JANETH
Aduras penas logro despertarme; cuando lo hago, por un momento me desconcierta la visión, aunado a la sensación de unos suaves mechones todos blancos desparramados debajo de mi sensible nariz. El tacto cálido de Kiareth con su abrazo alrededor de mi cintura me toma por sorpresa; pero no logro decir nada ya que mi mente todavía no puede deshilar todas las imágenes que hay en mi cabeza desde tan temprano.
Mi cabeza es una maraña de pensamientos inconexos que terminan mezclándose con el raro sueño que he tenido y luego con… Kiareth aquí. No logro descifrar cuál parte es real o cuál pertenece a mi confundido subconsciente. Por cierto, ¿cómo he llegado aquí?
Me froto los párpados para espabilarme.
—Ya estás despierta, ¿verdad?
—¿Me trajiste aquí? —pregunto con tono suave y le acaricio la espalda.
Cuando ella levanta el rostro hacia mí para verme, noto que tiene el pelo desordenado sobre la frente. No me queda más remedio que reírme y ordenarlo para que aquellos hermosos ojos dorados puedan revisarme y yo devolverle tal maravillosa expectación; aunque, por supuesto, no es algo que se logra del todo pues todavía se encuentran medio cerrados por el sueño. Aun así, me digo mientras ella bate sus pestañas entre pequeños pestañeos para terminar de despertarse, es lo mismo, logro ver, aunque sea un poco de ese color tan perfecto.
Beso su frente por inercia.
—Te di un baño primero —ella responde, con su voz rasposa.
—¿Qué?
—Tengo toallas sanitarias de las nocturnas. Recuerdo que usas de esas —añade—. Me ayudaste con esa parte privada.
¿Cómo que… «la ayudé»? No recuerdo nada de eso.
—Creo que te descompensaste —prosigue mientras se restriega la nariz con el dorso de la mano—. Entonces te bañé en el baño y tú estabas sentada. No toqué partes… íntimas; por ese lado no te preocupes.
Resoplo con un poco de alivio, aun con la vergüenza corriéndome por todo el cuerpo.
De todos modos, ella ya me ha visto la espalda en su máximo esplendor con todas y sus marcas tan feas, ni hablar de la parte delantera que no es algo que me incomode porque no está tan dañado; pero de todas formas…
—No recuerdo haberte ayudado —respondo y me estremezco ante el frío. Termino envolviéndome más en la cobija—. No recuerdo bien qué pasó después de que el dolor me llegó bien feo anoche cuando tú te… levantaste. Kiareth, ¿qué pasó?
—Después de que me lavé las manos, esperé un poco y luego medio reaccionaste, aunque era obvio que no te sentías nada bien. Ahí te bañaste y yo te ayudé en otras zonas.
—¿La toalla sanitaria? —inquiero y la separo de mí para verle el rostro.
—Tengo que admitir que eso ya ha sido un reto; sobre todo para ti —susurra en voz baja y sé que quiere reírse la muy hija de las nubes blancas—. Ha costado, sí; pero pudiste. Luego de eso vinimos al cuarto, bueno, te traje. No pesas nada.
—Me siento rara.
—¿Vomitar?
—No lo digas como si estuviese embarazada.
La escucho reírse, su rostro escondido en mi pecho para no ser tan notoria en eso. Le jalo un mechón sin lastimarla por supuesto y se echa a reír con fuerza mientras niega.
—No… no lo digo así. Medio recuerdo que tienes un periodo complicado y fuerte, Janeth. Aquí tengo pastillas y un vaso con agua por si gustas tomarlas antes de que te desmayes de nuevo.
—Es el primer día. El dolor ese todo feo me llega como aviso en vez de señales menos dolorosas, ¿sabes? Siempre me resulta extraño. Es una lástima que no pueda tomarle un control como tal para anticiparme a ello. Llega cuando le da la gana y no me da ni tiempo a tomarme algo antes de que ande como una loca retorciéndose por el suelo —gruño y me toco la garganta—. ¿Sabes? Sí te acepto las pastillas.
Ella se sienta y me tiende ambas cosas.
La imito primero cuando me incorporo sobre el colchón y logro aceptar ambas cosas en un ángulo más cómodo para mis brazos y mi boca.
—¿Cómo te sientes exactamente?
Mientras me rasco la cabeza con la mano que tengo libre, respiro hondo.
—No lo sé; de ahí abajo siento raro; no es malo, claro; pero sí raro. De la cabeza, tuve un sueño extraño —admito y odio la sensación de mi garganta rasposa que no quiere colaborar con mi habla—. Quiero creer que he soñado mal; pero a la vez es tan… ah, feo.
Kiareth se gira hacia mí al escucharme.
Yo le sonrío por inercia después de que me tomo las pastillas para los dolores menstruales que me matan cada vez que llegan.
—Me refería a los dolores. Ya no es la primera vez que te desmayas —Ella se ríe. Yo tengo que ponerme a recordar en qué momento del pasado me he desmayado por los dolores estos tan horribles como para que ella se lo tome tan normal—. ¿Quieres hablar del sueño?
—Fue —dudo un poco en decirlo, la garganta se me seca con tan solo pensarlo, con recrear nada más la cara y el nombre de ese tipo— con Darío.