Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Catorce - Tres y Medio

Tres Y Medio

Volvían a estar las tres, bueno, tres y medio.

En el baño de la casa de Owen McSell, rodeando la lavadora mientras esta secaba algunas prendas, se encontraban Claudia, Laine y Elizabeth, junto a la pequeña Jemina, que dormía en brazos de su tía. Las tres adultas allí solo veían fijamente un punto en el horizonte, mientras, después de haber asimilado todo lo que había sucedido recientemente, intentaban evitar que tanto Elizabeth como Laine tuvieran un colapso. Aunque Claudia, que estaba intentando contenerse, no pudo evitar hablar para satisfacer su ansia de saber el contexto completo de lo sucedido:

—Bien, bien, pero, ¿qué se supone que significa todo esto? —preguntó la mujer, haciendo que ambas mujeres la miraran al mismo tiempo.

—No lo sé.

Respondieron al unísono, volviendo a su posición anterior con Jemina, quien decidió abandonar a su tía para pedir ser cargada por Laine, que la recibió en sus brazos.

Un suspiro salió de Laine, lo que hizo que sus amigas la miraran. La rubia sacudió su muñeca, miró la hora y se puso de pie, volviendo a suspirar. Con Jemina en el porta bebés, se giró hacia Claudia y Elizabeth.

—Bien, no puedo dejar que todo esto llene mi cerebro de mierd... de cosas malas —se corrigió al sentir a Jemina—. Así que seguiré órdenes, haré como si nada de esto fuera un completo desastre y tú —señaló a Elizabeth— y tú no pueden volver a mencionarme este muy surreal escenario. Iré por los niños y todo estará como si nada, ¿bien?

—¡No! —exclamó Claudia—. Tú aún me debes cuarenta dólares, y todavía no me cuentas cómo terminaron las cosas anoche.

—Olvídate de esos cuarenta. Necesitamos que nos digas qué pasó, de esta no te salvas, corazoncito de andullo —asintieron ambas mujeres ante sus propias palabras.

—En primer lugar, tú también me debes cuarenta, así que debes pagar. Y en segundo lugar, eso ya no tiene relevancia. ¿Podemos empezar a fingir que la noche de ayer nunca existió? Solo les pido eso.

Laine no quería seguir recordando todo aquello; solo pensarlo la llenaba de un profundo sentimiento que aún no podía identificar, pero que, además de dejarla ansiosa, la estresaba. Y en esos momentos, lo que menos necesitaba era estresarse.

—No pueden volver a mencionarme nada de eso hasta que yo lo haga primero, ¿bien?

Las dos mujeres que aún se encontraban en el piso se vieron entre sí y asintieron, pero Elizabeth, al sentir el celular de Laine vibrar, lo tomó, sonriendo irónicamente.

—Todo muy bien, pero es real, así que afróntalo, bebé —dijo, ya estando de pie, y entregándole el celular a Laine, quien vio el identificador del número, lo que solo la hizo querer maldecir nuevamente a su jefe.

Claudia, estando también de pie, vio a Laine mirar su celular sonar sin contestar. Sabía que su amiga no se dignaría a contestar, así que lo hizo por ella.

—¿Hola? ¿Señorita Wilson? —la voz de Brennth se escuchó del otro lado del celular, lo que hizo que Laine mirara a la castaña frente a ella como si le hubiera clavado un puñal en la espalda.

—Buenas tardes, señorita Morris —saludó lo más profesional que pudo.

Elizabeth la veía desde el umbral de la puerta y Claudia se había pegado a su oído mientras Laine hablaba, lo que le tomó casi cinco minutos. Minutos que para ella parecieron eternos. Pero al colgar, en lugar de responder las miles de preguntas que sus amigas le hacían con la mirada, solo besó la mejilla de la pequeña bebé en sus brazos, quien rió por la caricia, haciendo que Laine le devolviera esa dulce sonrisa.

—Sal de esa burbuja de romanticismo, rápido. ¿Qué dijo? —insistió Elizabeth, haciendo que su amiga, secretaria de su hermano, rodara los ojos.

—Debo reunirme con ella hoy… Para los preparativos del lanzamiento y confirmar lo que se dirá sobre la “relación”. —Reino el silencio entre las tres—. Necesitaré que busques a Ian y Noah por mí.

Laine tomó su ropa y detuvo la máquina sobre la que antes las tres estaban recostadas.

—¿Por qué no se lo pides a Owen? Así hablan de lo que recibiste esta mañana —preguntó Elizabeth con un ligero tono de molestia—. Dijiste que no querías que se volviera a mencionar esto, Laine, pero eso es imposible. Es algo muy importante como para que te distraigas con la “señorita” Morris. ¿Esperas que yo...?

—¡Bien! No tienes que hacerlo si no quieres, yo iré por los niños y punto.

Claudia, en medio de ambas, apretó los labios con nerviosismo.

—¿Pueden calmarse? —intervino la castaña al ver que Laine estaba a punto de irse.

—Estoy todo lo calmada que puedo —declaró Elizabeth, girándose para irse.

—Quiero que el tema muera aquí, Beth —pidió Laine antes de que la pelinegra saliera de su vista, sabiendo que la había escuchado.

Claudia la vio suspirar y forcejear con su cartera, intentando que esta se cerrara antes de irse. Entonces tomó la bolsa con sus manos y palmeó la espalda de Laine, quien apretó sus manos contra su cabeza, despeinándose y gruñendo levemente.

—¿Eso es frustración o enojo? Porque sé perfectamente cómo se siente Beth, ¿no es así? Y ella se siente así porque sabe cómo te sientes, cómo siempre te has sentido, y ahora… ¿qué se supone que haga, cariño? ¿Qué hacemos? ¿Dejar que te hundas?




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