Los esposos de la reina

Capítulo 53. Que se encarguen los mayores

Uno de los subordinados de Roger entró al cuarto donde tenían encerrado a Rhiaim y le entregó el plano del lugar. El duque lo revisó y pudo saber, exactamente, dónde estaba y en qué parte tenían encerrados a los niños. Si bien su plan era escapar, no quería abandonar a otros que estuviesen en una condición similar o peor que la suya.

  • Hay como cinco niños de entre 8 a 10 años – le explicó el sujeto – si van por el conducto de aire, es posible que consigan escapar. Pero usted no podrá entrar ahí, es muy estrecho para un adulto.
  • Bien. Ya me las arreglaré por mi cuenta – dijo Rhiaim, doblando el plano y guardándolo en el bolsillo de sus pantalones – Por cierto, la ex reina…
  • Ella está en la enfermería, dijo algo de que tiene sus “problemas de mujer” y la mandaron a que la atendieran. Me dijo que no se preocupe por ella, que verá de salir por su cuenta. Por cierto, majestad, en cuanto al pago…
  • Entre mis cosas confiscadas hay algunos diamantes y zafiros – recordó Rhiaim – Si no los han usado aún para intercambiarlas por dinero o bienes, puedes quedártelos para ti. Será mi pago por haberme ayudado.
  • Me conformaré con tus armas, duque – le dijo el sujeto – Al menos que quieras que te las traiga.
  • No – dijo Rhiaim – no quiero que me devuelvas mis cosas. Sospecharán enseguida si desaparecen un poco antes de mi escape. Por ahora, me las arreglaré con mi propia fuerza.
  • Buena suerte, majestad.

El hombre se marchó y cerró la puerta con llave. Rhiaim volvió a acostarse en su cama, mirando al techo. Había verificado una y otra vez que no hubiese cámaras de vigilancia o siquiera algún micrófono, pero no encontró nada. Incluso recibía visitas constantes de los subordinados de Roger para monitorear sus movimientos, por lo que dedujo que su captor se valía de la mano de obra en ausencia de un sistema de seguridad similar a la de un castillo.

“¡Es claro que no todos le son leales!”, pensó Rhiaim. “Solo pierden dinero y ni cuentan con seguro de vida. Al menos los antimonárquicos luchaban por un ideal en común y se apoyaban entre ellos, por eso me fue difícil derrotarlos en sus tiempos de esplendor. A todo esto, me pregunto cómo estarán Aaron y Abiel. Espero que lleguen pronto, los extraño un montón”.

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Aaron, Abiel, Brett y Eber llegaron al lugar. Sus escoltas, junto con los soldados de los duques y otro par de soldados pertenecientes a la reina Panambi, rodearon toda el área por si debían cubrirles desde la distancia. La fábrica era un edificio antiguo rectangular, con un par de antenas antirradares a los costados que eran alimentados por un motor situado en la parte trasera.

  • Esas antenas son viejos modelos – dijo Brett – Zlatan me comentó que, posiblemente, Roger cuente con un sistema de comunicación “interno” que usa para comunicarse con los subordinados que están lejos, y así orquesta sus órdenes aún con las antenas instaladas.
  • Si, puede ser – dijo Abiel – los viejos modelos ya casi no resisten los canales de comunicación modernos. Pero, de todas formas, esas antenas son un incordio para nosotros, que poseemos dispositivos con otro tipo de canal de conexión.
  • ¡No entiendo nada! – dijo Eber - ¿Podrían dejar de humillarnos a los brutos como Aaron y yo y concentrarse en derribar esas antenas!
  • Hasta yo entendí… algo – dijo Aaron, molesto – Hay que destruir ese motor para activar la señal y, así, usar nuestros propios canales de comunicación sin interferencia.
  • Pero… ¿Cómo lo haremos? – preguntó Eber, señalando hacia la parte trasera de la fábrica – Hay un guardia vigilando el motor.

Los cuatro vieron al guardia, vestido con un conjunto verde oscuro, parado cerca del motor y sosteniendo su rifle. Aunque, por su posición relajada, parecía más estar dormitando que vigilando.

  • Debemos encargarnos de él y cortar el cable del motor – dijo Aaron - Eso sí, todavía será muy temprano para hacer la llamada de emergencia.
  • ¿Y si voy y lo distraigo? – propuso Brett
  • ¡No! – dijeron Eber, Aaron y Abiel al unísono.
  • ¿Y cómo planean hacerlo entonces? – dijo Bret, cruzándose de brazos.
  • Lo noquearé – dijo Eber – ahora que me fijo bien, parece muy distraído. Si lo abordo desde su espalda…
  • Llamarías la atención – dijo Abiel – lo mejor será “atraerlo”.

El guardia, que estaba dando cabezazos, de pronto escuchó el sonido de unos disparos y el grito de alguien, diciendo:

  • ¡El duque ha escapado!

Eso hizo que el guardia tomara su arma y fuera rápidamente hacia la zona donde creyó escuchar el ruido.

Se metió entre los árboles, tratando de agudizar los oídos para poder escuchar las pisadas del fugitivo. Cuando las escuchó, se dirigió hacia esa dirección y fue sorprendido por Eber quien, de inmediato, le dio un golpe en el estómago y otro en la nuca, noqueándolo.

Abiel y Brett se acercaron rápidamente al motor y, con sus armas, cortaron los cables de alimentación.

Cuando terminaron, apareció Eber, vestido con el traje del guardia. Le quedaba un poco grande, pero ya daba para pasar desapercibido durante la infiltración.

  • ¿Cómo me veo? – preguntó un sonriente Eber.
  • Como un payaso – Respondió Brett.
  • ¡Oye!
  • No peleen – dijo Abiel – Esperemos a que Aaron también consiga otros trajes.

Minutos después, apareció Aaron quien, también, noqueó a un guardia que se encontraba en las proximidades. Debido a la distracción que crearon, no evitaron atraer a más gente y, al final, terminó lidiando con otras tres personas.

Era por eso que Aaron llevaba puesto el traje de guardia y llevaba otros dos conjuntos más que consiguió sacar.

  • Uno de mis soldados se quedará a vigilar, le cedí uno de estos trajes para que nadie sospeche nada – le explicó Aaron, mientras pasaba los conjuntos a Brett y Eber.
  • Al final terminaron llamando la atención – dijo Brett, mientras recibía las ropas.
  • Preferimos eso a verte siendo manoseado – le dijo Eber, frunciendo el ceño - ¡Es desagradable que mi hermano mayor se deje tocar de esa forma solo para “ayudarnos”!
  • Por ahora, deja que nos encarguemos los mayores – dijo Aaron, apoyando su mano en la cabeza de Brett y presionándola levemente - ¿O no querrás que te deje la otra mejilla hinchada?
  • ¡Bueno! ¡Está bien! ¡Ya entendí! ¡No me quiten la única cualidad que tengo! – suplicó Brett, deshaciéndose del agarre y extendiendo los brazos hacia adelante, en posición de defensa.
  • ¡Vamos! ¡Esa no es tu única cualidad! – dijo Abiel, rodeándole los hombros con su brazo – Pero dejemos eso a un lado y centrémonos en la misión. Por ahora, mantente cerca de mí y no preocupes a tus hermanos.




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