Los girasoles también lloran

Capítulo siete. Kiareth.

 

 

KIARETH

No idealices al ser amado;

míralo como es,

crudamente y sin anestesia.

—Walter Riso.

 

Es un lindo recuerdo lo que me llega cuando pienso en el día donde muchas partes en mí cambiaron. Recuerdo ese pesado semestre en la universidad, dentro de un odioso curso en la noche cuando vi cómo una pobre chica parecía adorar el recluirse en el último asiento al fondo del salón. Siempre envuelta en un abrigo que, a decir verdad, no era algo bastante raro o siquiera un poco, después de todo, vivimos en una zona donde hace frío y, bueno, hay personas más sensibles que otras a este mismo.

Muchos estudiantes se vienen hacia acá por el estudio, en carreras que solo esta sede tiene o por comodidad. Quién sabe, hay muchas cosas, yo elegí esta misma porque quedaba cerca de mi hogar, del ambiente que más cómoda me hace sentir. El solo hecho de pensar en un viaje largo, en sitios nuevos, quizás con mucho sol, caliente hasta la médula, y encima muy lejos de mi familia con la que he crecido apegada se vuelve en un rotundo «No» para mí.

De hecho, mis opciones se redujeron bastante cuando me di cuenta de que mi carrera la presentaban en muy pocas universidades y fue algo de suerte, supongo, el saber que en mi universidad actual efectivamente estaba. Lanzarme a ella como opción en la matrícula no fue una opción descartable y en la actualidad, bueno…

Cabeceo.

«La recuerdo» pienso, mientras mi cuerpo se tensa y evito manipular más el cuchillo que lavo con bastante cuidado; la recuerdo mirarme, curiosa y no la culpo, mi aspecto no es tan usual incluso en nuestro pequeño país. La recuerdo dirigirme pequeñas inspecciones que a estas alturas me valen madres del resto de la gente; ella ahí, con sus manos tensas alrededor de un tierno lapicero con una punta de Polar, el oso ese todo serio del programa infantil Escandalosos. Fue una de las estudiantes que más hablaba en ese curso… hasta que empezó a apagarse, como la llama de una vela luchando por mantenerse en pie debido al odioso viento.

Acercarme a ella fue fácil, una vez la conoces y le inspiras confianza, habla bastante y sus ojos le brillan con mucha pasión, ilusionados siempre por las escenas que más le llaman la atención, temas que adora y la envuelven en comodidad, los que ella investiga hasta saciar esa curiosidad. Janeth adora expresarse, siempre sobre esos temas y sentirse escuchada muestra que efectivamente es una de las cosas que más adora y feliz la hacen.

Pero en ese cuarto semestre donde pensamos en compartir algunos cursos, las cosas cambiaron para mal y… se alejó.

La horrorosa verdad de su vida no supe verla como tal. Hubo muchas cosas en medio, implicadas algunas discusiones porque yo quería ayudarla y ella no aceptaba que había algo en su vida cotidiana que la volvía un maniquí, que de repente ya no supo cómo disimular y que, bueno, acabaron con su luz, y… y todo acabó.

Mirarla recoger sus cosas y luego no volver a verla en todo este año ha sido un completo misterio para mí, una preocupación constante al no saber si se encuentra bien, qué le ocurrió con o si se marchó a otra universidad o un hogar que signifique seguridad para ella.

Y justo hoy que vuelvo de mis clases me dice mi abuela que se encuentra aquí; muy delgada, pálida y con evidente señal de que ha sido maltratada por Dios sabe quién.

He entrado a esa habitación sin dueño hasta hoy y lo primero que percibo de su parte mientras habla es que está bastante resignada a sentirse mal, por la forma en que sus delgadas manos le tiemblan, por la forma en que jala sus ropas para cubrirse más cuando estas se deslizan fuera de su lugar aun dentro de un par de centímetros.

Está resignada a lo que el futuro depare, puesto que, aunque se encuentre aquí y nadie le ha dicho nada malo, es obvio que dentro de sí se mantiene expectante a un algo capaz de… de lastimarla.

Se encoge con el mínimo ruido y de vez en cuanto bota un aire que se nota le hace falta porque al segundo siguiente toma bocanadas grandes que me llenan de impotencia. También veo que sus labios se encuentran un tanto agrietados, no por frío o por sed. Incluso desde donde me encuentro (y gracias a los lentes) percibo que tiene un rasguño bastante notorio en la boca; le cruza el labio inferior y parece reciente por su color (mucho con demasiado). Le duele cuando come, porque sus labios se mueven, su mandíbula se estira; pero ella sigue, fuerte.

—¿Cuánto tiempo llevas con él? —pregunto, con calma cuando ella hace una pausa para comer la sopa. Ni mi abuela ni yo le decimos algo en cuanto al tiempo que se toma; en mi cabeza algo me dice que quiere reponerse porque de vez en cuando su voz se rompe, como el fino hilo de una telaraña que no soporta toques bruscos.

—Desde mi adolescencia —ella responde y yo asiento.

Su relación nunca fue un tema de conversación entre ambas al momento de charlar casi todos los días y nunca quise decirle nada porque era bastante obvio que en ese noviazgo había un deje muy negativo del que no pude enterarme ni superficialmente.  

Tan cerrada con ese tipo de información ella siquiera hizo amagos de decirme algo y yo… yo respeté eso porque en su momento no quise convertirme en una persona intrusa dentro de una vida que no era mía; pero hoy, viendo que las cosas no están para nada bien con ella y su estado físico, la sangre me hierve al pensar que quizás yo pude haber hecho algo para que no escapase de esos escenarios (dígase de la universidad o el trabajo) donde lo más probable es que se convertían en las únicas horas en las cuales no se sentía perseguida o acechada.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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