Los esposos de la reina

Capítulo 39. Encontrando al primer testigo

Mientras Rhiaim y Aurora se preparaban para encontrarse con la espía de la condesa, el caballero Luis se estaba dirigiendo al palacio junto al príncipe del Sur y los sirvientes que éste decidió asignar para que sirvieran al príncipe Brett y sus hermanos.

  • Es raro que acceda a escoltarme hasta ese lugar, Luis – le dijo el príncipe, con una media sonrisa.
  • Tuve que hacerlo – resopló el caballero, con una mueca extraña – Si no, la “princesa” se sentirá ofendida.
  • ¿Aún usas ese mote con él? Creí que lo habías superado.
  • Bueno, nunca me dijo que dejara de llamarlo así. Pero no creo que eso te importe, príncipe Janoc.

Janoc, quien se había ganado el título de príncipe tras aprobarse su relación con la reina Aurora hacia diez años, dio un ligero suspiro tras el comentario del hombre que siempre lo despreció por sus orígenes humildes.

  • Por cierto, ¿qué tal van las cosas con tu esposa? Escuché que tuvieron problemas en las tierras que le cedieron como su ducado.
  • Vamos bien – dijo Luis – la duquesa Sofía es muy agradable y cálida. También tiene una fascinación con la moda del reino del Oeste y siempre me pide que le traiga cosas de mi país de origen.
  • Me alegra que tu esposa quiera que conserves tus costumbres, aún si estás casado con ella.

Como la residencia de la ex reina Aurora quedaba bastante lejos del palacio, decidieron ir en una nave voladora hasta la capital. Ahí también se reunirían con varios otros postulantes a sirvientes y soldados de pasantías para llevarlos todos al palacio. Una vez que hicieran los acuerdos, podrían partir desde ahí para dirigirse al palacio.

Pero apenas aterrizaron, escucharon que unos guardias encontraron a un niño perdido en la ruta y que lucía muy desmejorado y pedía, a toda costa, reunirse con la reina. El príncipe Janoc miró al caballero Luis y le dijo:

  • ¿Puedes adelantarte? Yo hablaré con los postulantes a sirvientes y guardias. Calculo que tendré todo listo para mañana.
  • Está bien – dijo Luis – De todas formas, no me agrada estar contigo.
  • A mí tampoco me caes bies, así es que estamos a mano.

Luis fue guiado hacia una pequeña despensa, donde tenían al niño. Lo que vio le impactó: se veía muy pálido y tenía los brazos pinchados. Recordó a los niños que rescataron de los secuaces de Roger y todos lucían de esa manera. El chico, al verlo, se inclinó y le dijo:

  • ¡Señor! ¡Soy el hijo de lady Queral, la dama de honor de la reina Panambi! ¡Por favor, llévame ante la reina que quiero hablar con ella!
  • ¡Espera, muchacho! – dijo Luis, sosteniéndole de los hombros - ¡Primero deberíamos llevarte al médico! ¡Te ves muy mal!
  • ¡No! ¡Es urgente! ¡Mi salud no importa! – insistió el niño - ¡Muchos otros siguen en ese galpón y hay que rescatarlos!

El caballero se sorprendió por las palabras del muchacho. No rondaría los diez años, pero tenía más agallas que muchos guardias del palacio quienes, a toda costa, buscaban humillar a los príncipes por rencores pasados. Así es que, de inmediato, se acercó a unos soldados que lo habían acompañado en su misión y dijo:

  • Encarguen un coche. Partiremos de inmediato al palacio junto con este niño.
  • Sí, señor.

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La reina Panambi y lady Queral recibieron al niño. La dama de honor, al reconocer a su hijo, corrió directo hacia él y lo abrazó, mientras lloraba de la alegría al verlo a salvo.

  • Mamá, escapé de mis captores – dijo el chico, quien también comenzó a llorar – siento tanto haber salido sin permiso…
  • Llevémoslo al hospital del palacio – dijo la reina Panambi – se quedará aquí hasta que se recupere. Lo importante es su salud.

Mientras la dama de honor llevaba a su hijo al hospital, el caballero Luis se acercó a la reina Panambi y le preguntó:

  • ¿Dónde se encuentran los príncipes?
  • Los mandé a una misión de emergencia – respondió Panambi – mi esposo Brett fue algo… insistente con el tema. Seguro que ya te habrás enterado lo que le sucedió a tu compañero de escoltas.
  • Sí, lo sé. Pero no debe preocuparse por el caballero Zafiro. Él es un hombre muy fuerte y, aún con el brazo herido, podrá contener al príncipe Brett con facilidad.
  • Bueno, fue un guerrero del reino del Norte. Sin duda que ese país está más avanzado en esas cuestiones. Si quieres, puedes verlo en el hospital.
  • Está bien, su alteza. Iré a verlo de inmediato.

Horas después, se acercó el mayordomo a la reina y le dijo:

  • Majestad, el hijo de su dama de honor desea verlo cuanto antes, tiene una información que quiere revelarle y no puede esperar.

Eso le extrañó a Panambi, ya que ella esperaba que el chico tardara bastante en brindarle su testimonio. Aún así, deseó ir a escucharlo.

El niño se encontraba acostado sobre la cama del hospital, en compañía de su madre. La reina se sentó al lado de él, en una silla. Y, acariciándole la cabeza con ternura, le preguntó:

  • ¿Cómo te sientes ahora?
  • Estoy bien, gracias a usted, majestad – respondió el niño.
  • ¿De verdad quieres hacerlo? – le preguntó lady Queral a su hijo - ¡Necesitas recuperarte!
  • Debo hacerlo, madre – dijo el niño – esos bandidos deben ser capturados.

La reina estaba de acuerdo con lady Queral en que deberían dejarlo descansar, pero admiró la determinación del niño para ayudarla con el caso. Así es que decidió tomar su testimonio.

  • Había diez más en el galpón – explicó el niño – todos estaban atados. Y nos vigilaban varios hombres armados con escopetas. Vi que dos sujetos discutieron y dijeron que un tal Rudy estaba siendo incontrolable por querer secuestrar a uno de los príncipes, cuando su jefe les ordenó que solo los despistaran.




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