Los girasoles también lloran

Capítulo seis. Janeth.

 

 

JANETH

Un atardecer bonito me recibe al abrir los ojos y diviso a través de la ventana aquellos preciosos colores cálidos que me hacen feliz. Leves rastros de rosa se ven al horizonte, como perfectas pinceladas hechas por un habilidoso artista.

Con la imagen grabada en la cabeza, sonrío mientras me siento y froto con los puños mis párpados. Ahí, un leve rastro de calor asciende por mis mejillas; ya ni el ruidoso abanico me ayuda puesto que no es cosa del clima, sino que quizás he estado aquí por mucho tiempo.

Sin quejarme, me quedo quieta y espero, conforme intento espabilarme. Me giro hacia el abanico, mientras recojo mi cabello desordenado que me cubre la cara y cuya sensación pica. La brisa ayuda al menos un poco; sin embargo, la sensación de calor todavía cala por mi cuerpo.  

—Tras de que no pude dormir bien… —digo en voz baja casi a punto de lloriquear y pegarme al aparato ese.

Ay, es que he estado adormilada; pero sin dormir del todo, siempre alerta y en silencio, como si en cualquier momento la puerta fuese a abrirse gracias a unas callosas manos a las que he aprendido a temerle con todo mi debilitado corazón.

Las ventanas se encuentran cerradas; eso lo percibo de primero al momento en que elevo la cabeza y mis pestañas insisten en que quieren mantenerse caídas un poco más, cuando remuevo la cabeza y al contacto de la almohada mi rostro se despeja de aquella maraña de pelo toda enredada. Están cerradas, sin darle paso a la gélida brisa de la noche, con todo y cortinas gruesas medio gruesas que tampoco dejan mucha vista ni desde el interior hacia el exterior y viceversa. Claro, está el espacio por donde miro el atardecer que bloqueo al momento en que cierro todo, confinándome a una oscuridad absoluta en la que me apoyo para sentirme bien… relajarme por lo menos unos míseros segundos.

—Ni se te ocurra asomarte, ¿me oyes? —percibo la inconfundible voz de Doña Alma—. Debe de estar muy cansada. Pobrecita.

—Siento que sé lo que ha pasado. Ya sabía yo que debimos de insistir cuando le dio por irse de repente.

—Kiareth, por el amor a Dios.

Se me escapa una sonrisa pequeña.

Giro la cabeza hacia la puerta, me dejo caer sobre el respaldar de la cama y estiro mi cuerpo.

Kiareth, no estoy para discusiones —continúa la discusión. No me pasa desapercibido el hecho de que hablan de mí.

No me importa, es más, me concentro en otra cosa, como que es de noche. La luz que se escapa por las hendijas de la puerta me lo confirman, el frío que me cala en los pies también me lo afirma. No es una sensación fuerte, solo lo suficiente.

Me deslizo hasta que mi espalda reposa por completo sobre el colchón y mi mano se desliza hacia la orilla. Como la cama es baja puedo tocar el suelo sin mucho problema así que a tientas logro alcanzar el vaso con agua que pude traerme en la mañana cuando Doña Alma me traía a esta habitación después de un merecido baño concedido en el baño de invitados.

Según sus palabras nadie suele usarlo.

El solo tacto del líquido sin sabor deslizándose a través de mi garganta es exquisito. El sueño se me dispersa de a poco y tengo que sentarme todavía frente al abanico para relajarme un poco; no me quito el abrigo por nervios y vergüenza; pero el calor permanece por unos minutos donde me quedo pensando en tantas cosas y tantas maneras de cómo mi estadía aquí puede terminar demasiado mal para mi gusto, para aquella mínima valentía que me trajo aquí y que, de paso, ha expuesto a una dulce y honorable familia con ello.

            «Es de noche» me repito y tiemblo mientras me trago una asquerosa arcada.

Independiente de que Darío se encuentre enfermo en cualquier momento va a sentir hambre o querrá ayuda de su «esclava». Lo más probable es que, a estas alturas del día (noche), se haya dado cuenta de que yo no estoy a su lado o haciendo algo importante dentro de la casa como para excusar mi «incompetencia» con respecto a su cuidado.

¡Ya es de noche! ¡No puede haber estado dormido en todo el día sin llamarme al menos para que yo le lleve un poco de agua! Es poco probable.

Pero el COVID le ha tocado con dolores extendidos en torno a la mayor parte de sus extremidades; llegan de repente en ciertas zonas que se van por sí solas, tal como llegan. He sido testigo de Darío removiéndose en la cama mientras me ordena que me ponga la mascarilla y limpie la casa, con alcohol y cloro para desinfectar y no dar más paso a ese virus por todo el suelo, muebles y paredes.

Puede decirse que es una manera de velar por mí, recordar que dentro de él hay una minúscula parte preocupada por mi bien e integridad; pero la otra, la realista (debido a que el pesimismo no tiene sentido si tomo en cuenta mi situación) se afirma que es porque Darío todavía me necesita bien, para servirle a él, a la casa, para yo seguir en pie mientras él no puede. De esa manera él no podrá terminar más perjudicado.

Darío me necesita con salud estable para cocinar las sopas que él solicita ordena; de algún modo, servirle de apoyo cuando amanece adolorido y cansado producto de una mala noche en donde la tos no lo deja dormir en lo absoluto. Para ser su esclava después de todo; es así como se resume lo nuestro en la actualidad y si me pongo a pensar, «triste» no es la única palabra que lo defina.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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