Sus rizados cabellos bañados en luz solar fueron removidos con los hábiles dedos de una doncella experimentada mientras el cuerpo voluptuoso de la joven se desperezaba cual gato pidiendo atenciones recién iniciada la mañana.
Erián no rechazó las caricias femeninas recorriendo sus mechones, pues poco efecto tenían sobre él. A decir verdad, ninguno.
No había pronunciado palabra alguna todavía de rechazo hacia ella por mera cortesía. O más bien porque aún pensaba aprovechar la desnudez de ambos y la disposición juvenil para un último asalto en los últimos resquicios mañaneros.
-Oh, milord, siempre tan atento...
Ronroneó la muchacha, siendo posada encima del cuerpo masculino y definido aferrando con más firmeza ese rubio alborotado. Sentada de horcajadas a él, vio asombrada como se erguía una vez más, imponente. Sujeta por sus caderas esperó un leve asentimiento, el cual jamás pudo llegar.
-¿Milord? Mirt requiere vuestra presencia lo antes posible.
Resonó otra voz fina con toques avergonzados al otro extremo de la puerta.
Liberando un suspiro sonoro de sus perfilados labios apretados, retiró a la muchacha utilizando un movimiento que podía rozar lo despectivo. Sin si quiera dirigirle una última mirada complaciente mientras se levantaba y cubría sus partes íntimas ayudándose por unos calzones blancos. Esta no profirió sonido alguno de protesta, mas la expresión realizada denotaba clara frustración.
-No te olvides de mí.
Pidió en matices suaves y melosos.
Y, como tantas otras veces, Eider obsequió a sus lujuriosas esperanzas con otra de sus muy perfeccionadas mentiras. Sabiendo que decía exactamente aquello que ella anhelaba oír.
-Mi pensamiento estará siempre en vos, milady.
Aseguró para después dejarla rodeada entre sábanas blancas y un sinuoso silencio típico del amanecer en esas tierras. Frío tal cual el corazón masculino de un puro Elián.
Los pasos de su hijo advirtieron la presencia próxima de este. No resultaba ningún secreto ni tampoco misterio dónde había estado enredado últimamente. Mirt montaba en cólera cuando solía tratarse la promiscuidad desmedida característica de Eider. Catriel era su última esperanza y consuelo, cosas disminuidas y aferradas fuertemente con el pasar del tiempo. Advirtiendo ese semblante característico en unas arrugas preocupadas pleno por decepción y furia, Catriel supo reconocerlo demasiado bien. Tanto como reconocía esa sonrisa autosufientemente creída en su hermano tras cada triunfo suyo en el lecho. Ajeno o propio, daba igual.
-Padre, tú más que nadie debería estar seguro de que Eider jamás podrá enamorarse salvo de sí mismo. Su trato hacia toda mujer existente así lo confirma.
Intentó una vez más Catriel, conteniendo bajo firme serenidad el desprecio hacia ese tipo de actitudes. No por defensa hacia dichas mujeres, sino por idiotez clara ante sus inquisidores ojos azules. Aunque a su pesar, no detestaba los mecanismos de su hermano mayor. Simplemente le parecían inútiles. ¿Acaso podía dar verdadera satisfacción sin sentirse ni un ápice desdichado o vacío?
"Bueno, tampoco soy el más indicado para hablar..." Rectificó mentalmente.
-Te tomas esa supuesta maldición demasiado enserio, los textos no dicen que...
-¡Basta! Maldita o no, esta familia no necesita más desgracias. ¿Debo recordarte las incontables pérdidas bien mostradas en nuestro cementerio? Muchas muchachas de aquí son susceptibles a enamoramientos inocentes y tu hermano es demasiado confiado como para dejarse llevar detrás de cualquier falda.
Catriel decidió callar sabiamente unos argumentos aparentemente inútiles frente a la terquedad de Mirt. Acarreando demasiadas muertes tras sus ya cansadas espaldas. No, Catriel no añadiría más preocupaciones.
-¿Quien es demasiado ingenuo como para dejarse llevar detrás de cualquier falda, padre?
Preguntó Eider mientras sus pies descalzos asomaban por los últimos escalones antes de pisar el gran salón. Usualmente vacío, sin escepciones tampoco ahora cuando parecía que las reuniones familiares habían adquirido algo de importancia durante los últimos meses. Ahora, cuatro gatos contados. Uno muy probablemente a punto para ser castrado.
