente.

  • Quizás… ella se guste de mí – se dijo Zlatan – Pero… ¿Dejará mi esposa que esa mujer reclame por mi mano? Y si así fuera… ¿Qué pasará después?

Pensar en ese tipo de cosas lo agotó, por lo que decidió despejar la mente leyendo un buen libro de acción y aventuras.

En eso estaba cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta.

  • Adelante.

La reina entró. Ésta lucía su característico vestido blanco pero, esta vez, se cubrió con una bata de color azul ya que hacía bastante fresco. El príncipe vio que su esposa tenía en sus manos un libro bastante voluminoso, con el título de “HISTORIA DE LAS REINAS DEL REINO DEL SUR”. Se lo mostró y dijo:

  • ¡Mira lo que tengo para ti! Ésta edición incluye la biografía de la ex reina Aurora. Espero que te guste.

Zlatan extendió las manos y tomó el libro. Lo abrió y, en efecto, encontró la foto de la ex reina Aurora, de cuando tenía catorce años, que fue la edad en la que restauró su trono.

  • En mi reino contamos con algo similar – dijo Zlatan – Pero son varios tomos porque surgieron distintas dinastías.
  • Ya veo – dijo la reina – podemos hablar de eso, si lo deseas.

La reina se sentó al lado de Zlatan. El joven le habló brevemente sobre el reino del Este. O, al menos, lo que recordaba, ya que apenas tenía ocho años cuando se mudó con sus hermanos a la Nación del Sur. El resto que sabía eran anécdotas contadas por sus hermanos mayores o folletos que leyó durante sus estudios.

  • De los hermanos, soy el más débil físicamente – explicó Zlatan a la reina – por eso, evito los conflictos lo más que pueda. Mi madre juzgó que no soy digno para ser un príncipe y me excluyó para siempre del manejo de las armas. Lo que aprendí de defensa personal y ataques a distancia fue gracias a mis hermanos mayores, cuando entrenábamos con mi hermano Rhiaim en este país.
  • ¿Entonces continuaron con su entrenamiento incluso aquí? – le preguntó Panambi.

Zlatan asumió con la cabeza y continuó:

  • Mi hermano juzgó que, de pasarle algo a él, necesitaríamos saber defendernos solos. Fue por eso que me apoyó para entrenar, aunque, en lo personal, prefiero leer libros o jugar a los dispositivos de juegos. Puede que, como chico, sea raro, pero así es como soy y estoy conforme con eso.
  • No creo que seas raro – dijo Panambi, quien comenzó a acercarse lentamente – cada uno es bueno en algo. Y aún así, saben amoldar sus habilidades para trabajar en equipo.

La reina apoyó una mano en la mejilla del muchacho y, poco a poco, subió hasta llegar a sus lentes. Éste se quedó quieto, resistiendo el impulso de alejarse. Panambi, por otro lado, al ver que Zlatan no la rechazaba, se animó a retirarle los lentes y descubrir así su rostro.

  • Tus ojos son pequeños – comentó.
  • Mis lentes van con aumento – murmuró Zlatan - ¡Ahora no veo nada! – continuó, mientras entornaba los ojos.

Panambi se colocó los lentes y no evitó lanzar un grito al ver todo borroso.

  • ¡Guau! ¡En verdad que estás ciego! ¿Cómo puedes andar así por la vida?

Zlatan se sintió avergonzado. Aún así, permaneció quieto, con los ojos entrecerrados. Y fue así que, repentinamente, sintió que Panambi le volvió a acariciarle el rostro, diciéndole:

  • Me dijiste que no querías tener una relación íntima conmigo. Y, sin embargo, no estás oponiendo resistencia.
  • Y sigo firme en eso – dijo Zlatan, mientras sus hombros le temblaban – Yo… no… soy... como los demás…
  • ¿Te refieres a que no tienes ese “instinto”?
  • Así es. Nunca tuve ese deseo… y no pienso tenerlo…

Sintió que Panambi se levantaba y se colocaba delante de él. Esta vez, lo tomó de su cara con ambas manos para levantarle la cabeza.

  • ¿Y si hago esto? ¿No despertaría tu “instinto”?

Zlatan sintió que Panambi se agachaba, dispuesta a besarlo. Inconscientemente, sus manos se estiraron hacia adelante, tomándola de los hombros y empujándola.

Panambi casi cayó de espaldas, pero movió sus piernas y retrocedió unos pasos para mantener el equilibrio. Zlatan, por su parte, palideció al darse cuenta que acababa de agredir a su esposa. De inmediato, se puso de rodillas y le suplicó:

  • ¡Piedad! ¡No quise hacerlo! ¡Lo juro!

“Lo he presionado”, pensó Panambi. “Me dejé llevar al verlo tan indefenso sin sus lentes. Soy de lo peor”

  • No tienes que disculparte, esposo querido – le dijo Panambi – Solo intentaste defenderte. ¿No es así?
  • Pero… la he lastimado y…
  • ¿Lastimarme por un empujoncito? No soy tan débil como aparento.




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