Los esposos de la reina

Capítulo 42. Un duro castigo

Cuando llegaron al palacio, los soldados colocaron a los príncipes delante del trono. La reina Panambi tuvo un atisbo de compasión al verlos sometidos de esa forma. Pero debido a la etiqueta, permaneció con su expresión neutra mientras se preparaba a dictar sentencia.

El capitán, doblando una rodilla al suelo e inclinando la cabeza, le dijo:

  • Su alteza, no tuvimos otra opción más que aplicar la fuerza. Pero nos aseguramos de traerlos con vida, tal como lo ordenó.
  • No se puede evitar. ¡Así son mis maridos! – dijo Panambi – Son fuertes y valientes… pero obstinados. Y es por eso que no me queda otra opción más que castigarlos.

La reina hizo una pausa y dirigió su mirada a Brett, quien tenía una expresión vacía. Respiró hondo y dijo:

  • Deposítenlos en sus camas, sin desatarlos, y cierren las puertas y ventanas de sus dormitorios con llave. Se quedarán así hasta el amanecer para evitar que intenten escapar. Si se mantienen calmados, les irán bien y no sufrirán daños.

Los guardias tomaron a los príncipes de sus cinturas y procedieron a llevarlos a sus habitaciones. Brett y Zlatan se mantuvieron calmados, como si estuviesen absortos en sus mundos internos. Eber y Uziel siguieron forcejeando, pero en vano. Y ya cuando estaban por los pasillos, escucharon el grito del muchacho a lo lejos:

  • ¡Maldición!

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………

  • ¡Su alteza! ¡Debería descansar!
  • No puedo, lady Queral. Tengo mucho que hacer.

Aun siendo cerca de las diez de la noche, la reina Panambi siguió en su oficina firmando documentos. Su rostro se veía demacrado y sus ojeras enmarcaban sus ojos como un antifaz. También, tuvo que contactar con la condesa Yehohanan para que se encargara ella misma de rescatar a Rhiaim y Aurora y, a su vez, enviar un mensaje a la reina Jucanda explicándole la situación, a la par de que le aseguró que los príncipes estaban a salvo dentro del palacio.

La reina del Este respondió, diciéndole:

  • No me meteré en sus métodos de disciplina ya que usted es la esposa de mis hijos, no me concierne lo que haga con ellos. Siempre que los mantenga con vida, no levantaré la mano contra usted por “falta de cuidados”. En cuanto a mi primogénito… no me quedará otra opción más que adelantar las cosas. Le prometí que enviaría a los duques Aaron y Abiel, otros hijos míos, para apoyarlos en su misión. Pero necesito planificar las cosas con ellos. Es por eso que solicito una audiencia mañana, a las seis de la tarde, vía comunicador, para que podamos conversar al respecto.

“Bueno, es claro que ella solo le importa si sus hijos aún respiran”, pensó Panambi. “Pero, aún así, debo tener cuidado. No sé hasta qué punto tenga control sobre la situación. ¡No dejaré que se los lleve de mi lado!”

Poco después, escuchó un barullo a las afueras de la oficina. Panambi salió a ver qué sucedía y se encontró con el caballero Luis golpeando salvajemente a uno de los soldados que se encargó de traer a los príncipes al palacio.

  • ¡Miserable! ¿CÓMO SIQUIERA OSASTE EL QUERER ABUSAR DE LOS PRÍNCIPES?
  •  ¿¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?!? – Dijo Panambi.

Luis giró la cabeza y la miró con una furia tal que la reina palideció. De inmediato, ella mandó que cuatro guardias lo detuvieran. Y mientras el caballero del Oeste era contenido por los soldados, señaló a la reina con el dedo y le dijo:

  • ¡ERES UNA INEFICIENTE BUENA PARA NADA! ¡SE NOTA QUE SOLO ERES UNA VULGAR PLEBEYA QUE LE QUEDA MUY GRANDE LA CORONA! ¿Cómo te atreviste a humillar así a tus propios esposos? Y peor aún: ¡PERDONASTE AL SOLDADO QUE PROPUSO ABUSAR DE ELLOS! ¡DAS ASCO, MUJER!
  • ¿QUÉ? ¿ABUSAR?

De inmediato, el capitán se acercó, hizo una reverencia a la reina y dijo:

  • Su majestad, uno de mis hombres se dejó llevar por el odio y quiso que se les violara a los príncipes. Pero le juro que hice lo posible para que eso no sucediera. Es más, el príncipe Brett lo confrontó aún estando en una posición desventajosa, es un hombre digno de admirar y que sabe cómo hacerse respetar.

Poco a poco, los ojos de Panambi se humedecieron ante tales palabras. De nuevo se dejó llevar por la ira y la presión que la Corte le ejercía desde hace tiempo, haciendo que sus esposos se volvieran a exponer al peligro por su propia mano. Sin poder resistir más, comenzó a llorar y tambalearse, siendo sujetada de inmediato por su dama de honor.

  • Majestad, no se altere, por favor – dijo lady Queral, por lo bajo.

La monarca respiró hondo una y otra vez, hasta lograr serenarse. Estaba hecha un manojo de nervios y, en esos instantes, no sabía bien qué hacer. Pero el capitán la hizo regresar a tierra con una sencilla pregunta:

  • ¿Qué haremos con el caballero del Oeste?  ¿Lo encerramos?
  • No – dijo Panambi – entiendo su enojo, lastimé al hombre que él ama con locura, aunque no lo admita. Dejen que proteja a mi esposo oficial para que nadie ose el tocarlo durante su castigo.
  • Sí, su majestad.

Panambi se llevó una mano al mentón, a modo pensativo. Se preguntó si de verdad no se sobrepasó con sus esposos al humillarlos de esa forma, delante del trono e ignorando sus propias jurisdicciones que es el de servir como apoyo a la corona. Su corazón dio un vuelco al pensar que, posiblemente, se estaba volviendo igual que la reina Jucanda al someterlos de esa manera para evitar que se le rebelasen a futuro.

Con ese temor de volverse una basura de esposa, giró su cabeza hacia su dama de honor y le indicó:

  • Guía a las damas personales de mis esposos para que les provean de agua. Aunque están castigados, no quiero que terminen deshidratados y más sabiendo que estuvieron expuestos al fuego.
  • SÍ, su majestad. Así se hará.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.