Los girasoles también lloran

Capítulo veintisiete. Janeth.

 

 

JANETH

Un escalofrío poco perceptible cruza por mis brazos, más culpa del aire que por nervios . Termino uniendo los dedos de ambas manos antes de meterlas entre mis muslos y crear presión; esta misma permite que mi cerebro se concentre en sacar calor de alguna manera, aunque a su vez soy consciente de que no es del todo suficiente. En cuanto he soltado el primer lamento agónico, Kiareth ha colgado la llamada de una vez, preocupada por mí y cualquier próxima reacción de mi parte, y aunque en parte le agradezco, por otra siento que ha resultado en la pérdida de una oportunidad para que Darío explote como tanto se le facilita hacerlo cuando habla conmigo.

Me agarro a sus brazos con la fuerza más sana que tengo.

—No. Oh, Dios… Kia, Kiareth…

Hemos perdido la oportunidad; tanta insistencia para que perdamos esta oportunidad tan valiosa, tantos días pensando en qué decirle para que, justo cuando llega la ocasión, termine con un santo bloqueo del que no me la creo. ¡Y ella ha cortado la llamada! Cuando es obvio que Darío estaba a punto de decirnos algo que puede servirnos para… para lo que sea que podamos hacer a la hora de pedir que no se acerque más a mí, por el amor a…

—Sí, entiendo lo que quieres decirme —Kiareth interrumpe con ternura, aunque una parte de su voz se escucha afectada, temerosa—; pero a estas alturas no te voy a obligar a seguirle hablando. Solo mírate, por Dios, estás llorando y hasta tiemblas, cariño y encima te pusiste pálida. ¿Cómo quieres que siga la llamada cuando te rompes así?

—Sí; pero Darío casi dice algo. ¿No escuchaste? ¡Él gritó! —Se me traban un poco las palabras; pero logro decirlo, logro mirarla a los ojos—. Él… Él ha gritado así de fácil. Dios, casi pudimos haber obtenido una evidencia de lo que me ha hecho… o algo que planee hacer a futuro.

—No pude seguir con eso —gruñe en respuesta y capto pena en sus palabras—, entiende, por favor, Janeth. No soporto verte así. No lo tienes ni de frente y te pones como gelatina. Vienes muy mal, desde que llegaste… y cuando lo llamas se nota muchísimo que…

—Sí, bueno, no puedo reaccionar así bien tranquila cuando sé que el tipo que tanto me ha golpeado está furioso conmigo —Me alejo de ella con rapidez para mirarla bien, para ver si puede entenderme ella por su parte, para que note bien mi desesperación de no haber podido agarrar algo más que solo incógnitas, dudas de si él hubiese dicho algo que en verdad ambas necesitamos. Todo mi rostro se calienta ante la sola vergüenza de dedicarle un contacto visual. Logro controlar tal cosa lo mejor que puedo—. Ahí tienes las fotos con los moretones de hace una semana. ¿Y si él admitía otro golpe, rasguño, maltrato… otro de todo eso?

Kiareth se da por vencida mientras agarra su celular, lo desbloquea y busca las opciones de llamadas recientes. Solo falta darle a llamar; pero yo no me atrevo a tocarlo, ni ella hace amagos cuando voltea la mano para enseñármelo bien; ver si yo misma reacciono a… a llamar por mi cuenta.

—¿Quieres que lo intentemos de nuevo?

Respiro hondo, en el trayecto me restriego el rostro, los ojos, sobre todo, y con la nariz me sorbo para no tener esa… viscosidad en plena cara. Me seco bien con el antebrazo.

—Por favor —digo.

Kiareth asiente.

—Voy por toallas de cocina; no tengo húmedas. Haz la llamada si gustas.

Ella se retira de inmediato, sin decirme nada, aunque no creo que esté molesta. De todas formas, no me atrevo a decirle nada; pero sí a marcar el celular antes de que llegue a arrepentirme. La grabadora de voz en la pantalla continúa aún con sus segundos y me decido por no prestarle más atención porque es evidente cuán ansiosa me pone eso.

Elevo las manos a la altura de mi rostro para cubrirlo por unos segundos mientras tomo una bocanada de aire y las bajo al compás de mi respiración, tan despacio que no se siente suficiente para mis pulmones.

El corazón todavía me late con bastante fuerza, algo en mí está débil; pero, aun así, no me doy por vencida y sigo con ello, sigo respirando fuerte, buscándome una fortaleza de no sé dónde para poder sentirme mejor, para no romperme más ante los oídos de ese hombre.

O quizás hacerlo.

No creo que reprimirlo sea buena idea.

«Si lloras» me digo, en voz bastante baja «si quieres hacerlo, Janeth, hazlo. Hazlo, hazlo».

No quiero que Darío me sienta débil ante él; pero no gano nada con ello, solo la mentira de una valentía que en realidad no tengo y cuya copia está ahora conmigo porque sé que tengo apoyo, porque Kiareth hace lo posible y aunque ambas estemos atrapadas entre los nervios, también hacemos lo posible para cuidarnos.

—¿Sí? ¿Diga? —Suena agitado… como un toro bufando que hierve en rabia pese a que hace intentos por mantenerse en calma; es como un toro a punto de embestirle los glúteos a alguien de la forma más violenta que pueda; suena como si odiase cada segundo que pasa con incertidumbre.

Darío.

Su respiración fuerte choca con el micrófono del celular. ¿Incertidumbre? Quiero creer que es por haberle colgado, quiero creer que es porque es a mí a quien odia con toda su alma en estos momentos, porque soy yo la causante de que su día hoy es de todo menos tranquilo y por su incapacidad de controlarse cuando el enojo puede más consigo mismo que él con su falsedad. Escucho que él resopla, cada vez que ejecuta el proceso de respirar es con fuerza, con indiferencia.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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