Los esposos de la reina

Capítulo 45. El poder detrás del poder

  • Majestad, uno de los esposos de la reina desea verlo. ¿Lo dejo pasar?
  • Por supuesto.

Janoc, quien accedió a permanecer en el palacio a petición de Panambi, dejó entrar a Eber, quien lucía bastante preocupado. El esposo de Aurora, al verlo, le dio un abrazo y, con una voz admirada, dijo:

  • ¡Has crecido, Eber! ¡La última vez que te vi eras tan solo un niño!

Eber sonrió. Luego, dijo:

  • Brett me pidió que te visitáramos, pero no sé qué está pretendiendo. Por favor, si pudieras hacer algo por él…
  • ¿Qué fue lo que te dijo Brett?

Eber tardó un rato en responder esa pregunta, pero al darse cuenta de que Janoc lo miraba fijamente, respiró hondo y le dijo:

  • Me pidió que cuidara de los pequeños.
  • En ese caso, sigue haciendo eso. Por mi parte, solo intervendré si las cosas salen “jodidas”. Aunque Brett me pidió que me mantuviera al margen, no creo que pueda hacerlo por más tiempo. Él me ayudó muchísimo en el pasado protegiéndome de aquellos nobles que me despreciaron por mis orígenes.
  • Pero si no sabes pelear.
  • También estuve entrenando, sé defenderme bien gracias a eso. Pero descuida, que tengo mis escoltas y dudo mucho que quieran hacerme daño. Al menos los soldados actuales no tienen nada personal conmigo.

Ambos se mantuvieron en silencio por un buen rato. Si bien deseaban respetar el deseo de Brett de que le dejaran su espacio, sabían bien que los soldados y guardias reales de la reina no soportarían por más tiempo y, llegados a cierto punto, buscarían agredirlo por cualquier cosa.

Y mientras se preguntaban cómo proceder, un sirviente que simpatizaba con los príncipes del Este entró, se acercó a Eber y le dijo:

  • Su alteza, un soldado de pasantía está intimidando al príncipe Zlatan cuando lo vio ingresar a la biblioteca. Le dijo que la reina lo prohibió entrar ahí.
  • ¡Diablos! ¡Nuestra esposa se ha pasado! – dijo Eber, apretando los puños. Luego, miró a Janoc y le dijo – lamento esto, pero debo dejarte. Mi hermano me necesita.
  • Lo entiendo – dijo Janoc, mientras tomaba su dispositivo comunicador – en ese caso, déjamelo a mi. Mandaré a unos soldados de mi esposa a que intervengan si los guardias de la actual reina se pasan de la raya.
  • ¡Cuento contigo!

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  • Van. Rojo. Necesito que vigilen que los guardias no se sobrepasen con mis esposos. Si alguno osa el dañarlos, no duden en degollarlos y advertirles al resto que está todo vigilado con cámaras. A ver si así aprenden, de una buena vez, que con mis esposos nadie se mete.

Los antiguos escoltas de Brett estaban preocupados. Y aunque sirvieron al joven príncipe por poco tiempo, ellos en verdad se sentían en deuda con él por haberlos ayudado en el pasado. Y no solo eso sino que, además, fueron entrenados por el guerrero Zafiro para fortalecerse aún más y, así, servir de apoyo para proteger a los más jóvenes.

  • Esta es nuestra oportunidad de saldar la deuda que tenemos con el príncipe Brett – dijo Van, con los puños apretados.
  • ¡Sí! Tanto él como sus hermanos merecen respeto – continuó Rojo – han arriesgado sus propias vidas para salvar a los desamparados y la única recompensa que recibieron fue el de ser humillados y aislados del mundo exterior.
  • En verdad no me gustaría estar en su lugar.

Sus pasos los llevaron hasta el patio y, ahí, vieron un espectáculo increíble: un par de soldados estaban en el suelo, a los pies de Brett. Y, a sus espaldas, se encontraban Tim y Sam, que se abrazaban entre sí, temblando.

  • ¡Su majestad! – dijo Tim, con la voz temblorosa - ¡N… no nos defiendas o se meterá en problemas!
  • ¿Acaso hay algo de malo en que los proteja? – preguntó Brett, sin siquiera mirarlos – La reina solo me ordenó quedarme dentro del palacio, no permanecer al margen cuando los guardias abusan de su poder contra personas que no saben pelear.

Un tercer guardia se acercó, lo señaló con el dedo y le dijo:

  • ¡B… bastardo! ¡Le diremos a la reina que…!
  • Adelante, háganlo – le desafió Brett, colocándose las manos en la cintura y mirándolo con una expresión vacía – Y les dirá que solo ella puede tocarme.
  • ¡Jah! ¡Te crees la gran cosa por ser el esposo oficial de la reina! ¿Pero sabes qué? – el guardia tomó del cuello de la camisa de Brett - ¡Estas ropas que tienes son gracias a ella y al dinero de tu madre! ¡Nunca tendrás nada por tu propio mérito!

Brett tomó al guardia de su brazo y, con un ágil movimiento, lo lanzó y lo estrelló al suelo.

Luego, ante la vista de todos, procedió a desabrocharse la camisa mientras decía:

  • ¡No necesito estos trapos! Mi esposa lo dijo: puedo andar desnudo y nadie tiene derecho a hacerme daño.

De inmediato, Van se colocó delante de Brett y lo tomó de las muñecas para evitar que se desnudara por completo. Rojo, a su vez, se acercó a los sirvientes heridos y, al ver que Sam tenía el dedo roto, señaló a los intrépidos guardias y les dijo:

  • ¡No tienen derecho a lastimar a los sirvientes y guardias que sirven directo a los príncipes! ¡Si vuelven a hacerlo, me veré obligado a degollarlos los cuellos! ¡SON ÓRDENES DIRECTAS DE LA REINA!
  • Rojo, no hace falta eso – dijo Brett, consiguiendo zafarse del agarre de Van y acercándose al soldado a quien lanzó al suelo – como esposo de la reina, tengo permitido encargarme de estas cosas sin su intervención.

Y, sin contemplaciones, le reventó los dientes a su contrincante, de una patada.

Varios sirvientes y soldados se acercaron para presenciar la escena. Brett se dirigió a ellos y, con los brazos extendidos y su pecho descubierto al aire, les dijo:

  • Que todos sean testigos de que lo hice en defensa personal. Quien se atreva a tocarme a mí y a mis hermanos, perderá algo más que sus míseros dientes. Respétenme y les prometo ser fiel a la corona, jurar lealtad a la reina y proteger a los desamparados con mi vida.




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