Los esposos de la reina

Capítulo 50. El gen de la inmortalidad

Dos chicas estaban recorriendo las estrechas calles de un pueblito aislado. Normalmente, solían estar vacías, pero, esta vez, había mucha gente dirigiéndose a un solo lugar.

Por sus vestimentas, los pobladores dedujeron que eran simples mercaderas venidas de lejos para comprar suministros. Una iba con una larga capa negra y la otra lucía un sencillo vestido azul de mangas cortas. Y como no portaban ningún arma, rastreador, dispositivo o micrófonos de espionaje, las dejaron pasar sin inconvenientes.

Tras dar varios pasos, doblaron una esquina y se encontraron con un pequeño puesto, donde la gente se amontonaba delante de una mesa de madera repleta de frascos con líquido rojo. Y, detrás de la mesa, habían dos hombres atendiendo a los clientes y diciendo cosas como:

  • ¡Les aseguramos que está 100% verificado que esta pócima les curará de todas las enfermedades!
  • ¡Contamos con testimonios que lo avalan! ¡Es legal y fidedigno!

Ambas chicas se acercaron y dijeron:

  • ¿Nos puedes dar algunas muestras? Estamos buscando productos para nuestro negocio dedicado a la venta de cosméticos y perfumes.
  • Pensamos expandirnos hacia el ámbito de la salud y tratamientos antiarrugas.

Tras negociar con los vendedores, consiguieron comprar una caja y se marcharon inmediatamente de ahí.

A las afueras del pueblo, hablaron entre ellas en un susurro:

  • ¿Nos están siguiendo?
  • Puede ser. Pero los drones no son rivales para nosotras. No caeremos como le sucedió a nuestra hermana Azul.
  • Por ella debemos esforzarnos. No perdonaré a nadie que haga daño a una de nuestras hermanas.

Llegaron hasta un vehículo, metieron la caja en el asiento trasero, subieron en los asientos delanteros y marcharon rápidamente de ahí. Tras unos kilómetros, llegaron a un galpón abandonado, el cual estaba rodeado con antenas antirradares de última generación, por lo que no requería de un motor que las hiciese funcionar. Entraron y depositaron uno de los frasquitos dentro de un dron, que lo enviaron directo a otra sede situada en una villa simpatizante con la corona.

La persona que recibió el dron era otra chica, con el pelo teñido de rosado. Vio el frasquito y la nota escrita a mano que decía:

MEDICINA DE LA INMORTALIDAD. PUEBLO DEL SUR SIN NOMBRE. VENDEDOR: RUDY.

  • Esto parece más sangre que otra cosa – dijo la pelirosa - ¿Será que venden la sangre del duque? Que la Diosa no quiera, o surgiría una horda de psicópatas con el puro deseo de matar.

La mujer hizo un análisis previo y comprobó que, en verdad, era sangre. Pero no la del duque.

  • ¿De quién será? Sería arriesgado decir que ahí tienen detenido al duque y a la ex reina, pero en los otros pueblos no encontramos pista alguna de su paradero ni de Roger. Aún así, no debo hacer esos cuestionamientos. La jefa sabe lo que hace y nos pidió que de ninguna manera intentemos vengar a nuestra hermana Azul, ya que tiene miedo de que nos hagan daño también. ¡Ni mi madre se preocupa tanto por mí! ¡Por eso es un placer servir a mi jefa!

Se acercó a su comunicador, envió su mensaje a la condesa Yehohanan, junto con la coordenada, para que los duques y su equipo de rescate actuasen de inmediato.

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………

  • Les devolveré sus dispositivos comunicadores. Seguro extrañarán comunicarse con sus amigos. Lamento todo esto.

Brett y Eber recibieron sus dispositivos tanto de ellos como de los demás hermanos. El joven príncipe, mirando el aparato con detenimiento, preguntó:

  • ¿No estará manipulado para espiar nuestras conversaciones?
  • No llegaré tan lejos… aún – le respondió Panambi – Aunque sean mis esposos, deseo respetar su privacidad siempre que sea posible. Pero necesito que pongan de su parte para no llegar a esos extremos.
  • ¡Guau! ¡Funcionó lo de las flores! ¡No lo puedo creer! – dijo Eber, acariciando su dispositivo con su mejilla.
  • Bueno, ella no nos dejaría ir en un sitio riesgoso sin un dispositivo que podamos usar para, al menos, hacer una llamada de emergencia. ¿O no? – dijo Brett, mirando a Panambi con una extraña sonrisa gentil que contrastaba con sus ojos desafiantes – Y seguro que para nada querrá que los sirvientes comiencen a gastar sus pocos ahorros para poder apoyarnos. Ah, si hubiese sabido que Sam se tomaría esa molestia por mí, le habría prestado dinero para que comprar algo más lujoso para nuestra esposa.
  • Los plebeyos no confiarían enseguida en un noble para pedirle prestado plata, no importa qué tan generoso sea – le dijo Panambi, alzando una ceja – Además… ¡Sé muy bien lo que pretendías con esto, Brett! ¡No volveré a caer en tus trucos! ¡Para que sepas, solo les devolví los dispositivos porque así me lo sugirió la condesa para no gastar más recursos!
  • ¿Será que algún día podré ganarte, esposa nuestra? – dijo Brett, poniendo una falsa expresión de tristeza.

Mientras hablaban, Eber se fijó en un plano, por lo que se acercó y preguntó:

  • ¿Este es el pueblo al que iremos al final?
  • Así es – dijo Panambi – Es el pueblo al que todos irán al final para rescatar al duque y a la ex reina y capturar a Roger. Los duques Aaron y Abiel se han esforzado mucho para filtrar las opciones y, en conjunto con las espías de la condesa Yehohanan, lograron dar con el destino correcto. Al final, fue una suerte que la reina Jucanda los ha enviado, o seguiríamos en un punto muerto.
  • Sea lo que sea, ellos no impedirán que lidere esta operación – dijo Brett – aquí y ahora armaremos un plan para infiltrarnos en este pueblo e interrogar a los subordinados de Roger que estén merodeando por ahí.
  • ¿Seguiremos con la idea de disfrazarnos de plebeyos? – preguntó Eber – Ahora que tenemos el cabello corto, no llamaremos tanto la atención. Pero el problema son nuestros hermanos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.