Los esposos de la reina

Capítulo 35. El misterio de la eterna juventud

  • ¿Aun no encontraron nada?
  • No. ¿Y usted, querida esposa?
  • Nada aún.

Cuando la reina se reunió con Brett en su habitación, tuvieron una breve charla sobre los documentos urgidos tanto en la oficina como en el depósito del palacio. Panambi aún recordaba lo que le reveló Uziel y lo que consiguió leer entre los apuntes de Brett. Como el joven príncipe acostumbraba a escribir las cosas que creía importantes en su anotador personal, la reina supuso que habría hecho algún apunte para resaltar los aspectos importantes sobre el secreto de su dinastía.

“Coloqué todo de tal manera que Brett no se diera cuenta que inspeccioné su habitación. A todo esto…”

  • ¿Cómo está de salud, esposa? – le preguntó Brett.
  • Estoy bien, gracias a ustedes – le respondió Panambi.

“¡Esta tratando de cambiar de tema!”

  • Me alegra poder escuchar eso – dijo Brett – me preocuparía si mi familia sufre algún daño.

“¿Y si me considera su familia, por qué me oculta cosas?”

En eso, decide acercarse a Brett y hacer que se apoyara sobre el borde del escritorio. Lo besó y se dio cuenta de que éste la correspondió. Siguió acentuando el beso hasta que, tras sentirlo distraído, retiró el cajón del escritorio y sacó de ahí su cuaderno de apuntes.

De inmediato, se separó y abrió el cuaderno delante de él. Brett se quedó helado, ya que él se aseguró de que en verdad sus cosas estuviesen en orden. Así es que dedujo que solo atinó a instalar cámaras o micrófonos ocultos, pero no tuvo tiempo de inspeccionarlo ya que priorizó su preparación previa a su noche de encuentro.

“¡Es más lista de lo que creí!”, pensó Brett. “A este paso, dudo mucho que logre persuadirla ofreciéndole mi cuerpo. En ese caso…”

  • Un esposo no debería ocultarle cosas a su esposa – le dijo Panambi, con una voz serena – pero entiendo tu situación: aún si estamos casados, todavía debes ser leal a tu país de origen… y a tu divino linaje.
  • L… lo siento – dijo Brett, agachando la cabeza – en ese caso… tomaré la responsabilidad. Por favor, no castigue a mis hermanos.
  • Acuéstate en la cama.

Brett obedeció. De inmediato, la reina se colocó encima de él y siguió besándolo. El joven príncipe permaneció quieto, dispuesto a dejar que su esposa tomara el control sobre su cuerpo si así conseguía proteger a sus hermanitos de su ira.

  • Pienso que no deberías confiarle a Uziel las cosas – le susurró Panambi al oído – él no es leal a su país de origen y solo se siente presionado.
  • Aún si Uziel nos da la espalda, seguiré protegiéndolo – dijo Brett quien, repentinamente, miró a la reina de forma desafiante – así como te protegeré a ti de tus enemigos.

Panambi se quedó sorprendida. Si bien Brett actuaba como el más endeble y dócil de los hermanos, también tenía un lado rebelde que sutilmente solía sacar a la luz cuando intentaban manipularlo. Por un instante, la joven monarca se planteó si se valía de su aparente inseguridad para que los demás sintieran lástima por él y quisieran protegerlo.

  • ¿No dijiste que podía hacer de tu cuerpo lo que quería? – le preguntó la reina, mientras lo tomaba del mentón con ambas manos.
  • Y así es, querida esposa – dijo Brett – pero no permitiré que me persuadas de abandonar a mis propios hermanos. Y eso incluye a Uziel. Puedes pegarme, si quieres, y aun seguiré firme en mis convicciones.

Panambi siguió besándolo y bajó hasta el cuello, logrando así que gimiera. Y fue ahí que le dijo al oído:

  • No me queda de otra más que ser ruda contigo.

