Los girasoles también lloran

Capítulo treinta y seis. Janeth.

 

 

JANETH

 

Rasco mis brazos por inercia; el vapor de la sopa ha desaparecido por completo, así como la tibieza que antes estuvo quemando en mi lengua toda sensible ante temperaturas algo diferentes a las que suelo aceptar en mi boca. La cuchara sigue prensada entre mis dedos; pero tiemblo, tiemblo lo suficiente como para no concentrarme en la comida, en Kiareth que todavía come como si hace cinco minutos su hermano no hubiese estado aquí y se retirase después de una especie de discusión que ha terminado con ambos felices sin más, de una forma tan peculiar que aún me tiene pensativa y con una rara sensación de ternura por esos dos. Mientras que yo, por otro lado, sintiéndome todavía golpeada por las reflexiones de “mi amiga”, no puedo siquiera moverme bien.  

«Si el destino nos quiere juntas» —digo en voz alta, todavía con tantos pensamientos rondándole a mi pobre cabeza hecha añicos.

«Piensa en otra cosa… piensa en otra cosa».

Kiareth se detiene para mirarme. La cuchara en su mano queda a medio camino y vuelve a bajarlo. Reprimo una risita llena de simpatía por la expresión que se le queda en la cara.

—¿Perdón?

—«Si el destino nos quiere juntas» —repito lo que ella ha dicho en voz alta ante el pleno calor del momento con su hermano—, eso le has dicho a Mateo, ¿no? Que si el destino nos quiere juntas va a unirnos.

Sus ojos se abren un poco más y sus mejillas no tardan en pintarse de rojo. Sonrío en una mueca apenas perceptible de mi labio estirándose.

—¿Sí? Eso dije, supongo —Carraspea, visiblemente nerviosa—. ¿Qué hay con eso?

—¿Crees en verdad que el destino no quiera que estemos juntas? —indago, con nervios.

—Ah, tenemos un problema ahí: yo no puedo decirlo por mi cuenta —Kiareth sonríe—, eso lo decide el propio destino, Janeth. Primero me mantengo fiel con eso de que vayas y recibas ayuda, que es una de las cosas que más nos importa, también quiero… ansío que te reúnas con tu familia y que estés con ellos lo más posible, disfrutes una vida amena como te lo mereces al cien por ciento, que ames, seas feliz y vuelvas a ser tú. Independiente de cómo te has mostrado conmigo estos días… sé que en la espalda todavía llevas el peso de lo que te ha hecho ese tipo.

En la espalda. Ah, eso suena tan ambiguo, tan… doloroso.

—Entiendo.

—Quiero preguntarte algo… la duda me tiene con la cabeza enredada.

El tono de su voz logra inquietarme.

Respiro hondo.

—Dime.

—¿Todavía sientes algo por él?

Mi corazón se acelera de inmediato. Reprimo un quejido y abro los labios para contestarle con lo que mi cabeza repite desde hace mucho; pero no logro hacerlo, no logro hacer que un sonido escape de mis labios por más que lo intento. Esa mudez repentina me dura un par de minutos quizás, no logro tomarme el tiempo y todavía me siento… paralizada.

¿Si todavía siento algo por Darío? ¿Algo lindo que no sea rechazo? ¿En verdad me pregunta eso? ¿Qué si todavía despierta sentimientos en mí ese tipo que solo ha hecho que mis días se vuelvan difíciles y la vida más dura? Siquiera necesito pensarlo: lo dudo mucho, si logro serme sincera, porque por algo he podido y decidido escaparme de ahí. No, no, no. No lo dudo, lo niego rotundamente.

Más allá del miedo, del pavor que me ocasiona el solo pensar que él, ese hombre con complejo de Dios puede encontrarme en el momento más inesperado, despierta mis alarmas y mis ganas de alejarme de este sitio lo más posible.

El confuso hecho de que no me ha encontrado es suficiente para levantarme muchísimas sospechas. Quizás ya sepa dónde estoy y solo está a la espera, quizás no, quizás… ¿pero sentir algo más allá que solo pavor?

—Ya no —respondo apenas logro devolverme al hilo coherente de los tantos pensamientos en mi cabeza—. No se puede amar a alguien que no se lo merece y que ha hecho de todo por apagar esa llama, ¿sabes? Hace mucho que no siento algo especial por él.  

Su sonrisa me demuestra satisfacción pura.

—Me alegra que pienses de esa forma.

—Y a mí me alegra irme convenciendo de ello —asiento y suelto la cuchara. Mastico lo poco de comida que me queda en la boca y cuando lo logro, entonces carraspeo hasta sentir una incomodidad en la garganta; sequedad es una posibilidad—.  Es complicado, ¿sabes? Lo digo; pero una parte de mí no se siente tan segura de mis palabras. Odio la idea de… de perderme de nuevo, de volver con él.

—Lo entiendo. No vas a alejarte de eso tan rápido; al menos tienes los ojos abiertos y no te aferras a esa relación.

Su discurso me causa algo de gracia; se siente ensayado, como un… extraño porte que, a pesar de eso, se escucha bien viniendo de sus labios.

Miro a Kiareth para sonreírle bien. Una de sus manos se eleva a mis mejillas y la acaricia. Yo cierro los ojos.

—¿Dejamos el tema? —pregunta.

Me acurruco en su mano.

—Por favor.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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