Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Diecisiete - Despojo

Despojo

Tanto Laine como los dos Mini-Mcsell mayores estaban sumamente exaltados por el encuentro anterior con el padre de la rubia. Ella no sabría describir cómo se sentía, pero algo estaba claro: ese sentimiento no era para nada bueno. Los cuatro entraron en el elevador de la torre, con Noah girando constantemente para asegurarse de que el hombre no había podido entrar. A pesar de que Laine se alegraba de que ambos la defendieran, que se expusieran de tal forma por su culpa no la hacía feliz. Más bien, la preocupaba.

Ambos niños seguían tomados de la mano de la secretaria de su padre, quien, al ver que ambos se abrazaron a sus brazos, suspiró aliviada al saber que ninguno había salido muy perjudicado con lo ocurrido. Jemina, que se encontraba en el portabebé que ella tenía agarrado a su cuerpo, dormía, por lo que no tuvo presencia en todo aquello.

Al salir del ascensor que los llevó hasta su hogar, los niños no soltaron a Laine; más bien, se aseguraron de que ella llegara hasta los aposentos de la bebé, como si la estuvieran escoltando, lo que hizo que la rubia apretara los labios para no soltar una sonrisa algo dulce.

—Estoy bien —dijo al fin—. Ustedes pueden ir a tomar un baño y luego prepararemos algo delicioso.

Ambos niños se miraron entre sí y luego negaron.

—¡No! —exclamó Noah, negando repetidamente.

Laine dejó a Jemina en el cunero y se agachó frente a ellos. La rubia tenía en su rostro una sonrisa dulce y acarició la mejilla de ambos niños. A pesar de ser tan jóvenes, eran increíblemente tercos, y eso ella sabía perfectamente de quién lo habían heredado.

—Estoy bien —volvió a repetir—. Ustedes me mantuvieron a salvo, así que como recompensa me quedaré aquí con ustedes todo el día. Pero si no quieren, está bien, puedo irme.

El rostro de ambos cambió en un segundo al escucharla.

—¡No! ¡Sí queremos que te quedes! —admitió Ian, lo que hizo que Laine los abrazara, ya que el antiguo enojo del mayor parecía haber desaparecido—. ¿Tú realmente quieres quedarte? ¿No te quitamos nada?

Ella se alejó para verlos a los ojos y negó. Ian, al fin, la estaba escuchando, y aquel malentendido podría solucionarse por fin.

—Quiero quedarme. Lo que escuchaste no era así tal cual —explicó, y tomando aire, admitió lo que tanto había negado—. Quiero estar cerca de ustedes tanto como ustedes de mí.

—¡Bien! ¡Nosotros te protegeremos! —propuso Ian, abrazándola nuevamente.

—¡Papá también nos ayudará y tú y Mina estarán súper protegidas! —agregó Noah, abrazándola también, sellando el trato.

Ambos niños, después de aquella charla, pudieron dejarla sola para tomar un baño, lo que le permitió a Laine pensar en qué haría con toda aquella situación. Ella había admitido sus sentimientos por los pequeños, pero no podía admitir aquello a su jefe, al menos no ahora. Por lo que contarle todo lo que había pasado hacía pocos minutos sería complicado.

Laine y Owen llevaban demasiado tiempo conociéndose; ella había conocido al hombre gracias a su propio hermano, y desde ese momento hasta ahora habían pasado, por lo menos, doce años, años en los que su relación había cambiado significativamente, y eso aún le daba miedo. Owen era el hombre con el que cualquier mujer soñaría, incluyéndola. Por lo que no podía encontrarle un defecto tan grande como para desilusionarse. No es que no lo tuviera; era terco, caprichoso y muchas veces insoportable. Pero para ella esos defectos pasaban a ser minúsculos cuando lo veía tal como era.

El hecho de que ella se tomara el tiempo para pensar en aquello la hacía sentir peor. Claramente, en esos momentos lo que menos debería estar haciendo es pensar en su jefe. Después de todo, para ella Owen no era más que una manzana prohibida, prohibición que le había impuesto ella misma desde el día uno de conocerlo. Ella sabía que debía alejarse de ese hombre, pero mientras más lejos de él estaba, más cerca quería estar. Y su temor más grande era pensar que, al verlo a los ojos, él podría estar sintiendo lo mismo después de tanto tiempo.

Después de terminar la comida, los dos pequeños mayores terminaron su tarea, y el sueño hizo que el trabajo de Laine fuera más fácil. Para media tarde, los tres dormían plácidamente, dejándole una brecha temporal para que terminara su trabajo.

Laine se encontraba en el baño de la habitación principal de aquel departamento mientras hablaba por teléfono con Claudia, por lo que no escuchó el ruido del ascensor cuando su jefe llegó.

—¿Lo compraste? —preguntó a su amiga mientras se colocaba una mascarilla en el rostro.

—Así es, es hermoso. Te lo prestaré una vez lo lea. He escuchado reseñas increíbles —hablaba Claudia del otro lado de la línea.

—Bien, pensaba en comprarlo, pero ya que tú lo hiciste, lo leeré, y si me gusta, lo compraré para mí. También he escuchado que su secuela es muy buena —comentó la rubia, colocándose sus lentes y agarrando su cabello en una cola. Era una vista bastante inusual.

—Por cierto, ¿cómo supo él dónde estarías? Es súper raro que ya te lo hayas encontrado dos veces —Claudia cambió el tema, haciendo que la emoción de Laine desapareciera—. No lo ves por más de diez años y en dos días lo ves dos veces. Es raro, muy raro.

Laine salió de la habitación dispuesta a ir por algo de comer a la cocina, mientras sostenía el celular en altavoz.




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