Los girasoles también lloran

Capítulo veintinueve. Kiareth.

 

 

KIARETH

Dominan mis ganas de marcarle nuevamente a ese número y cagarme en todas y cada una de las ascendencias de ese tipo que lo aman como si fuese un angelito todo puro que no lastima ni a la criatura más indefensa. Dominan mis ganas de mandarlo a la mierda incluso si es por medio de alguna de las formas de mensajería; pero tengo que reprimirlo porque eso significa que mi número va a quedarle disponible para que él llame o descubra siquiera mi nombre. No es uno común, así que ha de ser fácil que ate cabos en caso de que yo pierda el control y ceda a esos impulsos.

—Contrólate, contrólate —repito cada vez que detengo el audio con tal de no escucharlo todo de golpe, para no tragarme la conversación más horrorosa que he escuchado en toda mi vida.

Tengo que estabilizarme de alguna forma para no meter la pata, para no delatarnos después de lo que nos ha costado mantenernos serenas en estos días; pero es que mientras escucho el audio, más me duele y más impotencia siento hacia todo esto en lo que he terminado involucrada porque así lo he mantenido.

¿Pude haberla ayudado cuando estábamos juntas en la universidad?

¿Pude haberla librado de algo en ese entonces?

Soy incapaz de darme una respuesta o de siquiera crearme una.

Soy…

El hilo de mis pensamientos pronto se rompe. El celular se resbala fuera de mis dedos y pronto miro a la pared, guiada por la dirección de aquel sonido agónico.

—¿Jane?

Me asomo con rapidez a través de la puerta, sobresaltada. La tensión se baja en cierto punto, mis dedos ya no se envuelven con rabia alrededor del lápiz que cae al suelo con un golpe suave. Me muevo, me obligo a hacerlo, a relajarme, mientras camino directo a Janeth y la bolita en la que se encuentra hecha su cuerpo.

—¿Crees que podamos ir a un sitio? —Me arrodillo frente a ella cuando obtengo su atención nada más me arrodillo frente a ella. Su cuerpo tiembla, escalofríos insistentes que miro con pura tristeza—. Quiero llevarte a… un sitio. ¿Te parece si salimos?

—Darío… Darío…

—Te ponemos una ropa que te quede grande, ese cabello podemos peinarlo… o podemos hasta esconderlo debajo y luego, cuando lleguemos, lo acomodamos. ¿Sí?

Con lentitud, su cabeza se eleva a mí, a los ojos, con las mejillas sonrojadas y sus labios entreabiertos que no tiemblan debido a la explosión de emociones. El pelo desordenado cubre un poco sus expresiones que despejo cuando me animo a acomodarle mechones sueltos lejos de su rostro que se aprieta en señal de pena.

—Lo que sea —insisto.

Repito mis intenciones de limpiarla cuando rozo con mucho cuidado sus pómulos, despejo esas lágrimas que caen y humedecen su piel; el relieve de algunos rasguños ocultos por su cabello y apenas perceptibles a mis dedos es desgarrador para mí, es… doloroso.

Intento sonreírle para que lo haga por su cuenta. Janeth no lo hace; sus ojos no brillan, sus labios todavía tiemblan y sé que es algo que no puede nacerle de inmediato.

—Estamos… Estamos en cuarentena, Kia.

—Lo sé; pero no iremos a un sitio lleno de gente —Mis hombros se encogen, toda mi postura intentando ser un reflejo de calma—. Quiero llevarte a la naturaleza, a un lugar que no tenga tanto ruido como aquí; escuchamos de todo de las calles, restaurante, de lo que sea, a eso me refiero. Lejos de la gente y la ciudad, ¿te parece? De todos modos, ese tipo está confinado en el hospital.

Ella se tensa un poco más y se desliza en el suelo, lejos de mí. Me quedo de rodillas a la espera, mientras se restriega los ojos y cabecea en silencio. Entiendo que necesito pensárselo un poco y yo no objeto ante ello, solo guardo silencio.

—En el hospital no puede hacernos nada. No van a dejarlo salir.

            Por otro lado, también siento un poco de molestia e inquietud.

Sé que en vez de planear una salida más bien deberíamos de estar planeando darle un uso a ese bendito audio; ir al sitio correspondiente a ver si es suficiente para que le den a Janeth una orden de restricción contra Darío. Eso. Justo eso, es lo más correcto por efectuar, la decisión clave, ya que, para mala suerte de ambas, Janeth se niega a hacer una denuncia o imponerse a ese tipo por propia cuenta debido a la jodida desconfianza que le despiertan las autoridades… y yo aquí, nomás alimento el retraso a eso.

Me miro las manos antes de envolverlas alrededor de las de Janeth. Sus dedos corresponden el agarre al instante.

Lo más justo es ir de una vez a hacer este proceso; pero por la forma en que ha reaccionado creo que ha sido suficiente exposición por hoy.

No soy experta en esto; si pregunto a mi madre o a mi abuela lo más probable es que nos manden o nos lleven de una vez a completar esto que ya hemos iniciado en contra de ese monstruo; y tendrían toda la razón. ¡Es lo debido!

Si pregunto a amigos, también pueden que insistan en eso… todos tendrían la razón, piensan coherente; pero yo, cuando veo a Janeth así de rota, así de afectada, no puedo hacerlo, ni obligarme ni hacérselo a ella; pensar siquiera en forzarla a hacer algo que la afecta tanto se siente hipócrita de mi parte.



#6797 en Novela romántica
#846 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.