Los girasoles también lloran

Capítulo treinta y cuatro. Kiareth.

 

 

KIARETH

 

 

Una media hora es lo que llevamos dentro del auto desde que llegamos al garaje automático de la casa. Ninguna ha bajado, no sé por qué razón o siquiera circunstancia; solo permanecemos sentadas, con la cabeza echada contra el asiento y… bueno, ¿qué más? Ah, sí, y un poco de música puesta en la radio. No es del todo mi agrado; pero al menos es tranquila; su letra no es para nada vulgar y eso es lo que más alivio me causa… soy algo cerrada a ciertas palabras en canciones.

—¿Bajamos ya? —pregunto con calma y volteo para ver a Janeth cuya cara está girada hacia el otro lado, a su ventana. No sé ve nada más allá de las paredes del garaje; pero algo parece resultarle interesante dentro de toda la oscuridad que habita en este espacio cerrado—. ¿Linda?

—Cuando él se dé cuenta de lo que hice va a enojarse mucho.

¡Oh!

Eso. Ya decía yo que no estaba alterada por algo referente a él….

Me estiro hacia adelante, hacia el volante. Tengo cuidado para no presionar lo que es el claxon con mi pecho o mis manos; pero sí aprieto los costados.

—Janeth… entiendo que él te ha controlado por mucho tiempo —le digo en un susurro, dolida por cómo su ánimo ha menguado gracias a sus miedos—, bueno, al menos desde una perspectiva lejana, en verdad, empatizo contigo, con lo que ese… tipo te ha hecho; pero, a ver, ¿hasta qué punto vas a dejar que su existencia irrumpa en tu vida? Él es peligroso, sí, y… mírame, ¿por favor?

Sus ojos están brillosos cuando voltea a mi dirección. Evito tocarla al captar temblores suyos, al ver cómo se arrincona contra la puerta. Pienso en que quizás no quiere alejarse de mí con exactitud, así que me quedo en mi sitio, creyendo que en verdad necesita de ayuda como para alterarse de esa forma cuando hasta hace poco venía feliz porque al fin tenía ese papel en sus manos.

—¿A qué le tienes miedo ahora?

—Que él venga por mí, que… es que, bueno, que él no acepte eso, ¿y si se vuelve loco? ¿Qué tal que llegue aquí con un arma y me hace algo, me amenaza, me mata, me…? A eso le tengo miedo ahora, ¿sí? A la forma en que él reaccione. ¿O si les hace algo a ustedes? Jamás voy a perdonarme tal cosa.

Respiro hondo.

—¿No crees que… sería mejor que vayas con tu familia?

Que se aparte de mí otra vez va a ser raro; pero es necesario para ella. Si en este sitio no se siente a salvo porque teme que Darío la encuentre, lo mejor es que se retire a algún lugar para que se sienta un poco mejor al menos.

—¿Mi familia?

Aunque quizás, para él, también sea una posibilidad; que ella se ha ido con ellos.

Acaricio mis muslos.

—Tú quieres irte con ellos, dices que allá es posible que te den atención psicológica y toda la cosa. ¿Por qué no vas con ellos y haces el trámite para que, ya sabes, te atiendan? Sacas cita donde corresponda y allá hablas con una doctora que te remita a psicología. Esto es importante, necesitas sanar, mejorar, que estés en paz. ¿Darío conoce dónde vivías?

—Mis padres no… lo conocí en otra casa. Tengo entendido que después se mudaron… no logré visitarlos. Claro, no se mudaron lejos; pero igual las direcciones pueden confundir —Capto un balanceo nervioso en sus muslos, tiene la cabeza agachada y los hombros caídos—. Aunque, antes estuve con un familiar un tiempo y ahí pude conocerlo. Empezamos a salir y de resto él no sabe dónde viven mis padres. Nunca le interesó saber acerca de eso. Aunque sí me da miedo que pueda rastrearme o…

—Agradezcamos eso, es decir, lo primero. Al menos es una forma de empezar —sonrío más que aliviada de ese deseo de ignorancia con el tema—. ¡Ya está entonces! Habla con tus padres, pregúntales si pueden recibirte y yo… bueno, voy a dejarte.

—¿Qué?

—¿Prefieres irte en bus? Puedo dejarte la ruta si eso es lo que quieres —Me llevo una mano a la barbilla, insegura de esta misma sugerencia—. O hasta te lo puedo apuntar… aunque no estoy segura. Me da nervios que vayas sola.

—¡No! No, digo… ¿irme? ¿con ellos?

—No voy a retenerte en mi casa, Jane —me echo a reír ante su incredulidad—. No es sano… no tengo por qué hacerlo y no tienes que aceptar quedarte aquí en la misma ciudad que ese tipo tan asqueroso, ¿entiendes eso?

—Sí.

—Yo no soy quien te da la opción de irte, Janeth, no soy quién para hacerlo. Tú misma tienes esa libertad… quedarte en un sitio por imposición de alguien más no es algo correcto a menos de que seas una criminal, ¿lo eres?

—No... creo.

—¿”Crees”? —reacciono con un sobresalto fingido, por supuesto—. ¿Pues qué hiciste entonces?

—Creo que te robé suspiros. ¿Cuenta?

¿Q-Qué?

Se me calienta el rostro cuando la escucho y me obligo a mí misma a ver para otro lado.

¡Dios mío! ¡¿Pero qué está diciendo?!

—¡Janeth! ¡Hablo en serio!

—¡Yo también!

—¡No! —Me enderezo lo suficiente para quedar bien derecha frente a ella, aunque como me encuentro sentada es más complicado—. ¡Oye! Por una vez deja el humor de lado, esto es serio. Te propongo irte porque te veo muy tensa estando aquí, te mereces libertad y lo primero en lo que piensas es en ponerme como un tomate en vez de considerarlo, de aceptarlo. ¡N-No es justo!



#6910 en Novela romántica
#891 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.