Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Doce - ¡Que empiece el juego!

¡Que empiece el juego!

Tal vez ser partícipe de tal absurda treta no hacía de Laine una persona muy correcta, pero se dedicaba a verlo desde la mejor perspectiva: una que se centrara únicamente en que ella quedara bien. Tal vez, solo tal vez, ella allí era solo un sujeto más, que no tendría responsabilidad ni culpa alguna. Después de todo, ella no había apostado nada, no incitó a nada y simplemente obedeció a su jefe; ella solo estaba allí por obligación, pero, sí, había un pero, siempre lo hay, y este era claramente muy obvio. La rubia no solo se quedó callada; ella realmente estaba interesada en saber qué pasaría en aquella cena, aunque negándose a sí misma que le interesara lo mismo que a sus amigas.

Beth sonreía tanto que su sonrisa para Laine empezó a tener un sonido, lo que hizo que su ansiedad creciera aún más. Las dos mujeres se miraron mutuamente con expresiones opuestas, y Xane, que no parecía interesado del todo, solo suspiró, ofreciéndoles su brazo a ambas para entrar al restaurante donde se llevaría a cabo la cena.

—Si llego a salir embarrada en esto, espera de mi parte una renuncia definitiva a nuestra amistad —le susurró la rubia a la pelinegra más alta, quien, sin dejar de sonreír y mirar hacia adelante, le respondió:

—Si llego a hacer que tus problemitas desaparezcan, quiero el crédito total y el poder de pedirte un favorcito sin que te puedas negar.

El rostro de Laine mostraba algo de incertidumbre y, girando su mirada hacia Xane, lo vio completamente fuera de la conversación, por lo que solo fijó su vista hacia adelante, viendo la mesa hacia donde los camareros las llevaban, ya a Owen junto a aquella que causaba toda esa discordia. Brennth lucía como lo que era: una mujer elegante, calmada y de clase. La cobriza hablaba amenamente con Owen, quien no parecía incómodo ni aburrido con su charla, lo que hizo tensar a Laine, que mientras más se acercaban, más temía por el resultado de aquella noche.

Los tres faltantes en la mesa llegaron, haciendo que la pareja que se acompañaba se pusiera de pie para recibirlos, lo que hizo que la mirada de Owen no se despegara de la de Laine en el momento en que se cruzaron: parecía hipnotizado. Ella, sin embargo, alejó la mirada y la posó ahora en Brennth, quien parecía sorprendida por el hecho de que ella estuviera allí esa noche.

—Señorita Wilson, es un placer verla —se dirigió a ella con un tono amigable, lo que hizo que Laine se replanteara cómo se sentía respecto a ella, devolviéndole el saludo con una sonrisa:

—Puedo decir lo mismo.

—¡Será una velada sumamente encantadora! —rompió el corto silencio Elizabeth, quien había saludado a su hermano con una simple sonrisa pícara al verlo mirar a Laine—¿Nos sentamos?

Xane, que era el más desinteresado en todo aquello, solo saludó a su hermano con un movimiento de cabeza sin mucho interés por la señorita en la mesa, y al llegar el momento de tomar asiento, solo por cortesía planeaba ayudar con las sillas de las dos mujeres que lo acompañaban, pero su hermano, que parecía algo impaciente, fue quien deslizó el que sería el asiento de Laine. Este movimiento incluso ella lo encontró extraño, pero el pelinegro lo ignoró, tomando asiento y dándole un sentimiento de orgullo a su hermana, que sabía que esa noche ella ganaría cuarenta dólares fácilmente.

Las cinco personas en aquella mesa no parecían tener un tema que tratar entre ellos, y la conversación que tenían antes Owen y Brennth parecía haberse enfriado, por lo que ambos ahora se encontraban en un silencio algo incómodo, lo que notó Elizabeth al verlos esperar a que fueran ellos quienes iniciaran la charla. Lo que no logró, ya que su hermano solo la ignoró, tomando un sorbo del vino que les habían servido.

Laine, que parecía quedarse sin aire en esa atmósfera, golpeó por debajo de la mesa el pie de la responsable de que ella estuviera allí, por lo que Elizabeth soltó un pequeño quejido, aunque logró disimular el dolor, dirigiéndose hacia la rubia a su lado con una sonrisa claramente falsa:

—Pareces tener hambre, corazón —dijo con esa sonrisa fastidiosa que Laine ya conocía.

—No es así, querida, pero tú lo pareces. ¿Has roto tu ayuno ya? —con ese comentario, Owen ocultó su rostro en su mano, lo que ambas notaron, y Xane, que las miró desconcertado, parecía no entender, al igual que Brennth.

—¿Practicas algún ayuno? ¿Es por una religión en específica? —preguntó la cobriza, algo interesada, por lo que Laine sonrió hacia Elizabeth, quien tuvo que hablar con ella después de haberla ignorado. Esto claramente sin que la cobriza lo notase, o tal vez fingía no hacerlo; para Laine, la personalidad de la escritora no estaba muy definida.

—El intermitente, para bajar la panza únicamente —comentó, tomando un sorbo de vino y suspirando, ya que su plan de ignorarla no funcionaría. Después de todo, la mujer parecía ser bastante amable.

Brennth soltó una risa delicada, que incluso Elizabeth admitiría que era hermosa, lo que hizo que Laine se cuestionara sus pensamientos hacia la mujer:

—¿Qué panza, querida? Eres el estándar de belleza de todas. He leído varias revistas donde eres la portada —Elizabeth no parecía disgustada por sus palabras, pero no llegó a responder nada por la interrupción del mesero que llegaba con las entradas que habían pedido para iniciar su cena esa noche.

—Rompe tu ayuno, hermanita. No creo que para ser una gran empresaria se necesite ser la portada de alguna revista —comentó Xane a su hermana melliza, opinión que Owen parecía compartir, haciendo que Elizabeth los fulminara con la mirada.




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