Capítulo 44. La confesión de la reina
La reina Jucanda se encontraba sentada en su trono, en compañía de la princesa Danitza ya que estaba siendo instruida por ésta. Delante de ellos se encontraban los duques Aaron y Abiel, los hijos mayores de la reina que nacieron después de Rhiaim.
Aunque se llevaban un año de diferencia, ambos parecían dos gotas de agua: caras pálidas, cejas gruesas y cabellos largos y gruesos de color negro. Aaron estaba vestido con una túnica de color rojo oscuro y Abiel portaba una armadura de bronce, ya que él se había formado como soldado, obteniendo el rango de mariscal.
- Hijos míos, los he llamado aquí para adelantar esta misión – les dijo la reina Jucanda, sin evitar mostrar una expresión de preocupación – lamentablemente, ya no puedo esperar a que pase el mes para que apoyen a sus hermanos menores debido a que un forastero del “Viejo Mundo” secuestró a Rhiaim. Esta vez, admito que fue mi culpa ya que ese hombre tras de mí. Mis hijos que residen en la Nación del Sur me pidieron que no me entregara a él y permaneciese en mi trono. ¿Ustedes también me dirán lo mismo? ¿Acaso una madre no puede ir a proteger a su hijo del peligro?
- Usted es nuestra madre, pero también la reina de nuestro país – le dijo el duque Aaron, dando una reverencia – si algo le pasa, el reino del Este quedará en la ruina y solo abundará el caos y la desidia.
- Aún necesitamos de su guía y protección – continuó el duque Abiel quien, también, hizo una reverencia a la par que miraba de reojo a su hermanita – la princesa Danitza todavía es muy joven para asumir el mando. Necesita que la guíes paso a paso hasta que pueda heredar el trono tras tu muerte o renuncia.
- Deja que nosotros nos encarguemos – continuó Aaron – Como hijos, debemos cuidar de nuestra madre. Como siervos de la corona, debemos proteger a nuestra reina y alejarla de todo peligro.
La reina Jucanda sonrió, resignada. Aún si ella deseaba dejarlo todo e ir tras Rhiaim personalmente, sabía que sus hijos no lo permitirían. Era de las pocas veces en que ellos tenían el control ya que los había educado para garantizar el futuro de la nación y su vida.
Volvió a su expresión neutra y continuó:
- En ese caso, les encargo esta tarea. Salven a su hermano mayor y tráiganme al tal Roger ante mis pies CON VIDA. Me gustaría encargarme personalmente de él y, ya que esta tan interesado en conocerme, sería bueno facilitarle las cosas. ¿No lo creen, queridos hijos?
Los duques no evitaron palidecer al ver que su madre mostró una sonrisa maliciosa, preguntándose así a qué clase de torturas someterían a Roger para vengar a su primogénito. La monarca continuó:
- Partirán mañana al amanecer. Prepararé las naves voladoras para que lleguen al palacio de la Nación del Sur cuanto antes. Pueden retirarse.
- Sí, su majestad.
Los dos hermanos salieron del palacio y, una vez que estuvieron por las afueras, sus semblantes se aligeraron.
- En el fondo, estoy ansioso – dijo Abiel, moviendo sus manos – hace mucho que no hemos visto a nuestros hermanitos. ¿Cómo están? ¿Qué tanto han cambiado? ¿Siguen igual de adorables?
- Recuerdo que Uziel era un niño travieso, pero cariñoso – dijo Aaron, llevándose una mano al mentón a modo pensativo – Zlatan era callado y esquivo. ¡Siempre se escondía en algún rincón para leer un libro! Y Eber… ¡Jah! ¡Era un chico hiperactivo! En cuanto a Brett, era bastante enfermizo. Y aún con todo, se rumorea que es el esposo principal de la nueva reina del Sur… y su favorito.
- ¡Ah, nuestro dulce Brett! ¿Será que habrá comido bien? ¿Su esposa lo cuidará como es debido? Si no es así, me lo llevaré a mi castillo para protegerlo.
- No te precipites, Abiel. Tanto Brett como los otros le pertenecen a su esposa. Pero entiendo tus sentimientos, me gustaría volver a ver a Brett y protegerlo, como siempre lo hemos hecho. Estoy seguro que, ahora mismo, nos está echando de menos.
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Brett y sus hermanos estaban en el campo de entrenamiento. Sin embargo, apenas hicieron estiramientos porque perdieron todas las ganas de fortalecerse debido a la reclusión en el palacio.
Comenzaron a hablar de Aaron y Abiel, preguntándose qué tanto habían cambiado y si de verdad buscarían controlarlos, como lo hacían cuando vivían todos juntos en el palacio del reino del Este.
- Puede que, esta vez, sea más sabio dejar que nuestros hermanos se encarguen – dijo Zlatan, por lo bajo – por cierto, la reina no me visitó anoche. ¿Será que estará tan enfadada que no quiere vernos las caras?
- En realidad, yo se lo pedí – dijo Brett.
Zlatan lo miró, con el ceño fruncido. Todos los hermanos pensaron que el príncipe de los lentes estaba actuando muy extraño. Brett, por su parte, continuó:
- No quiero que la reina toque a ninguno de ustedes, al menos hasta que nos permita participar en la operación. Haré todo lo que esté a mi alcance para protegerlos y persuadirla de que nos deje ir.
Eber, quien se mantuvo al margen, recordó lo de la noche después de su reunión con la reina Jucanda. El caballero Luis le había informado de que Brett fue a hablar con la reina, por lo que fue a buscarlo. Pero cuando llegó, lo encontró saliendo de su habitación, decepcionado.
Y fue por eso que se acercó a él y le preguntó:
- ¿Lograste convencerla?
- Ella intentó apelar a mis “instintos”, pero no sabe que puedo controlarlos a voluntad – fue lo único que le dijo.
- No me gusta que hagas esto – admitió Eber – No resistirás por mucho tiempo y lo sabes. Déjame compartir tu carga, por favor. Soy más fuerte y saludable que tú, podré soportar mejor la ira de nuestra esposa.
- Tranquilo, Eber. Estaré bien. Si quieres ayudarme, protege a los más pequeños, como siempre. ¿Puedes hacer eso por mí, hermanito?
- Está bien, Brett. Protegeré a los pequeños. Pero, ¿quién te protegerá a ti, ahora que nuestro hermano mayor ha desaparecido?