A diferencia de sus hermanos mayores, Zlatan no recurrió a los sirvientes para una preparación previa de su encuentro nocturno con la reina. Solo se bañó como de costumbre y procuró usar bastante gel para tener un cabello presentable.
Sin embargo, antes de colocarse su pijama, se miró el cuerpo desnudo en el espejo. Le había pedido a Panambi que no lo tocara y seguía firme en su postura. Pero si ella decidía cambiar de opinión, entonces no tendría otra opción más que ceder.
“Ahora soy su esposo”, pensó Zlatan. “Debo complacerla en lo que pueda. Pero… ¿Qué hay de mí? ¿Acaso hay algo de malo en oponerme cuando llegue el momento? ¿Seré castigado si me resisto?”
El miedo le hizo vestirse de inmediato para cubrir su desnudez. Incluso, se colocó una bata encima para que no se viera ni un atisbo de su piel.
Repentinamente, recordó a la duquesa Dulce y la calidez con que lo había recibido en su hogar. Y tras casarse con la reina Panambi, ella siguió tratándolo como siempre. E incluso lo invitó a acceder a toda clase de conocimientos ocultos que nunca creyó que existirían, logrando así abrir su limitada mente. Entonces, recordó la extraña charla que tuvieron instantes después de hallar a Uziel en la comisaria y un extraño pensamiento le vino en su mente.
Pensar en ese tipo de cosas lo agotó, por lo que decidió despejar la mente leyendo un buen libro de acción y aventuras.
En eso estaba cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta.
La reina entró. Ésta lucía su característico vestido blanco pero, esta vez, se cubrió con una bata de color azul ya que hacía bastante fresco. El príncipe vio que su esposa tenía en sus manos un libro bastante voluminoso, con el título de “HISTORIA DE LAS REINAS DEL REINO DEL SUR”. Se lo mostró y dijo:
Zlatan extendió las manos y tomó el libro. Lo abrió y, en efecto, encontró la foto de la ex reina Aurora, de cuando tenía catorce años, que fue la edad en la que restauró su trono.
La reina se sentó al lado de Zlatan. El joven le habló brevemente sobre el reino del Este. O, al menos, lo que recordaba, ya que apenas tenía ocho años cuando se mudó con sus hermanos a la Nación del Sur. El resto que sabía eran anécdotas contadas por sus hermanos mayores o folletos que leyó durante sus estudios.
Zlatan asumió con la cabeza y continuó:
La reina apoyó una mano en la mejilla del muchacho y, poco a poco, subió hasta llegar a sus lentes. Éste se quedó quieto, resistiendo el impulso de alejarse. Panambi, por otro lado, al ver que Zlatan no la rechazaba, se animó a retirarle los lentes y descubrir así su rostro.
Panambi se colocó los lentes y no evitó lanzar un grito al ver todo borroso.
Zlatan se sintió avergonzado. Aún así, permaneció quieto, con los ojos entrecerrados. Y fue así que, repentinamente, sintió que Panambi le volvió a acariciarle el rostro, diciéndole:
Sintió que Panambi se levantaba y se colocaba delante de él. Esta vez, lo tomó de su cara con ambas manos para levantarle la cabeza.
Zlatan sintió que Panambi se agachaba, dispuesta a besarlo. Inconscientemente, sus manos se estiraron hacia adelante, tomándola de los hombros y empujándola.
Panambi casi cayó de espaldas, pero movió sus piernas y retrocedió unos pasos para mantener el equilibrio. Zlatan, por su parte, palideció al darse cuenta que acababa de agredir a su esposa. De inmediato, se puso de rodillas y le suplicó:
“Lo he presionado”, pensó Panambi. “Me dejé llevar al verlo tan indefenso sin sus lentes. Soy de lo peor”