Los esposos de la reina

Capítulo 43. La herencia genética familiar

La duquesa Dulce volvió a visitar a la reina Panambi y, esta vez, ambas se reunieron en la oficina para charlar sobre los últimos acontecimientos surgidos entre esos días.

  • En verdad siento mucha lástima por los príncipes – dijo la duquesa – son chicos amables y con una altísima voluntad para hacer las cosas. ¡Merecen ser felices!
  • Ahora que el duque Rhiaim y la ex reina Aurora fueron secuestrados, será aún más difícil devolverles esas sonrisas en sus rostros – dijo la reina Panambi – además, tenemos muy pocas pistas sobre su paradero. La espía que se había infiltrado falló en su misión y todas las posibles “bases” han desaparecido.
  • ¿Y dónde se encuentran ahora sus esposos?
  • Están en el patio. ¿Vamos a verlos?

Ambas mujeres salieron de la oficina y se dirigieron al patio. Bajo el naranjo se encontraban los cuatro príncipes, formando un círculo. Brett se encontraba con las rodillas dobladas y Uziel estaba con la cabeza sobre su regazo, dejando que su hermano mayor le acariciara sus rubios cabellos. Eber se encontraba con las piernas extendidas, mirando hacia arriba y, de vez en cuando, dando uno que otro suspiro. Zlatan estaba con la espalda apoyada sobre el tronco del naranjo, leyendo un libro aunque, por sus ojos, parecía estar en otra parte.

En un momento, escucharon que Uziel decía:

  • Mi hermano estaba protegiéndome de esa bruja llamada reina Jucanda. Le sangraba la cabeza. No sé qué pasó, pero recuerdo que sentí mucho miedo.
  • Creo que en ese entonces tenías cuatro años – dijo Eber, mirándolo por unos breves instantes para, luego, dirigir sus ojos hacia el cielo – es extraño que, después de tanto tiempo, puedas recordar algo.
  • La mente humana es muy extraña – murmuró Zlatan, sin despegar la vista del libro – y lo que nos sucedió capaz contribuyó a desbloquear ese recuerdo. Suele pasar.

Brett no dijo nada. Panambi dedujo que era porque estaba en su mutismo, ya que pudo ver que lanzó un ligero suspiro mientras sus ojos se tornaban vacíos. El resto, al ver que el mayor seguía sin hablar, decidieron guardar silencio y acompañarlo en su tristeza.

  • Siento que fui muy cruel con ellos – dijo Panambi a Dulce – escuché que la reina Jucanda les infringía severos castigos cuando vivían bajo su custodia. Incluso les dejaban sin comida ni agua por varios días. Y yo, ayer hice algo similar. Acaso… ¿Me estoy volviendo igual a ella?
  • No son parecidas – dijo Dulce, manteniendo una expresión neutra – Un esposo debe obedecer a su esposa y estos chicos merecían ser amonestados. Pero, si me lo permite, majestad, ¿puedo darle una sugerencia?
  • ¡Claro! ¡Eres mi compañera del instituto! Puedes decirme lo que quieras.
  • No me meteré en tus métodos de castigo porque no me incumbe, pero, desde mi percepción, sus esposos se sienten humillados. Fueron amarrados y traídos a rastras como costales de papas. Parecían más unos reos que unos nobles. Aún con todo lo que sufrieron en su infancia, ellos no son plebeyos. ¡Son príncipes! Nacieron en cuna de oro, están acostumbrados a que les sirvan y todos sus movimientos son monitoreados para que no sufran daño. Después de esto, han perdido el poco respeto que consiguieron ganarse en estos últimos meses. No me extrañaría que, pronto, los propios sirvientes y soldados que los vigilan los acusen de cada pequeña falta para limitar aún más sus movimientos y hacerles pasar por castigos cada vez más severos y crueles. Por eso, querida amiga, antes de decidir qué métodos usar para controlarlos, considera sus estatus para que, al menos, mantengan la dignidad intacta.

Panambi tragó saliva. Si bien ahora Dulce estaba en una posición inferior a ella, conocía más a fondo cómo funcionaban las cosas en la Alta Sociedad. Y lo que más le impactó fue que dijo casi lo mismo que el caballero Luis en la noche anterior, solo, en ese entonces, su mente se alteró de tal forma que tomó muy mal sus acusaciones. En eso, fijó sus ojos en Brett, quien seguía sumergido en su mutismo, y comentó:

  • El caballero Luis me mencionó que uno de los soldados propuso abusar de ellos, pero Brett lo confrontó y le puso en su lugar. El capitán me confirmó ese hecho y mencionó que se admiró al ver cómo el príncipe, aún estando en desventaja, lidió con la situación. El Brett que conocí en los primeros días de casados solo bajaría la cabeza y suplicaría por piedad. Ahora, es capaz de todo para protegerse tanto a él como a sus hermanos. Por eso, Dulce, sé que mis esposos mantendrán su dignidad intacta, sea en la situación que sea. Y me encargaré de apoyarlos en eso.

La joven monarca levantó un dedo y señaló hacia un costado, de forma discreta. La duquesa miró de reojo y detectó una pequeña luz titilando al costado de la pared. En eso, Panambi dijo:

  • Nunca permitiré que mis esposos vivan un infierno en vida dentro del palacio. Pero, por favor, no le digas nada a nadie. Que esto quede entre nosotras dos.

Dulce asumió con la cabeza, sin evitar dar un suspiro de alivio. Lo que menos quería era que Zlatan viviese un tormento, y más sabiendo que era de los príncipes más débiles y sensibles, aunque no lo aparentaba.

Mientras charlaban, apareció el mayordomo del palacio e informó:

  • Majestad, el príncipe Janoc acaba de llegar y desea hablar con usted, si es posible.
  • Supongo que me pedirá que salve a su mujer – dijo Panambi, poniendo una expresión de tristeza – Ni modo, él también deberá alojarse en el palacio por un tiempo hasta que consigamos rescatar a la ex reina – la monarca hizo una pausa, giró su cabeza hacia Dulce y le dijo – Vayamos juntas en la oficina para explicarle la situación.
  • Está bien, su alteza.

Ambas regresaron a la oficina, donde les esperaban el esposo de la ex reina a quien le informarían de todo lo concerniente a su esposa.




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