Era lunes por la mañana en mi nueva escuela. Me encontraba extremadamente cansado luego de la gran mudanza durante el fin de semana. Como era de esperarse, prestar atención a la clase de Historia me era más difícil de lo usual. Mi familia y yo habíamos venido desde una gran ciudad de Colorado hasta Massachusetts, luego de enterarnos de la muerte de mi abuelo paterno (a quién solo había visto una vez en mi vida) Al leer su testamento, nos enteramos de que nos había dejado una antigua, pero enorme, casona en Salem, una pequeña ciudad (apenas es digna de llamarse así), junto con una carta sellada específicamente para mi padre, y cientos de muebles antiguos, entre otras cosas dentro de la mansión.
Mis padres tuvieron que cambiar de empleo, a mí me transfirieron de escuela y mi hermano menor debió comenzar el jardín de niños en una ciudad totalmente desconocida. Sin embargo, para mi padre, el volver a vivir en aquella casa donde pasó su niñez, significaba mucho más, así que todos debimos adaptarnos. Yo tenía 15 años e iba a la secundaria. Por cierto, mi nombre es Archie.
Salem es una ciudad famosa por sus historias de brujas durante la época de la inquisición, pero para los habitantes locales siempre fueron más que historias y leyendas, son parte de su cultura. A mí me resultaban creencias infantiles (simples cuentos para niños, de esos con los que te asustan antes de dormir) pero aquel primer día en mi nueva secundaria fue donde todo comenzó a cambiar.
La profesora se encontraba hablando sin parar sobre la historia del pueblo, enfatizando cada frase y señalando un mapa de la ciudad. Sino hubiera estado durmiendo sobre mi banco quizás hubiese aprendido algo interesante...
Me desperté de pronto, soñando que me resbalaba, y di un respingo en mi asiento. Me froté los ojos luchando por despabilarme justo cuando ella terminaba la frase:
–Las brujas siempre tenían gatos negros cerca, como habrán escuchado. Pero se cuenta que no eran gatos normales, sino que esos seres podían transformarse, incluso hablar y... –detuvo su narración cuando me vió desperezándome en mi asiento entre bostezos poco disimulados– Disculpe, señor, si le aburre mi clase –se dirigió hacia mí con una clara expresión de sarcasmo entremezclada con hartazgo.
Clavó sus pies frente a mi banco.
–¡No es eso, pasa que...! –entre tartamudeos nerviosos quise excusarme, mientras todos murmuraban por lo bajo y reían a la vez que yo trataba de defenderme (mejor dicho salvar mi trasero) con torpeza, pero ella no me permitió ni rebatir.
–¿Cómo es su apellido? –gruñó expectante, como si pudiera oler la sangre fresca. La pregunta me tomó por sorpresa, pero le respondí sin más, sellando mi destino.
–Harper –tragué saliva y la miré asustado.
Todos se aguantaron la risa como si supiesen lo que venía después.
–Bien, ya que le aburre tanto como doy mi clase –colocó las manos en su cintura– ¿Por qué no la da usted, señor Harper? ¡Vamos, toda la clase lo está esperando!
Mi rostro debió haber estado rojo como un tomate y deseé que mi flequillo fuese más largo para ocultar mi rostro detrás, pero no podría escapar de esa tan fácilmente.
–Bueno... iba diciendo que... ¡Que los gatos negros tenían brujas! No, no, al revés, digo... Las brujas... tenían gatos... que eran negros...
Mientras yo tenía una pelea entre mi memoria y mi lengua, la clase entera se mofaba de mí, "el chico nuevo". Estaba perdido (y desaprobado sin duda). Pero milagrosamente, una muchacha sentada al otro lado del salón tomó la palabra.
–Usted estaba diciendo que se cree que las brujas tenían gatos negros, que no eran gatos comunes, sino criaturas metamórficas que podían convertirse incluso en personas y comunicarse como tales –explicó con desenvoltura– Así era como ayudaban a las brujas en sus encantamientos de magia negra, siendo los principales aliados en sus "tareas malignas" –respondió con una sonrisa inocente, directa a la profesora, que poco a poco relajó su ceño fruncido y sonrió complacida.
Quedé boquiabierto y toda la clase cerró la boca, la profesora asintió con aprobación.
– ¡Absolutamente perfecto, señorita Kildran! Siempre un gusto tenerla como alumna –elogió.
Ella sonrió con gusto y me lanzó una mirada como si estuviese diciéndome "Me debes una".
–Y así era como los gatos negros ocupaban una posición elemental en la vida de una bruja de la época colonial... –retomó el tema como si nada hubiese pasado.
De allí en adelanté presté atención a todas sus clases.
Al sonar el timbre indicando la hora de salida, me hice a un lado dejando pasar a todos los demás alumnos desesperados por huir del salón. Esperé durante unos momentos a que los pasillos se despejaran un poco, no tenía ánimos de llamar la atención ni esperaba hablar con nadie. Tomé mi cuaderno, guardé mis libros dentro de mi mochila y me aproximé a la puerta con paso lánguido. Pero de pronto sentí la mano de alguien tironeando de la manga de mi remera negra, impidiéndome avanzar. Volteé intrigado aunque con cierta timidez.