Los girasoles también lloran

Capítulo cuarenta y uno. Kiareth.

 

 

KIARETH

 

Otro segundo más en silencio y comienzo a pensar que quizás deba de enterrar mi cabeza bajo tierra, ¿verdad? Janeth se ha levantado de manera brusca, como si algo le hubiese picado en el muslo, también me ha tendido la mano y yo llevo, no tengo la menor idea, ¿un minuto? sin saber qué decirle o qué hacer. Le he dicho algo que percibo y pienso es ofensivo porque yo también me he sentido de esa manera y siquiera fue dirigido exactamente a mí.

Recitar lo que dijo mi hermano sobre que «sus sentimientos por mí crecen muy rápido» (considerando que justo acaba de salir de una relación donde la han violentado de tantas formas) es una clara muestra de desconfianza y el rompimiento de un hilo acerca de todo lo que hemos hecho juntas en estos días.

Y ella no dice nada.

O no me ha escuchado o…

—¿Primero podemos ir adentro para que hablemos bien? Hace un poco de frío aquí afuera y no quiero congelarme las nalgas —pregunta primero mientras entrecierra sus dedos y vuelve a abrirlos en mi dirección.

Reacciono con un titubeo que no tiene nada de sentido al hilarlo. Al final, tomo su mano, impulso mi cuerpo y me suelto para sacudirme la parte trasera de los pantalones.

Intento decirle algo; pero nada sale de mis labios, no puedo siquiera hilar algo correcto para justificarme. Bueno, no justificarme, sino para pedirle disculpas y argumentar el resto de la conversación con mi hermano; pero es que…

La he molestado.

—Jane…

—En la habitación.

Obedezco. Respiro hondo un par de veces, abro y cierro mis dedos y luego alcanzo a tomarla por el brazo.

—Escúchame, por favor —jadeo—, esto no es… no es cómo lo he dicho… no es lo que parece.

—No sé si quien habla eres tú o tu hermano.

—Hablo en serio.

—Yo también.

—Mira, Janeth, en verdad no lo quise decir así. A ver, mi hermano no te conoce; pero hemos hablado un rato sobre ti porque Mateo ha ido a contarle la parte que conoce (que es muy poca) y él se siente curioso.

—Bueno, puede ser que él no me conozca; pero tú sí lo haces —resopla con pesadez—. Tú sí me conoces desde la universidad, has visto muchos lados de mí que otros no, tú, sobre todas las cosas, Kiareth, sí sabes cómo soy y lo que puede o no gustarme… ¿y de repente me sales con esto?

—Linda…

—A ver, explícate bien. Por favor, hazme el honor de escucharla —Aunque usa un tono brusco para hablar, su postura no demuestra un intento de parecer, no lo sé, ¿intimidante? Luce decepcionada, a la defensiva no porque haya sido atrapada con alguna mentira, sino como si se sintiese herida por lo que dije—. Porque ahora… lo que tengo en mi cabeza es que crees que te uso como una forma egoísta de superar a Darío o algo por el estilo.

Bien, eso sí se ha escuchado muy mal.

—No me refiero a eso —lloriqueo, despacio, con la voz atravesada en la garganta al no saber cómo apaciguar un estado de ánimo que no es tan usual en ella—. ¡No hablo de que puedas estar usándome! ¿Sí? Creo en ti, lo hago, creo en que no eres capaz de hacer algo como eso después de… todo.

—Bueno, dime, ¿a qué viene el comentario sobre mis sentimientos y lo rápido que crecen por otra persona? Por ti en este caso, Kia. ¿Crees acaso que te he mentido cuando dije que ya desde antes sentía algo por ti; pero como estaba con Darío no supe qué hacer con esa información y sentimientos?

—¡No! ¡En lo absoluto! Por favor, a ver… siéntate primero. Traeré agua.

—No quiero agua.

—¿No? Bueno, yo sí. Permiso.

Me tiemblan las manos, las piernas, me tiembla todo y cuando agarro el vaso para llenarlo con agua por un momento tengo que quedarme paralizada, con la cabeza hecha un remolino y los dedos de mis tontas manos una estúpida gelatina que medio se detiene cuando aprieto cuidadosamente el vaso contra mi pecho.

Rápido llevo el borde del vaso a mis labios, inhalo y luego exhalo antes de tomar un poco de ese líquido transparente que va a ayudarme a tranquilizarme. O al menos tengo esperanza de eso, porque en verdad tengo el corazón acelerado y es como si en mi interior se encendiese una chispa que busca salir de alguna forma u otra. ¿Es esto lo que siente Janeth en los casos más leves cuando se le acelera no solo el corazón?

Vuelvo con ella al cabo de un par de minutos, con la mente ya un poco más relajada y el estómago lleno por tres o cinco vasos de agua que me he empinado así de golpe.

Janeth está sentada, en sus manos tiene un papel blanco que ha doblado hasta formar el típico avioncito y luego se endereza. Lo hace cuando me escucha o cuando mira mis pies y se percata de mi presencia; pero no me mira.

—¿Te he dado alguna pista o algo sobre que no me interesas de esa forma?

Hay un tono agudo, roto en cada una de las sílabas que salen de sus labios; no es fácil de esconder y ella tampoco es como que dé indicios de intentarlo. Por mi parte, casi a punto de desistir, tiemblo en mi sitio y luego niego con los labios apretados, sin embargo, ella todavía no desea mirarme y yo respeto eso así que me siento en la silla que desde hace rato permanece aquí como si no perteneciese a ese bendito juego de comedor que se encuentra en la cocina.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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