Consuelo
Laine no había dado diez pasos ni había llevado el celular hacia su oreja cuando su brazo volvió a ser sujetado por Owen, quien la detuvo sin brusquedad. Las miradas de ambos se cruzaron por un segundo, aunque al percatarse de inmediato de la situación en la que se encontraban y, claro, de todos los ojos sobre ellos, ambos se tensaron.
—Te llevo —fue lo único que dijo el pelinegro. No era una pregunta ni una petición para ella, así que Laine solo asintió.
—¿Brennth? —preguntó la rubia, aludiendo a la mujer con la que él se suponía debía quedarse.
—Se irá por su cuenta.
Laine comenzó a caminar hacia la salida del restaurante, dejándolo atrás. En ese momento se sentía sumamente avergonzada. Todos habían visto cómo sus sentimientos fueron vulnerados, y parecía haber quedado expuesta. Se sentía desnuda, y aunque no lo quería, empezaba a sentirse increíblemente molesta. Estaba molesta consigo misma, estaba molesta con ese hombre, y aunque no debía, también empezó a molestarla Owen. ¿Qué tenía que ver el pobre hombre en eso? Casi nada. Pero esa mujer, que hace poco cenaba lo más normal posible, ahora se sentía humillada… humillada por su propia sangre.
Owen pidió su auto al valet, quien de inmediato fue a traerlo, quedándose nuevamente solo con su secretaria. Para ignorar todo lo que había sucedido, ella se concentraba en su celular, pero Owen bloqueó su vista con su mano, obligándola a alzar la vista hacia él.
—¿Qué hace? —preguntó con algo de fastidio la rubia.
—Parece más molesta de lo que deberías —respondió él.
La expresión facial de Laine fue un poema completamente legible, uno que, si no fuera por la situación, habría hecho que Owen bromease sobre ella. Pero en ese momento, Laine no podía fingir más.
—¿Cree usted tener derecho a limitar qué tan molesta puedo estar? Y ¿sabe qué? No es molestia, se llama fastidio —comentó, alzando su muñeca para ver la hora—. Son más de las nueve, es decir, no estoy en horario laboral, así que puedo decirle lo insoportable, caprichoso y totalmente desquiciante que ha sido esta noche. ¿¡Por qué está aquí!?
Owen se quedó perplejo frente a ella, sin poder sonreír al verla tan "fastidiada" por él. Pero sabía que, si al menos se le asomaba un esbozo de sonrisa, Laine preferiría irse caminando a casa que quedarse con él.
—¿¡Por qué se queda callado!? ¡Es un total fastidio para mí! Y con todo respeto, su cara ahora mismo solo me dan ganas de estamparla contra el primer camión que encuentre, ¡y ojalá lo mande a reencarnar a otro lado! ¡Diga algo! —exigió la rubia.
Él sabía lo que ella sentía y sabía que estaba haciendo todo lo posible por no quebrarse allí mismo y soltarse en llanto. Sabía que esa mujer, de apenas un metro y medio, estaba haciendo lo que podía con sus propios sentimientos y que estaba allí molesta con él porque eso era lo único que podía hacer con sus sentimientos en ese momento: estar molesta.
—¿Esperas que diga algo sobre lo insoportable y fastidiante que soy o sobre lo atropellable que es mi cara? Tengo opiniones sobre ambas cosas…
De Laine salió un bufido que hizo sonreír a Owen, aunque ella lo miró como si estuviera a punto de explotar de frustración.
—Hoy, usted es la persona más odiable con la que se podía hablar.
—¿Solo hoy? Eso es un gran mérito para mí.
En el momento en que llegó el auto, Laine abrió la puerta, empujando a su jefe que se disponía a abrirla para ella. Entró al auto apresuradamente, dejándolo allí, apretando los labios para no sonreír.
—Si usted pronuncia una sola palabra en el trayecto, le prometo que saldré de este auto y caminaré a casa —amenazó la rubia al hombre, que hizo una seña con sus manos como si se pusiera un "zipper" en la boca. Luego comenzó a conducir en completo silencio, lo que solo hizo que Laine se sintiera aún más molesta, y eso le dio una razón más para estarlo. Y la pregunta era: ¿por qué lo estaba? ¿Por qué estaba tan fastidiada con esa situación? Solo debía hacer su trabajo y listo, pero… ¡Ese no era su trabajo!
¡Claro! Esa era la razón de su molestia: su jefe seguía pidiéndole que hiciera cosas que claramente no estaban en su contrato. Cosas como encargarse de sus hijos, a quienes adoraba, pero eso no era su trabajo. Y cosas como organizar una estrategia de marketing… ¿¡Por qué debía hacerlo ella!? Él podía contratar a alguien más para eso. Si de discreción se trataba, ella podía buscarlo personalmente. Pero no, él quería que fuera ella quien hiciera ese trabajo, que sería mínimo pesado para alguien que ya estaba casi ahogada en trabajo. Sí, esa era la razón de su muy justificado enojo.
En momentos como esos, deseaba con todas sus fuerzas poder pedirle que se alejara de ella, pero también, en esos momentos, deseaba tanto estar cerca de aquellos tres chiquillos que tanto la fastidiaban. Deseaba ser consolada por ellos en lugar de dejar salir sus sentimientos de esa forma.
El auto se estacionó frente al edificio donde vivía Laine. Sin esperar a que ella saliera sola, el hombre fue más rápido y logró llegar para abrirle la puerta, dándole una mirada triunfadora. Laine le devolvió la mirada fulminándolo.
—Puedo entrar sola, así que váyase.
Owen ignoró sus palabras, caminando detrás de ella hasta llegar al ascensor. Laine entró sin quejarse, después de todo, subir escaleras no era algo que le gustara.