Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Seis - Pequeño Demonio

Pequeño Demonio

La casa de los patriarcas de la familia McSell era un refugio de silencio. Como casi todos los sábados, los pequeños McSell eran llevados con sus abuelos. Agatha, la matriarca de la familia, era muy cercana a ellos, y siendo estos sus únicos nietos, era quien más los consentía. Aunque el abuelo era bastante débil ante sus nietos, Henry, que para el resto del mundo era un gran hombre de negocios, duro y serio, con sus nietos solo era un abuelo consentidor.

Jemina y Noah habían sido secuestrados por sus tíos ese día. Elizabeth, la menor de los hermanos McSell, junto a su novio Darien, habían convencido a Owen de que dejara que Noah y Jemina fuesen con ellos a un parque de diversiones. Y ustedes se podrían preguntar, ¿por qué Ian no estaba con ellos? ¿La respuesta? El primogénito de Owen McSell se había negado.

Un silencio pesado, tan denso que se sentía como si las paredes mismas lo absorbieran. Ian estaba sentado en un rincón de la sala, con los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo. Se negaba a hablar. Se negaba a moverse. Se negaba a comer.

Ian era el más traviso de los nietos de la familia, era el consentido de su abuela y a pesar de siempre recibir lo que desea nunca fue caprichoso; nunca hasta que se trataba de Laine. En la familia McSell había una regla no escrita que todos sabían; Laine Wilson estaba encima en la jerarquía cuando se trataba de los pequeños. Esto no solo se acababa con Ian, Noah e incluso la pequeña jemina sentían lo mismo hacia Laine.

Y en esos momentos en medio de esa rabieta todos los miembros de su familia tenían claro que ese gran berrinche tenía nombre, apellido y un claro color de cabello.

Su abuela, acostumbrada a su terquedad, simplemente suspiraba desde la cocina. No intentaba convencerlo; sabía que hacerlo solo haría que se cerrara más. Sin embargo, cuando Owen llegó a buscarlo, su paciencia se agotó.

—Ian, ven. Es hora de irnos —dijo su padre con voz firme pero calmada.

El niño no reaccionó. Ni un parpadeo, ni un gesto. Se quedó allí, como si su padre no existiera.

—No voy a repetirlo, Ian —insistió Owen, acercándose.

Nada. Ni un movimiento. Ni siquiera levantó la cabeza.

Owen sabía que Laine merecía un descanso y tal vez por tener ese pensamiento había causado que el mayor de sus hijos ese día se comportará de tal manera. Owen siempre intentaba que sus hijos tuviesen lo mejor, y claramente sabía que Laine era lo mejor que ellos, incluyéndose tenían pero también sabía que Laine cargaba con muchas cosas y el darle a cargar un peso tan grande siempre la abrumaba.

Owen resopló con frustración y sacó su teléfono. Solo había una persona que podría sacarlo de allí sin que aquello terminara en una guerra. Después de unos segundos de tono, ella contestó con voz agotada. Owen se maldijo a sí mismo.

—Dime que no me necesitas para algo estúpido, Señor —murmuró Laine, exhausta.

—Es Ian. No quiere moverse. Necesito que vengas por él.

Hubo un silencio del otro lado. Luego, un resoplido de resignación.

—Dame veinte minutos.

Laine, que se encontraba junto a Claudia en casa, pensó en qué excusa podría poner para renunciar a su empleo, pero viendo que aquello no era rentable, dejó el celular de lado, quitándose la mascarilla y los pines que cubrían sus ojos. Se puso de pie, dejando en el sofá a su amiga que sabía perfectamente lo que podría estar sucediendo.

Después de cambiarse de ropa y atarse el cabello para verse más presentable, se despidió de su amiga, que sin inmutarse solo sacudió la mano para despedirse de ella.

Cuando Laine llegó, estaba claramente agotada. No era solo cansancio físico; era un agotamiento emocional, como si cada uno de los niños McSell drenara su energía con cada travesura. Empezaba a apreciar que la pequeña Jemina no pudiera hacer de las suyas por su corta edad.

Al entrar a la casa, Agatha la recibió con un abrazo, el cual Laine recibió gustosa. Aquella mujer era un sol, y para ella era como una madre.

—Me alegro tanto de verte —dijo la pelinegra a Laine—. Asegúrate de hacer que mi hijo te suba el sueldo.

Esto último se lo susurró, haciendo que Laine soltara una pequeña risa antes de ir a donde suponía se encontraban Owen e Ian. Sin embargo, al ver a Ian, no pudo evitar sentir una punzada de preocupación. El fastidio que antes sentía desapareció, y quiso ir rápidamente con aquel pequeño.

—Vamos, pequeño demonio, levántate —dijo Laine con su tono habitual, tratando de sonar ligera.

Ian no se movió. Laine frunció el ceño y se acercó más. Se inclinó, intentando encontrar su mirada, pero él se negó a mirarla. Sus puños estaban apretados y su rostro se mantenía endurecido.

—Ian, en serio, no estoy de humor para esto. Nos vamos.

El niño siguió sin reaccionar. Laine tomó su muñeca con cuidado, tal vez si ella ponía de su parte él cedería, así que la jaló suavemente. Pero en un arrebato, él se sacudió con brusquedad y la empujó.

—¡NO QUIERO IR CONTIGO!

Laine perdió el equilibrio y se llevó la mano al brazo. Sintiendo un ardor repentino, bajó la vista y notó un corte superficial en su piel, producto del golpe contra una mesa. Nada grave, pero suficiente para que Owen interviniera de inmediato.




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