Los girasoles también lloran

Capítulo veintiuno. Kiareth.

 

 

KIARETH

Enrojecen sus mejillas cuando la abrazo de nuevo y sé que está cómoda porque ella misma se deja caer mejor en mi pecho para acurrucarse, con la suficiente confianza como para rodearme con sus brazos y quedarse ahí, sin temblar, sin siquiera demostrar miedo hacia mí.

Hay una pequeña sonrisa que se extiende en sus labios; pero los párpados se le entrecierran y me imagino que está cansada, a juzgar por eso y la forma tan relajada de su respiración.

¿Hace cuánto no se siente de esa forma? ¿Hace cuánto no descansa?

Le acaricio el pelo y percibo que ella se ríe en silencio cuando sus hombros se sacuden, como si le hiciese cosquillas. Me detengo, mientras suelto una bocanada de aire y dejo el mentón recargado sobre su cabeza.

Nos hemos terminado la serie que se ha sentido bastante corta en lo que puede ser una tarde y noche. Son alrededor de las once cuando todo se vuelve silencioso, cuando probablemente el restaurante ya ha cerrado debido a la disminución de horario que han encargado mis abuelos y, bueno, seguro que la pulpería ya se encuentra cerrada. Su horario de cierre es mucho más temprano para no exponerse tanto a los robos y/o alguna situación negativa, e independiente de todo eso, el único ruido que se percibe afuera de la casa es el de los carros que pasan de tanto en tanto. Las voces de terceras personas no existen a esta hora, lo que no me sorprende un poco porque a veces los vecinos pueden tornarse ruidosos.

Ambas llevamos aquí sobre el suelo desde hace un rato; por mi parte ya no siento los glúteos y no sé qué hay de Jane; pero aparte de sueño tengo un poco de hambre. El estómago me retumba, se siente fea esa sensación de peso fantasma insistente; pero no quiero moverme demasiado para no golpearme.

—Jane, oye, ¿vas a dormir ya? —pregunto en un susurro mientras veo desde mi posición la pantalla en negro de la computadora.

—Tengo sueño —gime y es ella quien se despega de mí para estirarse con cuidado hacia un costado—. Siento que hemos estado aquí mucho tiempo. Ya no siento las piernas.

Me levanto a cómo puedo; el calambre instantáneo en los glúteos es un poco insoportable; pero lo logro. Jane se ve mejor, porque lo hace como si nada, como si… no le doliese. Es más, hasta me sonríe mientras se sacude el polvo de las nalgas con ambas manos y yo me quedo quieta en mi sitio, incrédula. ¿Es verdad que no le duele? Mas no le digo nada, para no meterme en algún pensamiento suyo por lo concentrada que se pone de repente, sus ojos bien fijos en un punto cercano al mío.

—Yo voy a calentar el arroz. Tengo mucha hambre —carraspeo—. ¿Quieres?

Para mi confusión, ella se cubre los labios cuando hace amagos de reírse. Por mi parte, me quejo de inmediato en un sonido cargado de indignación.

—¿A qué viene eso?

—Nada. ¿Sigues comiendo tan tarde?

Oh.

Le sonrío, algo avergonzada.

Hay dos platos sucios a la par de ambas; pero eso ha sido del almuerzo. Después de eso, y más allá de salidas para ir al baño, ninguna se ha ido del cuarto, y mucho menos movido del sueño más allá de cambios de posición frente a la computadora.

—Todavía como muy tarde —Me muerdo los labios mientras cabeceo—, sí. Ya me quedó de costumbre, aunque sé que no es sano. Oye. ¿Qué vamos a hacer con el número de Darío?

Sus pasos se detienen a mi espalda.

Me confirmo a mí misma que el cambio brusco de conversación la toma por sorpresa cuando no escucho nada de su parte por un corto tiempo. Y aunque la curiosidad es demasiada, no me animo a mirarla.

—No lo sé. Llamarlo a la de ya es muy pronto y muy evidente —dice, con la voz más calmada con la que puede responderme—. ¿Qué tal si sospecha de que estoy aquí? No es nada tonto después de todo y… y él vino al restaurante de tu familia.

En eso estoy medio de acuerdo. Es algo que había pensado, después de todo.

Ella se adelanta pronto a mi lado, con los dos platos en la mano y así nos encaminamos a la cocina, juntas. De camino abro más conversación, aunque ella no me mire para nada; solo al frente.

—¿Quieres llamarlo pasado mañana? —pregunto con cautela—. Mí número es privado. No lo va a guardar, claro, después de que colguemos. Va a ser algo rápido.

Si sigo su lógica, mañana todavía es un día muy pronto. Él espera su llamada después de que me ha dado su número y el solo pensar en marcarle a la de ya puede ser imprudente. ¿Pero acaso es correcto esperar días para hacerlo después de todo lo que, sucedido entre ellos, después de ese largo historial de abuso donde… donde ella es la que más afectada ha salido? No tengo la menor idea de cómo responderme eso y Janeth mucho menos a juzgar por ese rostro carente de alguna expresión mayor.

—Solo que… si lo llamamos ya, de todos modos, puede darse cuenta de que estás aquí —suelto al fin, agotada. Estoy segura de que me corresponde ese sentimiento, su silencio me lo atribuye—; vino, me ha dejado su número y ahora de repente le va a llegar una llamada tuya. Es… Esto es complicado. No sé cómo actuar… y lo más probable es que lo estemos haciendo mal.



#6775 en Novela romántica
#843 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.