Capítulo 59. El amor está en el aire
Al día siguiente, el castigo de Brett fue levantado para despedirse de sus hermanos mayores. Pero debido al estrés que sufrió en los últimos días, prefirió pasar más tiempo en su dormitorio que en cualquier otro lugar.
Aún así accedió a ver a Aaron y Abiel antes de que éstos se marcharan. Como siempre, los dos duques no pararon de abrazarlo y decirle cosas como:
- ¡Oh, Brett! ¡Te vamos a extrañar!
- ¡Nos alegra que hayas crecido saludable!
- ¡No preocupes a tu esposa ni a tus hermanos!
- ¡Si pudiéramos, te llevaríamos con nosotros y te encerraríamos en una cajita para protegerte del peligro!
- No. Mejor no – murmuró Brett, con una expresión incómoda - ¿Ya me pueden soltar? Es… vergonzoso.
Como respuesta, los duques afirmaron más sus abrazos.
Los escoltas de los duques trasladaban a Roger, quien aún seguía atado, amordazado y con los ojos vendados. En eso, Eber lo señaló y dijo:
- ¡Guau! ¡No huele tan mal como cuando estaba en ese galpón!
- Lo mandamos a limpiar – explicó Abiel – como no puede moverse, hace sus necesidades encima de sus ropas y… bueno… no nos agradaría viajar soportando un olor nauseabundo.
- Quizás deban ponerle un tapón en el trasero – sugirió Rhiaim – digo… por las dudas.
- Cierto. Tienes razón – dijo Aaron quien, de inmediato, le hizo una seña a un guardia para que se acercara.
Éste escuchó sus indicaciones. Poco después, trajo una especie de corcho bastante grueso que lo insertó en un palo. Se acercó a Roger a su espalda, le bajó los pantalones y le metió el corcho en el trasero de una estocada.
El científico lanzó un grito de dolor que logró traspasar su mordaza.
- Bien. Supongo que esto es todo – dijo Abiel – fue un placer habernos reencontrado tras largo tiempo.
- Quizás regresemos para una reunión familiar más… pacífica – dijo Aaron – y para cuidar de los más pequeños.
De inmediato, Zlatan y Uziel se escondieron detrás de Brett, en silencio.
- ¡Claro! Las puertas de mi hogar siempre estarán abiertas – dijo Rhiaim.
Los tres mayores se dieron un abrazo en grupo. Luego, abrazaron a Eber que no paraba de sonreír y desearles un buen viaje. Volvieron a abrazar a Brett quien seguía avergonzado, pero atinó a murmurar un:
Por último, abrazaron a los pequeños y, esta vez, Uziel no hizo otra de sus pataletas.
- Nunca te haremos a un lado, Uziel – le dijo Aaron, acariciándole la cabeza.
- Deseamos que la Diosa te llene de bendiciones para tu nueva vida – dijo Abiel.
Una vez que los hermanos terminaron de despedirse, subieron al helicóptero con Roger y se marcharon directo a su reino.
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Días después, Brett decidió atender a los sirvientes que prometió ayudar en el patio del palacio, por comodidad. Si bien durante su castigo la reina les dio permiso para visitarlo en su dormitorio, apenas recibió visitas ya que la mayoría prefirió dejarlo tranquilo tras regresar de su operación rescate y reciente secuestro.
Entre los sirvientes se encontraba Sam, quien le había dado las flores. Éste se acercó, le extendió un papel y le dijo:
- Majestad, ya pude conseguir la lista que me solicitó.
Brett lo tomó, lo leyó y le dijo:
- Gracias por tomarte este trabajo. Pude haberlo hecho yo mismo, pero como me habían confiscado mi dispositivo… espero que no haya sido una molestia para ti.
- ¡Descuida, su majestad! Entiendo su situación – dijo rápidamente Sam, agitando las manos – Por eso, si vuelven a aislarlo, con gusto me encargaré de tus recados.
El joven príncipe sacó su documento de compra, anotó el monto con el nombre del psicólogo que creyó conveniente y le indicó:
- Ve con esta persona y entrégale este documento. Así sabrá que es mío y lo descontará de mi cuenta. Solo te pido que tengas paciencia con tu hijo: el mutismo se puede curar con un largo tratamiento. Lo sé porque sufro de lo mismo, solo que en mi caso implica tartamudeo leve. Pero si se siente apoyado, seguro tu hijo podrá superar su trauma. Y además…
Brett miró a Eber, quien estaba acostado en el pasto, rascándose la barriga. Luego, volvió a mirar al sirviente y le dijo:
- Si tu hijo llega a decir el nombre de esos matones, díselo a Eber ya que él se encarga de la protección y seguridad contra esa clase de bandidos.
- Entendido, majestad. Muchas gracias por la ayuda, que la Diosa les bendiga por su generosidad.
Cuando Sam se marchó, dos de los soldados que odiaban a los príncipes se acercaron a Brett desde atrás. Pero en lugar de atacarlo o hablarle directo, comenzaron a charlar entre ellos como si no se hubiesen percatado de su presencia.
- ¿Así es que ahora el príncipe Brett está jugando a ser caritativo?
- ¡Sí! Es que tiene tanto dinero que se mofa de ello haciendo estas cosas.
- Como si la gente comenzara a apoyarlo por tirar unas moneditas.
- Pero jamás sabrá lo que pasan los necesitados. Ya le quiero ver recorriendo las calles en los barrios humildes, vistiendo harapos y viviendo de lo justo para subsistir.
Brett se percató de que Eber estaba a punto de levantarse para arremeter contra ellos. Así es que, de inmediato, activó su dispositivo comunicador y realizó una llamada a la reina Panambi. Ella lo atendió al instante, proyectándose su rostro en el aparato y saludándolo:
- ¡Buenos días, cariño! ¿Qué tal va todo?
- Va todo bien, querida esposa – respondió Brett – todavía me estoy recuperando de mi paseo por ese pueblo antimonárquico sin nombre.
Los soldados, al escuchar esto último, giraron sus cabezas hacia él, asombrados.
Brett continuó, como si nada.
- Sé que ya no tengo permitido ir ahí, pero en verdad me gustaría volver a recorrer esas calles, vestido como un plebeyo y pasando por necesidades porque no tengo ni idea de cómo viven esas personas.
- Eres un príncipe, querido, tu lugar es en el palacio, no en un sitio inhóspito como aquel. Además, ese paseo casi te costó la vida y, como mi esposo, con más razón no puedo permitirte ir ahí.
- ¿Y cómo puedo apoyar a los necesitados? Porque algunos opinan que no sé nada de ellos y solo juego a ser caritativo.
- Sigue haciendo lo que haces ahora. Y no hagas caso de la gente que no aporta nada y solo sirve para destilar veneno. Recuerda, querido, eres como un cofre para mí. Si vuelves a exponerte innecesariamente al peligro, volveré a castigarte.
- Está bien, querida esposa. Seguiré haciendo lo que hago ahora y seré un buen esposo. Nos vemos.