Al instante, le sacó la correa de sus pantalones, lo tomó de las muñecas y las ató por encima de su cabeza. Brett, al principio, se sorprendió. Luego, mostró una mueca de dolor cuando su esposa dio un estirón al extremo de la correa, rozándole fuertemente con la piel.

  • ¡Ah! ¡Lo siento! – dijo Panambi, mostrándose genuinamente asustada por creer que lo había lastimado – No controlé mi fuerza…
  • N… no importa. Puedo aguantarlo – dijo Brett, intentando mover sus muñecas y comprobar que en verdad no podría liberarse con solo su fuerza.

“¡Es buena en esto!”, pensó Brett. “¿Será una cosa de los plebeyos? ¿Qué son más “de calle” y saben cómo sobrevivir y defenderse de sus enemigos en lugares precarios?”

  • Mi intensión no es lastimarte – le dijo Panambi, mientras le daba un beso en la mejilla – confíame tu cuerpo y perdonaré a tus hermanos.
  • Esta bien. Confío en ti – dijo Brett quien, repentinamente, mostró una sonrisa.
  • Mi dulce esposo.

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………

Al día siguiente, Panambi siguió buscando el documento, esta vez, con ayuda de Eber, Zlatan y Uziel. Tras la intensa noche, Brett se quedó sin energías y la reina le permitió que tomara el día libre. Y mientras dormía, tomó las copias de la nota que Roger le envió a la reina Jucanda y las escaneó para tener su duplicado.

“Me siento mal por haberlo violado”, pensó Panambi. “Pero en ningún momento se ha quejado y, aun cuando lo noté cansado, no me detuve y seguí estimulándolo. O será que… ¿Lo ha disfrutado? En verdad los chicos son tan extraños”

  • ¡Miren! ¡Encontré algo! – dijo Eber, interrumpiendo sus pensamientos.

Todos se fueron a ver. Eber sostenía una extensa carta de diez páginas con la firma de Roger. Panambi lo miró y leyó en voz alta las primeras líneas.

  • Estimada reina Aurora del reino del Sur. Mi nombre es Roger y provengo de una tribu situada al otro lado del océano. Llegué aquí debido a que quiero patrocinadores para financiar mi proyecto, en donde busco desentrañar el secreto de la eterna juventud que fue descubierta hace varios milenios, un poco antes de la caída de la civilización del “Viejo mundo”. Y estoy seguro de que le interesará.
  • Creo entender el porqué la ex reina lo tomó como una broma – comentó Panambi - ¡Parece escrito por un lunático!
  • ¿Por qué mejor no lees la parte importante, esposa? – le preguntó un impaciente Uziel - ¡No queremos saber la historia de su vida ni de su tribu!
  • ¡Cálmate, Uziel! – le regañó Zlatan – Disculpa, puede continuar.
  • Necesito un laboratorio que cuente con el equipamiento necesario para almacenar sangre. La idea es extraer una pequeña muestra a un niño y replicarlo artificialmente para elaborar plaquetas rejuvenecedoras. ¡Vaya! ¡Se parece al libro que leyó Zlatan y el duque – Panambi hizo una pausa y continuó – También necesito de su colaboración para examinar su cuerpo. Aunque usted provenga de una dinastía corta, cabe la posibilidad de que hayan descubierto el secreto de la eterna juventud. De no ser así, procedería a examinar a las otras reinas que controlan este continente.
  • Mmmh… ¿La ex reina no estaría en peligro también? – Preguntó Eber – Ahora que ya no es reina, será blanco fácil para ese lunático.
  • Puede ser – dijo Zlatan – habría que avisarla de esto
  • Y supongo que también debemos avisar a la tal reina Jucanda – dijo Uziel – y mas por su dinastía, que es mucho más extensa que el de las demás reinas.
  • Roger cree que, una vez que se desentraña el gen de la juventud, éste se pueda transmitir de generación en generación de forma natural – indicó Panambi – Quizás, al ser Aurora la única sobreviviente de su dinastía y que no cuenta con ninguna descendencia, Roger querría ir por ella. Tendré que llamarla para que regrese al palacio.




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