Los esposos de la reina

Capítulo 34. El esposo revoltoso

  • ¡Compórtate, Uziel! ¡No es digno de un príncipe!

El muchacho escuchaba esa frase una y otra vez hasta el hartazgo. Pero, para él, su título no tenia ningún significado ya que pasó gran parte de su vida fuera de un palacio.

“Al contrario que mis hermanos mayores, yo nunca recibí una educación estricta de príncipe”, pensó Uziel, mientras estudiaba en su habitación unas horas antes de su encuentro con la reina. “Durante mi infancia, me llevaba mejor con los niños plebeyos que con los hijos de los nobles y burgueses. Por eso me es más cómodo salir a pasear sin una escolta que cuide mi espalda”

Tras un breve reposo, la reina se recuperó y pudo retornar a su trabajo habitual. Pero, esta vez, Brett y Eber la acompañaron para gestionar los documentos. Consideraron que así, Panambi no tendría sobrecarga de trabajos ni volvería a desmayarse del cansancio.

En el fondo, el muchacho se sentía ansioso. Y es que, aún siendo un rebelde sin causa, nunca tuvo una aventura amorosa como lo tuvo Eber a su edad. La única experiencia que recordaba era la de un beso que recibió de la hermana de un amigo, quien sentía curiosidad por saber cómo besaba un príncipe. Y fue regañado por haberla empujado bruscamente hasta el suelo.

“Zlatan me dijo que la reina intentó besarlo”, pensó Uziel. “Bueno, no sé si intentará hacer eso conmigo, pero… Aún si ella es mayor que yo, estoy en esa edad en que los chicos recibimos nuestra primera experiencia. Quizás… llegó la hora de pedir consejos a mis hermanos mayores sobre cómo actuar, ya que están más experimentados en eso”.

Interrumpió sus estudios para enviar un mensaje a Brett y Eber. Tal como lo supuso, recibió dos respuestas radicalmente diferentes sobre lo que debería hacer en su noche.

  • No te sientas presionado. Recuerda que aún eres un niño. Estoy seguro de que la reina entenderá tu situación – le dijo Brett.
  • Practica con alguna naranja y hazte masajes ahí abajo. Y no olvides usar perfume por si se pase – le dijo Eber.

“¿¡¿Pero qué clase de consejos inútiles son estos?!?” Bramó Uziel en su mente.

Entonces, decidió recurrir a la persona que juró que nunca le pediría ayuda ni aún en caso de emergencias: Rhiaim.

Tal como lo esperó, su hermano mayor le envió un extenso mensaje sobre su experiencia y cómo podría lidiar con la situación.

  • Como sabrás, soy como unos ocho años más joven que mi esposa, pero lo nuestro fue consensuado. Aún si estás en la edad de merecer, todavía eres un adolescente en pleno desarrollo. Reconsidera si la relación con tu esposa va camino a un posible romance o a una simple amistad. En el primer caso, no temas en dejar que ella tome el mando ya que la primera vez es bastante difícil. En el segundo caso, acláraselo desde el principio sin olvidar tus buenos modales. Recuerda: aún los esposos tienen dignidad y merecen respeto. No dejes que tu esposa abuse de ti solo por ser una reina y tener el control de tu vida. Si pasa algo, avísame y te apoyaré.

“Ahora me siento tan avergonzado”, pensó Uziel, al leer todo el mensaje. “Espero que la reina no tenga ningún interés en mí porque, de ser así, no tendré de otra más que ceder a sus deseos. Ya me ha castigado dos veces y no me gustaría una tercera”.

Cuando llegó la hora, se vistió con su pijama y se ató sus rubios cabellos de forma desordenada, dejándose algunos mechones rebeldes en la cara. Quiso presentarse lo más desprolijo posible para restar su atractivo y, así, hacer que su esposa pierda completamente interés en él.

“¿Dignidad de príncipe? ¡Jah!” pensó Uziel, con una sonrisa desafiante.

Cuando escuchó el sonido de la puerta, él mismo la abrió y dejó que pasara su esposa.

  • Buenas noches, querido esposo – le saludó Panambi, una vez estuvo dentro.

El muchacho observó que tenía en sus manos una bandeja con tapa. Lo señaló y le preguntó:

  • ¿Qué es eso?
  • Mandé a que te prepararan tu postre favorito. Te prometí que te lo traería para compensarte por el injusto castigo de hace unos días – le respondió Panambi, mostrando una pequeña sonrisa de culpa.
  • ¡Ah! Este… quiero decir… gracias… esposa mía – dijo Uziel, sintiéndose de pronto conmovido por el gesto de la reina.

La mujer se acercó al escritorio y apoyó sobre él la bandeja. Luego, lo destapó y reveló lo que había en su interior: un pastel de chocolate cubierto con cobertura de helado de crema y pequeñas chispas de caramelos.

  • ¡Guau! ¿Todo eso es para mí? – dijo Uziel, emocionado - ¿Puedo comerlo?
  • ¡Claro! ¡Adelante!
  • ¡Gracias por la comida!

Uziel se sentó y comenzó a comer, mientras la reina lo observaba. Panambi se percató de que en verdad era como un niño, ya que disfrutaba de forma espontánea y sincera su postre favorito sin importarle que sus mejillas se llenaran de restos de chocolate.

“Él y Zlatan cuidaron de mí el día anterior”, recordó Panambi. “Y ahora, Brett y Eber me apoyaron con los papeleos. En verdad siento que ya somos como una familia. Con esto, ¿podré lograr detenerlos hacia mi lado a lo largo de mi mandato? Sé que suena egoísta y calculador de mi parte, pero aún si lo hago para controlar las acciones del reino del Este, también me he encariñado con ellos. No quiero dejarlos ir”.

  • ¡Estuvo delicioso! – dijo Uziel, con una amplia sonrisa.

Un poco después, se percató de que se dio un atracón y no dejó ni las migajas. En eso, se asustó y dijo:

  • ¡Disculpa! ¡No le pregunté si querría comer conmigo!
  • Descuida, estoy a dieta – le respondió Panambi, agitando las manos – no creo que a mis esposos les guste tener una esposa obesa.
  • ¿Por qué las mujeres se preocupan por esas cosas? – preguntó Uziel, inflando sus mejillas.
  • Es difícil de explicar… diría que ustedes cuatro se ven muy delgados y esbeltos. No estaría bien si comenzara a subir de peso, desentonando por completo.




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