Durante la infiltración y posterior captura de Rudy y su compañero de ventas, los duques y príncipes descubrieron que mucha gente estaba tan desesperada por conseguir la medicina “milagrosa” que, en plena calle, vendían sus cuerpos para poder conseguirlas. Brett, al escuchar lo que comentaban sus hermanos al respecto, no evitó pensar en su propia experiencia:
“Esos dos hombres no estaban mintiendo cuando me dijeron que era algo de todos los días. Puede que, en el fondo, comprenda a esas personas. Aún con mi estatus, ofrecí mi cuerpo a mi esposa para proteger a mis hermanitos de su ira. Pero, a la vez, pude escudarme en ella para evitar que esos soldados quisieran abusar de nosotros cuando nos sometieron ese día. Si, mi título me garantiza proteger mi integridad, pero, ¿el resto? ¿Cómo pueden lidiar con el día a día sin tener en qué escudarse?”
Y estaba tan absorto en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que un enfurecido Aaron se acercó rápidamente a él y le dio una fuerte bofetada, lanzándolo al suelo.
Luis se acercó y ayudó a levantarse a Brett, quien mantuvo la mirada al suelo mientras se palpaba la zona golpeada. Cuando consiguió ponerse de pie, respondió:
Inesperadamente, Aaron le acarició la cabeza, despeinándole los cabellos, mientras le decía:
En eso, Eber se acercó. Brett, mirándolo con pena, le preguntó:
“¡Pesado!”
El recinto era bastante grande, con alguna que otra herramienta y varios accesorios electrónicos que las espías usaban para sus espionajes. Los soldados de la reina formaron una barricada por los alrededores para vigilar que los duques y príncipes permaneciesen en su interior. Los soldados de los duques, en cambio, permanecieron adentro y se encargaron de preparar las herramientas de tortura para iniciar con el interrogatorio.
Las espías de la condesa también se encontraban ahí, jugando con las medicinas que consiguieron comprar en el pueblo. Tal como les había dicho Rosa, eran de una apariencia débil y delicada, pero más les sorprendieron al ver que apenas eran unas adolescentes. Quizás fuesen un par de años mayor que Uziel, pero eran más pequeñas que él y, además, eran expertas en el manejo de armas pequeñas que escondían en sus cabellos. De esa forma, podían defenderse y ocultarse en cualquier rincón cuando debían huir del enemigo.
Las chicas, al recibir al grupo de nobles y soldados, comenzaron a emocionarse tanto que no paraban de rodearlos y hacer comentarios sobre sus apariencias.
Los duques y príncipes, pronto, se sintieron incómodos, pero mantuvieron la compostura. En esa, Aaron se acercó a ellas y les dijo:
Las dos mujeres no evitaron ruborizarse y, de inmediato, dijeron al unísono:
Cuando se retiraron, Aaron comentó:
Rudy y su compañero estaban atados en sillas. Uziel y Zlatan les colocaron mordazas en sus bocas para evitar que se mordieran la lengua durante su interrogatorio. Las mismas consistían en varillas de madera sujetadas con cintas, eran lo suficientemente estrechas para no impedir que hablasen pero, también, les mantenía la boca abierta para que sus dientes no hiciesen contacto.
Eber les pasó una caja de herramientas de tortura a los menores. Zlatan tomó un aprieta dedos y Uziel unas enormes tijeras que se usaban para cortar orejas.
Zlatan se acercó a Rudy y le preguntó:
Rudy no respondió. Entonces, el príncipe de los lentes se colocó detrás de él y le rompió uno de sus dedos con su herramienta. Aún con la mordaza, el grito del hombre retumbó por todo el recinto.