Los girasoles también lloran

Capítulo trece. Janeth.

 

 

JANETH

Alejado es el ruido que percibo cuando abro los ojos. La dulce Doña Alma se encuentra de pie bajo el marco de la puerta y en sus manos hay un plato grande con abundante comida. Tengo que sentarme de inmediato para mirarla bien mientras ella pasa y desliza esta en el mismo sitio que anoche. No me dice nada al instante (y yo tampoco lo hago), siempre silenciosa y con sus ojos y mente centrados en ordenar todo sobre el escritorio antes de voltear hacia mí.

Tiene un par de guantes amarillos en las manos y aunque eso me hace sentir extraña, lo entiendo a su vez porque no es como que haya compartido demasiado con ellos y mucho menos he ido a hacerme la prueba que necesito para ver si hay descarte o confirmación de que yo tenga esa enfermedad culpable de detener el flujo del mundo en estos meses. Sin embargo, eso no quita que su silencio me abrume, que ella me mire con los ojos entrecerrados y, a su vez, tan determinados a hacerme preguntas, hablarme de algo.

Sintiéndome rara e incómoda, me remuevo en mi sitio. Los brazos empiezan a picarme e intento despejar eso de mi mente porque tampoco es como que ella sea una persona abusiva de la que haya que temer.

«Ella no es Darío» me digo. «Nadie de aquí lo es… nadie va a venir a por mí a golpearme, ni a gritarme o…»

—Buenos días —musito, con cierta timidez por si acaso no ha amanecido de buenos ánimos.

—Buenos días, Jane —responde.

Me siento en la cama, con las sábanas entre los dedos, preparándome para doblar la tela en cuanto pueda despejar bien la mente o ella me dé señales de que puedo hacerlo en caso de que sea yo el causante de ese apagado semblante de ojos y cejas tensas.

Aguanto la respiración por un segundo antes de soltarlo. Retrocedo sobre el colchón por inercia, como si ese pequeño fuese suficiente para alejarme de la tensión creada en mi cabeza.

—Por favor, primero desayuna. Aquí te traje una mascarilla desechable por si necesitas salir a pedir algo a la cocina o al baño de invitados.

—¿Es… buena idea?

—¿Hmn?

—Que yo salga de la habitación.

—Ay. No quiero hacerte sentir mal… ¿sí, linda? —niega—. Perdóname por si te sientes mal por eso.

—No se preocupe.

—De todos modos, ya era algo planeado porque nos da algo de nervios. Aquí están mis padres también; y como debes de intuir, ya están bien mayores, mi niña. Estamos terminando de empacar bien las cosas de ellos para llevarlos a una cabaña que tiene uno de mis sobrinos.

Señores mayores… y yo aquí, tan inoportuna.

—Oh. Lo… siento.

—No, no, no. No empecemos con eso. Como dije —riéndose mientras sacude la mano, se relaja—; ya es algo planeado. No estaremos aquí. Excepto Kiareth; ha insistido y debe de cuidar la casa. Mi nieta ya tiene todas sus vacunas y le cuesta enfermarse… por el momento, no entra en la lista de personas de riesgo.

Bueno, por eso no tengo problema, lo entiendo mucho. ¿Y Kiareth? De todos modos, no sé si… ay.

Doña Alma voltea.

—¿Kiareth se quitó la mascarilla anoche después de que quedaron juntas? —Hace ademanes a la altura de su cara.

Me rasco la cabeza mientras carraspeo, buscando las palabras adecuadas para algo que no tiene porqué dársele tantas vueltas. Se las ha quitado, sí; pero no para mirarme, así como compartiendo algo muy cercano.

Creo.

El calor en mis mejillas asciende; pero no me atrevo a decirle que su nieta me ha abrazado y me puso los labios en el pelo mientras me consolaba como un adulto a un niño chiquito que tuvo una pesadilla. No me atrevo a decirle que me dio ese consuelo tan especial que recuerdo y guardo en mi cabeza con tanto cariño.

—Para hablarme bien, nada más. Es que no pude escucharla bien antes de eso… —miento por inercia y mi pecho se aprieta con un calor incómodo. No hemos hecho nada malo; pero al fin y al cabo… no lo sé. Fue un acercamiento, después de todo.

Kiareth me ha abrazado, aun cuando esa cercanía todavía no es lo que más se recomiende por las reglas de distancia. No obstante, aunque no es nada malo, quiero ser un poco egoísta y guardármelo, ese consuelo tan bonito que me despegó de mi soledad de una forma tan pacífica, tan… ¿natural?

Doña Alma resopla; pero luego se echa a reír.

—¡Ay, madrecita de mi santo nombre! Tenía que ser… esa bendita niña —cabecea con resignación. Me relajo al instante cuando su dulce voz se escucha más conversona; está bromeando—. De todas formas, ustedes dos irán a hacerse una prueba así que supongo que no le veo tanto problema a ello —Ahora vacila y cruza mejor los brazos—. Siento que algo aquí es imprudente; pero bueno. Vienes pálida y de estar delgada ya ni hablemos, no sé si eso signifique más peligro para ti en caso de que tengas al bicho ese.

Covicho.

Estiro un poco mi ropa como para cubrirme los rincones a los que «les falta carne».

—Prometo comer más —río, nada ofendida a la preocupación que expresa hacia mi salud—. Entiendo. ¿Iremos…?



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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