Norte de Italia, 1326.
La última vez que me había tocado empacar no fue como ahora. Fue mucho más rápido y sin dejar tantas posesiones valiosas atrás. Tampoco fue apresurado ni desordenado, y definitivamente no estoy huyendo de nadie en este momento. Y aún así, a pesar de que ambos contextos son tan diferentes, se sienten muy similares. El miedo, en especial, aunque para este punto de la vida fuera algo de lo más normal… Sigue paralizando a muchos y, en mi caso, me hace cuestionar cada decisión e imaginar cada escenario.
El bolso de cuero casi da vergüenza, su tamaño era mediano y tanto las cosas de mi madre como las mías ya estaban sanas y salvas adentro. Incluso sobraba espacio que intentamos aprovechar con comida, que también era algo escasa, pero suficiente. Al menos eso esperaba, y sino que en el camino pudiéramos encontrar más.
Fuera de eso, lo más que nos quedaba era ropa, pero no mucha. Casi todo lo que mi familia poseía hace unos años se perdió poco a poco, con la necesidad de comida y agua todo lo demás pasaba a segundo plano inmediatamente. Incluso sentir el calor del fuego no era tan importante como la mínima porción de comida, aunque no fuera tres veces al día.
- ¿Está todo listo? -pregunta mi madre entrando a nuestra pequeña cabaña a las afueras del pueblo.
Apenas me doy unos minutos para observar una vez más mi hogar. Quedan muy pocos muebles, mucho menos decoraciones o algo que indicara que ha sido nuestro hogar durante todos estos años. De todos modos, la nostalgia ataca mi pecho con fuerza, generando también un nudo en mi garganta que tuve que forzar para responderle a mamá.
- Todo listo. - confirmo luego de fingir que no miraba la cabaña vacía con tristeza más que con un cuidadoso análisis.
La idea era llevar solo lo esencial, el viaje sería largo y ninguna de las dos tenía la fuerza para cargar tanto peso que no fuera comida. Incluso la poca ropa fina que nos quedaba tuvimos que cambiarla por muchas togas ligeras, aunque mucho más cómodas para viajar, debo admitir. Lo más importante era, por supuesto, el agua. Mi cantimplora sufrió muchos daños en mi último viaje, siendo una niña el viajar con cuidado no era una prioridad cuando el hambre y el cansancio invaden tu cuerpo.
Mi hermano intentó remendar muchas veces para usarla en los días en que salía a buscar un trabajo temporal, el camino al pueblo era largo e impreciso pero valía la pena luego de recibir la paga por descargar la poca mercadería que todavía llegaba al pueblo. En un buen día también le recompensaban con un poco de comida para almorzar, de eso solía guardar una parte para mamá y para mí en la noche. Afortunadamente, a unos cinco kilómetros de la casa nuestro vecino más cercano abría el taller una o dos veces por semana y siempre tomó en cuenta a mi hermano para que le asistiera. La paga era poca, pero tomando en cuenta los tiempos en que vivimos, considerablemente generosa.
No todo dependía de él, por supuesto. Pensándolo ahora, no tuvimos tiempo para ser niños desde que nos mudamos. Mi padre ya no estaba y cada uno tuvo que poner de su parte, por lo que mamá encontró un escape de su luto en remendar viejas prendas de la gente del pueblo y también ayudando en la panadería. Y yo, bueno, descubrí ser muy útil recolectando los cultivos de los agricultores, ellos me consideraban pequeña, pero muy ágil y rápida. Por desgracia, esta habilidad se fue perdiendo conforme la crisis aumentó, en especial porque seguí creciendo a pesar de los pocos alimentos que se conseguíamos.
“Así es la vida, Sline, todo cambia y tú también”, diría mi madre de poder escuchar el recorrido de mis pensamientos. Aceptamos el hecho de que tendríamos que sobrevivir solas a partir de ahora incluso antes de que la neumonía terminara de matar a Zacharias. Mi hermano intentó ocultarlo por semanas, dijo que no quería preocuparnos y reunir todo lo que pudiera antes de… Bueno, incluso él sabía cuál sería su destino con la cantidad de recursos que quedaban en el pueblo en general. Incluso de haber contado con la ayuda infinita de nuestros vecinos no habría hecho diferencia alguna.
Y en fin, mi cantimplora sigue con uno que otro agujero, pero más que nada en la parte cerca de la boquilla, por lo que no puedo llenarla por completo y al beber debo tener cuidado de no derramar nada. En un viaje tan largo, y en especial para nosotras, el agua es lo que cuenta y cada gota hace la diferencia.
- Sline, se nos hará tarde. – me recuerda mi madre.
Se encuentra parada frente a la puerta, prácticamente, con su capucha encima para el frío que no tardará en alcanzarnos. También tiene la mía en su mano, un gesto deliberado para apresurarme, sin duda. La caminata inicial no es muy larga, primero tenemos que llegar al pueblo y recoger el caballo que logramos conseguir gracias a la lástima, sin duda. Nadie deja ir un caballo decente por un intercambio tan mediocre y menos siendo dos mujeres solas contra el mundo.
Tengo que obligarme a seguirla sin mirar atrás… ¿Pero por qué no hacerlo? Dudo que de verdad haga el seguir adelante más sencillo. Además, no quiero ver la casa, sino la piedra que improvisa la lápida de mi hermano. Ni siquiera tiene su nombre y tuvimos que enterrarlo nosotras sin ayuda, no es que nadie se ofreció, pero hubo algo en ese momento que nos hizo a mamá y a mí tomar la misma decisión de mantenerlo entre nosotras.
Mirar atrás por unos segundos me ayuda a recordar que aunque no esté en cuerpo, me está cuidando de daños y amenazas que ni siquiera puedo imaginar. Y que gracias a eso y todo lo que aprendimos juntos en estos años, llegaremos a Francia sanas y salvas… Al menos enteras. En las últimas semanas llegaron muchos rumores de lo que sucede en París y no recibir ninguna noticia de Mayra ya nos tiene con los pelos de punta. Soy consciente de que eso es solo una excusa, tanto mi madre como yo sabemos desde antes que no nos queríamos quedar luego de perder a Zacharias. No tanto por el luto más que por el hecho de no tener una mejor opción.