KIARETH
Por un momento, la voz de Janeth se transforma en un bello canto de los más preciados ángeles que pueden encontrarse en el cielo. Oh, sí. O al menos los que están idealizados en los programas de la tierra, claro; tampoco quiero irme por las ramas al… al recordar todas aquellas fotos donde se supone cómo son exactamente.
La miro, mis ojos brillando siempre por y para ella, mientras que yo me grabo su imagen para futuras escenas o momentos juntas; quizás en algún paseo en moto a algún lugar con naturaleza como la vez pasada, o en auto; quizás en la cama, abrazadas y viendo por decimotercera vez todas las películas y series con capítulos especiales de Shrek o acostadas bajo el claro de luna que vuelve más perfecta las vistas de su bello rostro, una luz que pese a no ser tan fuerte como la de nuestra estrella, da en los ángulos perfectos para yo admirarla, a esos que resulta son a los que menos atención le he prestado. Así me los grabo mejor, pienso más en ella y…
«Concéntrate, Kiareth».
Cabeceo, avergonzada.
Janeth boquea, sus párpados apretándose por un par de segundos, pensativa. Inhala hondo, como si los pulmones le apretasen el pecho y luego me mira de nuevo.
—Todo lo que él haya hecho no es algo que se me pase por la cabeza el querer hacerte jamás. Eso no es lo mío, para nada —afirmo primero mientras dejo de pensar en Shrek, el burro, el condena’o gato y la dragona coquetona. Por más que me repita que no es el momento mi mente no deja de ver la escena del pobre de Shrek dándose en la entrepierna; pero en vez de ser Shrek, es… “él”—. Yo no quiero que me temas en lo más mínimo, ni que vomites en el baño cada vez que creas que… que estoy enojada y mucho menos voy a mandarte a un jodido rincón cuando sienta que no quiero verte ni a la cara —Chasqueo los dientes, sintiendo asco por los recuerdos de todas las cosas que ella me ha contado hasta en bromas. ¡Bromas, por el amor Dios! Reprimo una exclamación malsonante—. ¿Qué clase de pensamiento es ese? No el mío, por supuesto, ni el de muchas otras personas con las que seguro algún día entablarás amistad o con quienes sea que compartas una charla o lo que sea, y es algo que debes de saber. Yo quiero tu confianza, Janeth, quiero ganarme eso y mucho más, ¿me comprendes?
—Sí.
—Por eso sé que debo de ser paciente… voy a recoger toda mi paciencia por ti. Debo de aprender a serlo, voy a esperar —Cabeceo, negando a… a lo que sea que… que ella piense mal de mí. No quiero hacerme ideas, no quiero que ella piense que dudo de lo que ella me profesa o que soy yo quien juega con ella al decirle todo esto tan de repente—, ya que no es solo cuestión de un día o una semana; y mucho menos contigo, querida, teniendo tanto encima.
—La forma en que lo dijiste es…
—Lo sé. Me disculpo, en verdad, por eso. No son mis palabras y su intención… menos, creo.
—Kia…
—Ahí entra mi hermano —prosigo y asciendo el toque de mis dedos a sus labios. Ella los aprieta y yo me retiro, comprendiendo que ahora no se siente bien como para aceptarme esas muestras—: si yo te trato así, si yo te doy muestras de amor; si yo vengo y te abrazo hasta que tú misma me echas en cara que te hago sentir calor porque soy una persona que siempre percibes así, como si yo fuera no-sé-qué con núcleo tibio; si vengo y te beso con calma, sin mordidas, sin ordenarte a que te quedes quieta porque quiero que los demás pienses que lo nuestro es rosas y arcoíris… o lo que sea que “él” tenga en mente cada vez que estuviesen juntos. Si yo te toco los brazos, por encima, para ayudarte, y no te dejo ningún tipo de marcas… ¿entiendes el punto?
—Sí… esa eres tú —asiente.
Reprimo una sonrisa llena de pena.
Esa ya soy yo.
Mi forma de ser es: tratarla bien, velar por ella, preocuparme por su bienestar, su felicidad que hace aparecer esas sonrisas tan bonitas, su comodidad, e inclusive eso con las personas que me agradan; eso soy yo, joder.
—El punto es…
—Lo has dicho varias veces…
—Lo sé, lo sé. Ya dijiste que soy mala para entablar algo bien bonito sin perderme en una parte. Déjame en paz con eso, te lo suplico, ándale —río entre dientes mientras niego con la cabeza y las pestañas barriéndome los pómulos. La escucho reírse a mis costillas—. El punto es: ¿puede todo eso influir en tus sentimientos por mí? ¿Puede eso hacer que creas que me quieres de la misma forma que yo lo hago? Te doy una visión diferente de cómo puede ser estar con alguien diferente a ese tipo. ¿Crees que… eso influya?
Ella hace silencio.
Me inquieta eso, lo acepto con todas mis ganas de que diga algo, por más mínimo que sea. Mientras ella busca una respuesta concreta para darme, me remuevo como gelatina a punto de ser pinchada por una cuchara manejada por un bebé que no sabe comer adecuadamente porque apenas le están enseñando las bases de eso.
Giro un pie una y otra vez de adentro hacia afuera y viceversa, busco sus manos y entrelazo mis dedos con los suyos e incluso hasta me dan ganas de morderlos de una forma juguetona; pero solo me quedo con la vista ahí, al igual que mi cuerpo: conteniéndose en una bola de ansiedad que me arrebata el aire por un momento.