Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Cuatro - Enfermo

Enfermo

Laine se encontraba en la casa Mcsell esa mañana, ayudando a los niños a prepararse para ir a la escuela. Aún no lograba acostumbrarse a esa rutina, ella, que tanto se había esforzado por poner distancia entre ellos, ahora estaba más cerca que nunca. Esos tres pequeños niños, cada día, parecían adueñarse más de una parte de ella, parte que siempre evitó que tomaran.

Laine terminó su desayuno con rapidez, sabiendo que el tiempo apremiaba. Mientras los niños Mcsell bajaban corriendo las escaleras con sus mochilas al hombro, ella ya estaba de pie, lista para sacarlos de la casa. Con Jemina en brazos y asegurándose de que todo estaba listo para que ese día no fuese más que ordinario, se dispuso a salir de la casa.

Con la bebé en brazos, la rubia se disponía a subir para que todos salieran del departamento, aunque algo la detuvo. Ian había subido animado delante de ella, pero estaba solo.

Al bajar la mirada en el pie de la escalera, vio al pequeño que faltaba: Noah, con su expresión más inocente y un falso tono de debilidad, se disponía a intentar convencer a la secretaria de su padre de que estaba enfermo. Sin embargo, Laine conocía a ese pequeño demasiado bien como para caer en su trampa. Por lo que, antes siquiera de que él hablara, se cruzó de brazos.

—Noah, en pie. Vamos a la escuela —dijo con firmeza, cruzándose de brazos.

—Pero Laine, me duele la panza —insistió el niño, abrazándose a sí mismo con una expresión de sufrimiento que podría haber ganado un premio de actuación.

—Noah, no me engañas. Al auto, ahora.

Resignado, el niño subió al vehículo y, tras un corto trayecto, llegaron hasta la casa. Ella se agachó con cuidado para quedar a su altura y le acomodó la mochila.

Después de ese pequeño momento, los cuatro subieron al ascensor, con Ian jugando con su hermana menor a las escondidas y Noah, apoyado en las paredes de la caja metálica, parecía resignado. Al salir hasta el estacionamiento, todos bajaron hasta donde el chofer los esperaba.

Noah, sin embargo, se detuvo a medio camino y dejó caer su mochila al suelo, llevándose una mano a la frente con expresión dolida.

—No puedo ir a la escuela —dijo con voz apagada—. Me siento mal, muy mal. Creo que tengo fiebre.

—Noah, no tienes fiebre —volvió a decir con firmeza—. Vamos, sube al auto.

El niño insistió, frunciendo el ceño y simulando un leve tambaleo.

—Me duele la cabeza, y el estómago, y creo que estoy viendo borroso…

Laine suspiró y le puso una mano en la frente. Estaba tan fresco como siempre. No cayó en su trampa.

—Al auto. Ahora.

Noah chasqueó la lengua y recogió su mochila con resignación, lanzándole una mirada de reproche antes de seguir a su hermano Ian al vehículo. El mayor de los Mcsell se burló un poco de su hermano antes de que Laine se asegurara de que sus cinturones estuvieran bien abrochados, y después de dejar un beso en sus frentes, los despidió:

—Pórtense bien. Nos vemos en la tarde.

Noah suspiró dramáticamente y sacudió su mano despidiéndose de su pequeña hermana junto a Ian, que de los dos era el de mejor humor, dejando a Laine con la satisfacción de haber ganado esa batalla. Pero su victoria sería breve.

Todo el camino al trabajo, Laine se preguntó la razón por la cual ese pequeño, y usualmente calmado niño, ese día insistía tanto en no ir a la escuela, pero después de autoconvencerse de que solo quería pasar un día libre, olvidó el asunto. Nada más llegar a la compañía, Jemina reclamó los brazos de su padre, quien había salido tan temprano de casa que no se había despedido de sus hijos. Claudia, que subió hasta el piso donde trabajaba su amiga y compañera, le recordó la reunión directiva que tendrían en unos minutos y en la cual ella debía estar, después de todo, se había pasado los últimos días desinformada de lo que sucedía en la empresa.

—No tardes, hoy sí nos necesitan a ambas —le dijo Claudia, ajustando los papeles en sus manos. La castaña sabía que Laine estaba bastante atareada, pero también sabía que ella había tomado la decisión de poner aquellos niños por encima de su trabajo.

Laine asintió, pero justo cuando se disponía a seguirla a la sala de reuniones, su celular sonó. Al ver el identificador de llamada, su corazón dio un vuelco: era la escuela de los chicos, y eso solo significaba dos cosas: ellos habían causado otro problema o algo iba mal.

—¿Señorita Laine? —La voz de la maestra de Noah se escuchó detrás de la línea—. Tiene que venir de inmediato. Noah está muy mal —le informaron.

Realmente se estaba arrepintiendo de muchas cosas esos días:

—Voy de inmediato.

Sin perder tiempo, salió corriendo de la oficina, ignorando la reunión directiva que estaba a punto de iniciar. Laine no le informó de la situación a Owen; no creía que preocuparlo por algo que podía no ser de mucha importancia fuera algo provechoso, aunque, si lograba pensarlo bien, tal vez era su miedo a que aquel niño, si estuviese enfermo en la mañana, lo que le impedía decirle a su jefe lo que pasaba.

El corazón de Laine se encogió de culpa. "No debí haber dudado de él", pensó, sintiéndose la peor persona del mundo. El miedo la golpeó como una ráfaga de viento helado. Sin siquiera dar explicaciones, salió corriendo de la oficina y se dirigió a la escuela a toda velocidad. Cuando llegó, vio a Noah sentado en la enfermería con una expresión adolorida… y una sonrisita mal contenida.




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