__•Bienvenido a casa•__
Era verano, los árboles estaban aún floreciendo; el calor era extremadamente horrible para los amantes del frío. En la casa de Wan-Jiao se encontraba el aire al 100 por ciento y, al entrar, la brisa era como llegar al cielo. Wan-Jiao se encontraba en la cocina preparando una hermosa cena de bienvenida para su nuevo hijo; Chen-Tao se encontraba recogiéndolo en la casa hogar, mientras que las dos niñas corrieron donde su mamá.
—Mami, papá, está haciendo trámites con la cigüeña —dijo la mayor, llamada Chen Xiao.
—¿De qué hablas, hija? —respondió Wan-Jiao mientras colocaba un poco de guisado en sus manos y lo probaba para ver si le faltaba sal.
—Vi en televisión que los niños son entregados por la cigüeña, pero es raro, ¿por qué no vendrá a casa? —dijo Chen-Xiao mientras sostenía un peluche de conejo en sus manos.
—No seas tonta —respondió la menor, Chen-Lian, dándole en la cabeza a su hermanita.
—No —dijo Wan-Jiao regañando a la menor—. No golpees así a tu hermana.
—Es que, madre —dijo Chen-Lian—, está claro que es imposible que una cigüeña traiga al bebé; es obvio que papá fue a un huerto de repollos donde viene mi hermanito, ¿verdad, mamá?
Wan-Jiao empezó a reír y les dijo: —En realidad, su hermanito viene de una casa hogar donde hay más niños.
—Eso es imposible —dijeron las dos mirando a su madre cocinar mientras sostenía una sonrisa radiante—. ¿Cómo cabrían tantos bebés en esa casa?
Wan-Jiao reposó la cuchara con la que estaba preparando la comida y las miró a las dos. —Hay muchas de esas casas; además, no todos los bebés vienen de esas casas; algunos bebés, como ustedes, vienen del vientre de su madre.
—¿Cómo nos metieron ahí? —dijo la menor—. ¿Acaso nos comiste?
—No —dijo su madre—. Y pronto lo sabrán; ahora solo vayan y busquen un regalo para su hermanito; díganle a Nana que los acompañe.
Nana era la cuidadora que las cuidaba cuando ellos iban a trabajar. Las dos niñas se giraron y corrieron por aquel pasillo y fueron a agarrar el teléfono; solo tenían que poner el número 1 y se marcaría a la casa de Nana.
—Hola —dijo la mujer detrás del teléfono con una voz dulce y suave.
—Nana, puedes venir por nosotras y acompañarnos a la tienda —dijo la mayor, mientras la menor gritaba—: Pásamelo a mí, quiero hablar con Nana.
—¿En este momento? —preguntó, nana.
—Si nuestro hermanito ya va a llegar —dijo la mayor mientras la menor seguía gritando—: Déjame hablar con la nana.
La nana se notaba adormilada, como si hubiese estado durmiendo todo el día. —Su madre les dio permiso, o son inventos de ustedes —respondió.
—No, mamá, nos dijo —dijo la mayor mientras gritaba—. VERDAD, MAMÁ.
Wan-Jiao, que se encontraba cocinando, devolvió el grito: —¡SÍ!
Al escuchar a Wan-Jiao gritar, la nana, cuyo nombre era Mei, no tuvo otra opción que levantarse de su cama, cepillarse los dientes y, a los 10 minutos, llegó a casa de las niñas y tocó.
—YA VOY —se escuchó la voz de Wan-Jiao mientras sacaba la sartén del fuego.
—Hola —dijo la nana cuando esta abrió la puerta.
—Lo siento mucho, es que estoy cocinando, ya que Chen-Tao traerá hambre; se fue sin comer a traer a Chen-Kum; no la quería molestar hoy domingo, pero...
Antes de que siguiera la nana, la interrumpió: —No se preocupe, así aprovecho y tal vez conozco al nuevo bebé que voy a cuidar, ¿verdad?
—Sí, claro —respondió Wan-Jiao mientras mostraba una sonrisa. En eso se escuchó a dos personas venir corriendo. —Nana, ya nos vamos —preguntaron las dos agitadas por estar jugando.
Wan-Jiao sacó 50 yuanes chinos y se los entregó a Zhau-Mei y después se despidió y volvió a la cocina a terminar de cocinar. Lo último que escuchó fue a sus hijas ir preguntándole a la nana.
—¿Estabas dormida? —decía una de ellas.
—¿Por qué lo dices? —respondió la nana.
—¿Por qué te ves adormitada? —¿Por qué viniste si tenías sueño? —decían las dos al mismo tiempo.
—Porque ustedes quieren ir a comprar para su hermanito.
—¿Y eso qué?
Después de estar una hora en la cocina, por fin terminó. Estaba a punto de sentarse cuando escuchó el ruido de la puerta; fue a ver, caminando por aquel pasillo, y al abrir la puerta, sus dos hijas se encontraban con dulces y una bolsa de regalo.
—¿Y el regalo de su hermanito? —preguntó Wan-Jiao, mirándolas a las dos.
—Es este —respondieron las dos señalando el regalo.
—Era uno por cada uno —dijo Wan-Jiao sonriendo.
—Es que queríamos dulces —respondió una de ellas mientras entraba y corría a su habitación rebosante de felicidad.
—Va a pasar para que conozca al niño —dijo Wan-Jiao con una sonrisa sutil.
—Oh, ya vino el señor Tao —preguntó la nana mientras miraba hacia adentro.
—Oh, no, no —respondió Wan-Jiao mientras movía sus manos, casi formando una equis, mientras decía—: No, no, pero ya falta poco, creo que ya viene cerca, eso sí.
—Oh, ok —dijo Zhau-Mei—. Pasaré para conocer al bebé y, si quieres, le puedo ayudar a cocinar.
—Oh, no, ya terminé de cocinar —respondió Wan-Jiao rápidamente—, pero puede contarme cómo se comportan Xiao y Lian.
Las dos mujeres entraron y entablaron una conversación larga; no se dieron cuenta de que el reloj pasó rápido y de repente el sonido del llavín de la puerta abriéndose las sacó de la conversación, acompañado del sonido de Xiao y Lian gritando: —¡Papá, papá, ese es mi hermanito!
Las dos se levantaron y se dirigieron a la puerta, pero ya no fue necesario porque Chen-Tao entró a la cocina con las dos niñas detrás de él y en sus manos un bulto blanco que poco a poco empezó a llorar.
—Oh, mi niño —dijo Wan-Jiao, agarrando a aquel bebé en sus manos, y empezó a calmarlo, moviendo sus manos de un lado a otro.
—Guao, no sé si es mi impresión —dijo la nana, viendo a aquel bebé desde donde se encontraba—, pero como que le da un aire a usted.