-Dejate de preguntas obvias, Eider. Solo un Elián como tú sabría despreciar nuestra historia y pisotearla sin preocupación alguna antes de yacer tranquilamente con cualquier niña mínimamente consciente.
Eider apretó su mandíbula despues de escuchar tales palabras pronunciadas por la boca del mismo progenitor que supuestamente le tenía un mínimo cariño. Ridículo si recordaba cualquier memoria suya infantil. Cerró ambos puños cercanos a sus caderas y echó una rápida mirada hacia Catriel.
Cruzado de brazos cercano al lado derecho del progenitor, parecía no raramente imparcial. Como un espectador externo sin nada que aportar.
Pura fachada, pensó Eider con ironía. ¿Quién solía ocupar el lugar predilecto para las decepciones y reproches paternos?
-¿Vas a culpar una vaga maldición más vieja que tú en vez de culpar tus propias acciones? No fuiste buen marido y mucho menos buen padre. Explica eso cuando veas los fantasmas de tus difuntos hijos y esposas.
Escupió dichas palabras no sin cierta fiereza, desprecio claro incluso, porque realmente las dijo con el corazón. Uno tan lleno de rencor como su desafiante mirada aquellos instantes.
Mirt hizo ademán con ceño profundizado por incorporarse, pero su hijo menor fue más rápido en detenerle aplicando presión sobre su hombro enfundado bajo el traje carmesí oscuro. Mantuvo la mano ahí sin desviar los ojos de los contrarios. Unos incapaces de disimular aquello que su firmeza entera contenía incansablemente día tras día. Preocupación y desprecio a partes casi iguales.
Eider vio reflejado en estos sus propias sensaciones ahora mismo. Cansancio, una incipiente necesidad por zanjar cuanto antes el asunto. Pero decidió sonreír con sorna fingiendo tan bien como su hermano poseer paciencia, tener todo el tiempo necesario sin darle un mínimo de importancia. Una sonrisa jamás alcanzada en sus pupilas.
-Basta, esto no beneficia a nadie y mucho menos tiene solución si ninguno cede un poco. Padre no necesita quebraderos egoístas.
Dio fin Catriel, apartando sus definidos dedos del hombro paterno una vez Mirt pareció recobrar cierta serenidad gracias a dichas palabras.
Los dos hermanos se observaron mutuamente desprendiendo hacia el otro claros mensajes de desagrado sin modestia alguna por ocultarlo o hacerlo menos evidente. Eider alzó las manos hasta quedar paralelas con sus pectorales indicando clara rendición. Captaba muy bien como Catriel clavaba intencionadamente sus afiladas advertencias, más mortíferas incluso que cualquier daga traicionera. Pero con la tranquilidad de quien cree estar haciendo lo correcto.
-Vale, deja tus quejas a un lado. ¿Me hacéis llamar solo para esto?
Si así era resultaba irritante, aunque también buena excusa para librarse del problema que tenía encima hacía pocos minutos. Eider suspiró internamente aliviado. Sus preciados tesoros no serían arrebatados tampoco aquel día. Bajó de nuevo las manos esperando alguna respuesta válida o plausible.
Mirt se aclaró la garganta conteniendo algunos carraspeos disimulados con el puño, señal de que no tenía buenas nuevas para comunicar.
-Los Kilian han aumentado sus límites marcados del pueblo. Ignoro las razones pues su misiva no da explicaciones claras. Todo ahí escrito es pura palabrería formal sin motivos.
Catriel intercambió una nueva mirada con Eider. Esta ocasión, interrogativa. Pero este a su vez mostró tambien sincera curiosidad. Con gesto inexpresivo, el hermano menor aproximó sus pasos hacia los escalones todavía bloqueados por la amplia figura masculina opuesta. Reservó ciertos comentarios desaprobatorios debido a la escasez de ropa y esperó a poder pasar.
-Estaré en el estudio, yo mismo he revisado ya esa carta y hablado con padre. Te toca.
La última advertencia visual antes de desaparecer escaleras arriba indicó claramente su deseo por reunirse a solas con Eider en dicho estudio. Este tan solo emitió un gruñido gutural como respuesta.
-Vístete bien, entonces podrás entrar. Sabes que así no hablaré de un asunto importante contigo.
-No es que algo así pueda olvidarse, padre. Simplemente, sigo mis propias reglas. Las tuyas no te funcionan ni a ti mismo.
-¿Cómo debería tomarme algo así?
-Como una advertencia de tu reflejo rejuvenecido, supongo.