Los esposos de la reina

Capítulo 56. Trabajando en equipo

  • Ahora que hago memoria: Abiel siempre fue débil ante la gentileza y encanto de Brett. ¡Aaah! ¡Lo había olvidado! ¡Debí ser yo quien lo mantuviese a mi lado! – se lamentó Aaron, llevándose una mano en la frente.
  • En ese caso, debemos salir de aquí – dijo Eber – no sabemos en qué situación se encuentra Brett.

Ambos hermanos miraron a los guardias, que no paraban de apuntarles con sus armas, dispuestos a dispararles en las piernas si hacían cualquier movimiento en falso.

En eso, escucharon que alguien golpeaba la puerta. Uno de los guardias abrió y dejó pasar a dos chicas, vestidas de blanco, que les traían refrigerios en un carrito.

  • Ya llevan mucho tiempo aquí – dijo una de las chicas – pensamos que podrían tener hambre.
  • También preparamos algo para los rehenes – dijo su compañera - ¡Que lo disfruten!

Y se marcharon.

Los guardias se acercaron al carrito y comenzaron a comer. Los hermanos siguieron en sus sitios ya que sus captores, aún en su hora del almuerzo, seguían sin bajar la guardia.

Uno de los guardias preguntó:

  • ¿No le daremos también a los rehenes?
  • ¿Estás loco? – le dijo su compañero - ¡Eso les dará energías! ¡Mejor dejémoslos hambrientos! ¡Nadie se muere por no comer UN día!

Los guardias no dejaron ni las migajas.

En un par de minutos, los hombres empezaron a dar cabezazos, sus brazos perdieron fuerza y, poco a poco, cayeron al suelo, dormidos.

Eber se acercó al carrito y, tras inspeccionarlo, encontró una pequeña nota enrollada por una de las ruedas. Lo sacó y lo desdobló, reconociendo la letra de Brett en ella:

Pensé que podrían tener hambre y pedí a estas encantadoras chicas que les preparara algo. Ah, descuiden, sus comidas están ocultas bajo el doble fondo. No pretendía dejarlos dormidos en este asqueroso lugar. Espero que, con esto, logre ablandarles su corazón y no sean duros conmigo.

Eber le mostró la nota a Aaron. Éste, al leerlo, dio un silbido y dijo:

  • Entonces también puede usar su belleza para persuadir a las damas. ¡Quién lo diría!
  • No creo que las haya “persuadido” – dijo Eber, con un tic en el ojo – seguro las vio como meras sirvientas y eso evitó que cayera en su mutismo, ja ja ja. A todo esto, ¿qué harás, Aaron? ¿Todavía seguirás con la idea de golpearlo?
  • No – respondió Aaron, dando un suspiro – ya nuestro hermano mayor me regañó por eso. Además, Brett fue muy considerado al enviarnos comida para que repongamos energías. Creo que entiendo lo que decía Zlatan, su fortaleza no está precisamente en su fuerza física.
  • ¡Bien! Ya que él nos rescató, ahora vayamos a rescatarlo a él. Pero antes…

Eber abrió el carrito y encontró un par de bandejas de comida. Ambos hermanos los tomaron y los comieron durante el camino.

En eso estaba cuando les abordó una de las chicas que les trajo la comida. Poco a poco, Eber pareció reconocerla y, señalándola, exclamó:

  • ¿Majestad?
  • Has crecido, Eber – le dijo Aurora – espero que te guste la comida.
  • ¡Así que eres la ex reina! – dijo un admirado Aaron, mientras inclinaba ligeramente la cabeza – un gusto en conocerla, su alteza. Espero que no se sienta perturbada por estar tanto tiempo en este lugar.

Decidieron caminar juntos hasta las escaleras que conducían al primer piso y, ahí, se encontraron con los escoltas de Abiel y Brett. Éstos hicieron una reverencia y dijeron:

  • El príncipe Brett fue secuestrado.
  • El duque Abiel nos ordenó buscarlo, pero no conseguimos alcanzarlo.
  • Ahora, hay dos guardias de Roger reteniéndolo en un cuarto.
  • No nos quedó de otra que permanecer al margen.

En eso, se acercó el escolta de Aaron y, también haciendo su reverencia, le explicó:

  • Roger está fuertemente protegido por un par de guardias armados con rifles. No pude acercarme ya que, apenas me vieron, comenzaron a disparar – el soldado le mostró su brazo herido, donde consiguió colocarse un pañuelo para contener su sangre – lamento haber fallado en la misión.
  • Fue mi culpa – dijo Aaron – no preví que pudiese surgir esta situación.
  • Creo entender cuál fue la intención de Brett – dijo Eber a Aaron – Quizás previó que ustedes dos les darían órdenes contradictorias a sus escoltas y, por eso, decidió “unificarlas” cometiendo esa locura de entregarse a Roger… ¡Uy! ¡Espero que no se atrevan a tocar ni un solo pelo a Brett! – bramó el príncipe pelirrojo, con los puños cerrados.
  • No lo harán – dijo Aaron quien, repentinamente, puso una expresión fría – porque si lo hacen, me aseguraré de darles una muerte lenta y dolorosa.

Siguieron caminando, hasta que se encontraron con el duque Abiel acompañado de dos de los soldados de la reina del Sur en el primer piso. Éste, al verlos, le dijo a Aaron:

  • Lo lamento. Brett nos aseguró que no se metería en problemas.
  • Siempre fuiste débil ante su encanto – dijo Aaron, inflando las mejillas de la indignación – es por eso que debemos estar los dos juntos para protegerlo y mantenerlo vigilado.

Eber, en el fondo, se alegraba de que Aaron y Abiel estuviesen apoyándolos en la misión ya que eran los únicos que tenían control sobre Brett. El príncipe pelirrojo, al ser el menor, no le quedaba de otra más que obedecerlo y respetarlo, aún cuando no estaba de acuerdo en que se dejara la piel por ellos solo para protegerlos de cualquier peligro.

Todos, con sus respectivas armas, se acercaron al laboratorio. La puerta se encontraba cerrada. Los soldados extras se colocaron a los costados y apoyaron sus espaldas por la pared, levantando sus rifles por sobre sus pechos. Escucharon por si había algún sonido y, a la cuenta de tres, golpearon la puerta con sus pies, apuntaron a los sujetos que estaban en el interior de la pieza y gritaron:

  • ¡ARRIBA LAS MANOS! ¡QUE NADIE SE MUEVA!

En eso, los duques Aaron y Abiel se abalanzaron sobre Roger y lo derribaron por el suelo. El príncipe Eber y los escoltas de los duques se acercaron rápidamente a los guardias de Roger, les desarmaron y los golpearon entre todos. El caballero Luis se acercó a Brett y procedió a desatarlo, diciéndole:

  • Debería tener más cuidado, “princesa”. Usted es el esposo principal de la reina y mi responsabilidad. Sabe bien que no quiero usar los métodos del bruto de Zafiro para contenerlo.
  • Gracias por rescatarme – le dijo Brett, con una sonrisa amable – Y no te preocupes, soy más resistente de lo que aparento.




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