La noche azotaba Virali; las velas y todo lo que daba luz estaban apagados, menos en lugares donde aún había gente en fiestas o en las casas de compañía. La luna era hermosa como una dama vestida con sus vestidos de novia; el palacio central estaba aún abierto y el emperador se encontraba sentado en el trono con una cara gacha mientras las lágrimas recorrían sus ojos, los cuales no se distinguían por la oscuridad; solo una vela blanca se encontraba encendida; esta ya estaba derritiéndose.
—Señor, me retiro —dijo el último oficial que estaba ahí. El emperador alzó la cara y lo miró.
—Está bien.
—¿Usted se quedará aquí? —preguntó el oficial mientras miraba al emperador en aquel trono.
—No, yo también tengo que irme —dijo, levantándose y limpiándose las lágrimas con las mangas de la túnica color verde que usaba.
—Si quiere, puedo acompañarlo —agregó el oficial mientras hacía una reverencia leve pero notoria.
—No hace falta. —Al decir eso, el oficial sonrió y se retiró, dejando al emperador solo.
—Falta poco para que sea el día —dijo el emperador mientras miraba a la puerta del palacio de donde salía el oficial; después se levantó y caminó por las calles mientras tarareaba las melodías que el viento cantaba. Llegó a sus aposentos, pero antes de entrar vio así a lo lejos y vio a las damas correr y recordó el día 17 del 3 del año 100, cuando su hijo nació y su querida esposa murió. Ese día sería de nuevo al siguiente día; lo único que había cambiado era el año.
—Qué maldición cargo conmigo. —Mientras decía eso, el emperador puso sus manos en la puerta, pero antes de desplazarlas se dio la vuelta y corrió a los aposentos de la emperatriz. Entró y empezó a desordenar mientras gritaba muy fuerte. Sus ojos empezaron a hincharse, las lágrimas salían como arroyos de agua y cada vez se debilitaba más.
—¿Por qué ella y no yo? —gritó. En eso, sin querer, se trozó la mano con unas pinzas que había en el tocador de la emperatriz, las cuales estaban intactas hace un rato, antes de que el emperador entrara.
En ese momento el tañedor empezó a tocar 12 veces la campana.
La sangre empezó a recorrer la mano del emperador y una figura extraña se formó. Una luz leve, pero que se podía ver, apareció en sus manos; era roja y de ahí salió una carta, la cual quedó en las manos ensangrentadas del emperador.
—Esto... —dijo el emperador viendo aquella carta—. ¡Esto, la dama...! —Recordó el día en que la dama se suicidó; era el objeto que vio desaparecer antes de que la dama se cortara el cuello con la daga.
El empleador empezó a abrir la carta poco a poco. La sangre que había caído en esta carta era invisible; o, porque no se miraba, entre lágrimas empezó a leerla.
Querido emperador. Si estás leyendo esta carta, quiere decir que nuestro hijo cumple 18 años mañana y aún no lo encuentras, pero muy pronto volverá. Tu hijo está en buenas manos y solo está esperando que esta carta sea leída para volver. Recuerda, debes proteger al heredero del fragmento del fénix, o sea, tu segundo hijo.
Al leer lo último, un humo negro evadió la habitación. El emperador empezó a sentirse débil y entendió: "Brujería, mi hijo fue teletransportado con brujería". En ese preciso momento, el emperador estaba usando su energía interior sin saber para qué. Se desplomó en el suelo con los ojos cerrados; había perdido la mitad de su energía, había quedado débil.
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Mientras tanto, en el siglo XXI, el calor aún seguía azotando. Era madrugada, por eso, de las 5:30 de la mañana, cuando el gallo empezó a cantar. La alarma de Wan-Jiao empezó a sonar; esta alzó la vista y miró a su esposo. Rápidamente, lo empezó a mover de un lado a otro mientras le decía:
—Vamos, vamos.
—¿Qué quieres? —respondió Chen-Tao adormitado, apenas abriendo los ojos.
—Vamos a hornear el pastel para Chen-Kum —dijo, está con una sonrisa en los labios mientras juntaba las manos.
—Ve tú —respondió Chen-Tao mientras agarraba una almohada y la abrazaba con los pies y las manos.
—Qué gran padre —dijo Wan-Jiao mientras buscaba una bata y se la ponía. Después se dirigió al baño, donde se la quitó y, con los pies descalzos y desnuda, se metió en la ducha y se dio un baño con agua tibia. Salió, agarró la bata, se la puso, se dirigió al cuarto y se puso ropa limpia y cómoda. Después caminó por el pasillo y se dirigió a la cocina.
—¿Con qué empiezo? —se dijo mientras miraba la harina, el chocolate, las fresas, el azúcar, el polvo para hornear y la levadura.
Las horas pasaron y Wan-Jiao por fin metió aquella masa al horno y, mientras esta se cocinaba, Chen-Tao se levantó y fue a ver.
—Ya está el pastel —preguntó todo desvergonzado.
—Vergüenza deberías tener, no me ayudaste y lo prometiste —dijo Wan-Jiao haciéndose la enojada.
—Perdón, es que tenía sueño; ayer los jóvenes estaban hablando que hablé y tenía dolor de cabeza.
—Mejor despierta a Lian para ir a felicitar a Chen-Kum.
—Entonces ya está el pastel —preguntó de nuevo Chen-Tao.
—Sí, a sacarlo para decorarlo, voy. —Con eso, Wan-Jiao se dirigió al horno y, con los guantes de cocina puestos, lo abrió y sacó aquella torta café del horno. La puso en la mesa, la sacó del recipiente y empezó a preparar aquel pastel de fresa con chocolate y, mientras eso pasaba, Chen-Tao fue a despertar a Chen-Lian, quien dormía tranquila.
—Hija —dijo Chen-Tao suavemente. —Hija —volvió a decir. —¡HIJA! —gritó. Con esto, Chen-Kum se movió y despertó, pero no se levantó de la cama.
—¿Qué? —dijo Chen-Lian abriendo la puerta y viendo a su padre ahí parado.
—¿Ves lo que me haces hacer? Voy a despertar a tu hermano. Vamos, que tu madre dijo que teníamos que felicitarlo.
—Ok —dijo, saliendo y dirigiéndose a la cocina.
—Ya está, vamos —dijo Wan-Jiao con el pastel en manos. Este era blanco con café, tenía fresas alrededor, llevaba un poco de vainilla, ya que era el favorito de Chen-Kum, y en la parte de arriba decía: "18 años con nosotros y esperamos que sean muchos más".