Los esposos de la reina

Capítulo 49. Resistiendo en el infierno

Zlatan fue a la biblioteca para devolver el libro que sacó el día anterior, cuando los guardias le persiguieron. Pero, al contrario que la otra vez, éstos lo dejaron pasar y hasta inclinaron sus cabezas en señal de saludo, respetando su etiqueta.

“Me pregunto qué castigo habrán recibido”, pensó Zlatan. “¿O será por efecto de mi hermano mayor?”

Cuando fue recibido por la bibliotecaria, el príncipe de los lentes le entregó el libro y le dijo:

  • Disculpa por haberlo sacado sin avisarle.
  • No tiene que disculparse, majestad – le dijo la bibliotecaria – entiendo su situación. Aunque… admito que me causó gracia cuando usted se aferró al libro, como un niño encaprichado por un juguete.
  • Ese no soy yo. No sé qué me pasó.
  • Usted ama los libros, ¿no es así, majestad? ¡Ojalá tenga más visitantes así! Por eso, le esperaré siempre en este lugar. Si esos guardias vuelven a molestarlo o impedirle el paso, yo misma se lo informaré a la reina Panambi para que los castiguen. ¡Usted es un príncipe, merece respeto!  
  • Muchas gracias, señora. Que siga siempre compartiendo conocimientos con el mundo.

Zlatan salió de la biblioteca, con un mejor humor que antes.

Cuando se dirigió hacia el campo de entrenamiento para reunirse con sus hermanos, vio a Brett cruzar por los pasillos, en compañía de Eber. Cada vez que se cruzaban con algún sirviente o guardia, éstos de inmediato lo saludaban, inclinando la cabeza a modo de respeto. En eso, escuchó que Eber decía:

  • ¡Guau! ¡Sí que son diferentes ahora! ¿Qué bicho les habrá picado?
  • Compórtate, Eber – le dijo Brett, manteniendo una expresión serena – Es claro que nadie se atrevería a menospreciarnos o intimidarnos sabiendo que hay cámaras monitoreando nuestros movimientos. Pero descuida, hermanito, que ya tengo identificado a los sirvientes y guardias que si son leales a nosotros y están dispuestos a servirnos a voluntad. Pero todavía me falta dar el siguiente paso para que su fidelidad sea fuerte y permanente.
  • ¿Y qué planeas hacer?

Brett hizo una larga pausa y, luego, respondió:

  • Financiaré los estudios de sus hijos con mi presupuesto de príncipe. Si alguno fue víctima de acoso, lo apoyaré con una atención médica y psicológica de primer nivel, sin importar que sea un chico o una chica. A ver si así mis enemigos se atreven a decir que solo nos la pasamos viviendo la gran vida y no servimos de nada.

“En verdad está actuando como un rey”, pensó Zlatan. “Si bien expresó que no tiene deseos de obtener ese título, estoy seguro de que nuestra esposa se está planteando en gestionarlo. A veces, las cosas solo surgen sin siquiera planearlas”.

Los siguió hasta el campo de entrenamiento. Ahí, Uziel los esperaba, aunque ya decidió adelantarse entrenando con un muñeco de madera, al cual no paraba de dar golpes y patadas.

  • ¡Guau! ¡Uziel sí que tiene mucha energía! – se admiró Eber.
  • Debe ser por la edad – comentó Brett – sin duda que está dispuesto a todo para ser más fuerte.

Un poco después, llegaron los duques. Éstos se acercaron a Brett y le dijeron al unísono:

  • ¡Vamos a viajar juntos!

El semblante sereno de Brett se rompió y mostró una expresión de sorpresa.

  • ¿Pero no acordamos de separarnos para abarcar todos los pueblos?
  • Ya nos encargamos de filtrarlos, hermanito – le dijo Abiel.
  • ¡Sí! Unimos cabeza con la reina y la condesa para hacer nuestra selección y, así, estar todos juntos en este viaje familiar. ¿No es eso emocionante? – dijo Aaron.
  • ¡Uf! Olvidé que siempre consiguen salirse con las suyas – dijo Brett, mostrando una cara de fastidio.

De inmediato, los dos duques lo tomaron de los brazos y frotaron sus cabezas sobre sus hombros, diciendo cosas como:

  • ¡Ay, nuestro pobre Brett! ¡Perdónanos por no mantener contacto con ustedes!
  • ¡Sé que nos odias y te sientes abandonado! ¡Pero te juro que, por la Diosa, siempre hemos pensado en ti y en los demás hermanitos!

“¡No me siento abandonado!”, pensó Brett, mientras intentaba forcejear, en vano.

Poco después, se acercó Sam, quien sostenía un ramo de flores, y le dijo a Brett:

  • Su alteza, quiero darle algo.

Al instante, los duques soltaron al príncipe y se mantuvieron distantes, retornando a su etiqueta.

Brett se acomodó la ropa, se acercó al sirviente y le dijo:

  • Buenas tardes, Sam. ¿Qué deseas darme?
  • Es este regalo – le dijo Sam, mostrándole las flores – las compré en la Capital y pensé en que podían serle útil para dárselo a su esposa. Como… no puede usted salir del palacio y… no podemos arrancar flores en el jardín… quise demostrarle mi lealtad juntando mis ahorros para apoyarlo con esto. Es lo único que puedo hacer ahora.

Brett no evitó sentirse conmovido, preguntándose cuánto debió gastar para comprar esas flores. Pero, también, se preguntó el porqué no le dijo al respecto para, así, prestarle dinero y que pudiese comprarlo sin gastar sus propios ahorros. Y con eso en mente, le dijo:

  • Agradezco su noble gesto, buen hombre. Sabiendo que gastó su dinero en mí, me gustaría darte una recompensa. Pídeme lo que quieras y veré de cumplirlo.

El sirviente mostró una sonrisa gentil y respondió:

  • Sé que quiere incentivar a la protección de los chicos que fueron víctimas de estupro y acoso. Tengo un hijo, es muy brillante pero, por culpa de unos matones, cayó en un mutismo extremo difícil de lidiar. No cuento con los recursos para pagar un psicólogo y los pocos que conozco que ofrecen una atención gratuita, solo atinan a decir que debe aprender a “controlar sus instintos”. Si está dentro de sus posibilidades, me gustaría que me apoyara en eso…
  • En ese caso, recurre al barón Orestes – dijo Brett, recordando que él fue uno de los nobles que apoyó su iniciativa en la reunión del Consejo y se ofreció para los contactos – él le brindará información sobre psicólogos que si estén dispuestos a ayudar a tu hijo a superar el trauma. En lo posible, que la lista incluya los precios de sus honorarios. Cuando lo obtengas, pásamelo sin importar la hora y lo gestionaré. Le doy mi palabra.
  • Muchas gracias, majestad. Que la Diosa bendiga su generosidad.




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