El muchacho escuchaba esa frase una y otra vez hasta el hartazgo. Pero, para él, su título no tenia ningún significado ya que pasó gran parte de su vida fuera de un palacio.
“Al contrario que mis hermanos mayores, yo nunca recibí una educación estricta de príncipe”, pensó Uziel, mientras estudiaba en su habitación unas horas antes de su encuentro con la reina. “Durante mi infancia, me llevaba mejor con los niños plebeyos que con los hijos de los nobles y burgueses. Por eso me es más cómodo salir a pasear sin una escolta que cuide mi espalda”
Tras un breve reposo, la reina se recuperó y pudo retornar a su trabajo habitual. Pero, esta vez, Brett y Eber la acompañaron para gestionar los documentos. Consideraron que así, Panambi no tendría sobrecarga de trabajos ni volvería a desmayarse del cansancio.
En el fondo, el muchacho se sentía ansioso. Y es que, aún siendo un rebelde sin causa, nunca tuvo una aventura amorosa como lo tuvo Eber a su edad. La única experiencia que recordaba era la de un beso que recibió de la hermana de un amigo, quien sentía curiosidad por saber cómo besaba un príncipe. Y fue regañado por haberla empujado bruscamente hasta el suelo.
“Zlatan me dijo que la reina intentó besarlo”, pensó Uziel. “Bueno, no sé si intentará hacer eso conmigo, pero… Aún si ella es mayor que yo, estoy en esa edad en que los chicos recibimos nuestra primera experiencia. Quizás… llegó la hora de pedir consejos a mis hermanos mayores sobre cómo actuar, ya que están más experimentados en eso”.
Interrumpió sus estudios para enviar un mensaje a Brett y Eber. Tal como lo supuso, recibió dos respuestas radicalmente diferentes sobre lo que debería hacer en su noche.
“¿¡¿Pero qué clase de consejos inútiles son estos?!?” Bramó Uziel en su mente.
Entonces, decidió recurrir a la persona que juró que nunca le pediría ayuda ni aún en caso de emergencias: Rhiaim.
Tal como lo esperó, su hermano mayor le envió un extenso mensaje sobre su experiencia y cómo podría lidiar con la situación.
“Ahora me siento tan avergonzado”, pensó Uziel, al leer todo el mensaje. “Espero que la reina no tenga ningún interés en mí porque, de ser así, no tendré de otra más que ceder a sus deseos. Ya me ha castigado dos veces y no me gustaría una tercera”.
Cuando llegó la hora, se vistió con su pijama y se ató sus rubios cabellos de forma desordenada, dejándose algunos mechones rebeldes en la cara. Quiso presentarse lo más desprolijo posible para restar su atractivo y, así, hacer que su esposa pierda completamente interés en él.
“¿Dignidad de príncipe? ¡Jah!” pensó Uziel, con una sonrisa desafiante.
Cuando escuchó el sonido de la puerta, él mismo la abrió y dejó que pasara su esposa.
El muchacho observó que tenía en sus manos una bandeja con tapa. Lo señaló y le preguntó:
La mujer se acercó al escritorio y apoyó sobre él la bandeja. Luego, lo destapó y reveló lo que había en su interior: un pastel de chocolate cubierto con cobertura de helado de crema y pequeñas chispas de caramelos.
Uziel se sentó y comenzó a comer, mientras la reina lo observaba. Panambi se percató de que en verdad era como un niño, ya que disfrutaba de forma espontánea y sincera su postre favorito sin importarle que sus mejillas se llenaran de restos de chocolate.
“Él y Zlatan cuidaron de mí el día anterior”, recordó Panambi. “Y ahora, Brett y Eber me apoyaron con los papeleos. En verdad siento que ya somos como una familia. Con esto, ¿podré lograr detenerlos hacia mi lado a lo largo de mi mandato? Sé que suena egoísta y calculador de mi parte, pero aún si lo hago para controlar las acciones del reino del Este, también me he encariñado con ellos. No quiero dejarlos ir”.
Un poco después, se percató de que se dio un atracón y no dejó ni las migajas. En eso, se asustó y dijo: