Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Diecinueve - Pertenencia

Pertenencia

Sus labios seguían unidos, era una danza lenta, sincronizada, armónica, una que ninguno de los dos quiso romper, aunque la falta de aire los separó sin que lo desearan. Owen aún sostenía el rostro de Laine, sus ojos se veían mutuamente y, mientras ambos se encontraban allí, con la respiración agitada, sintiéndose más que nunca, nada parecía importar más.

—Usted es... —La voz agitada de Laine intentaba formar una oración.

—¿Insoportable? —finalizó el pelinegro con una sonrisa, lo que hizo que ella dejara nuevamente un beso sobre sus labios. Esta vez fue rápido, casto, un beso para sellar todo aquello.

Owen bajó su mano a la cintura de la rubia, alzándola y sentándola sobre el lavamanos, para volver a besarla. Sin embargo, un sonido proveniente de la parte baja del departamento los detuvo.

—Qué oportuno —susurró el pelinegro contra los labios de su secretaria. A pesar de haber interrumpido el beso, no se alejaron el uno del otro, solo se quedaron viéndose fijamente hasta que el sonido de lo que parecía un celular se volvió insoportable y prefirieron callarlo antes de que despertara a algún infante.

—Yo iré —dijo Laine una vez recuperó la compostura. Owen la ayudó a bajar del lavamanos, no sin antes volver a besarla—. ¿Es así de confiado siempre?

La pequeña broma de Laine hizo que Owen la volviera a besar para afirmar eso:

—Siempre que merezca la pena lo seré.

Laine salió del baño con una sonrisa, contraria a cómo había entrado, bajó las escaleras rápidamente y, para cuando su celular volvió a timbrar, ya tenía tres llamadas perdidas, todas de un número desconocido. La mujer vio el número en el identificador y alzó la mirada para ver al pelinegro que bajaba las escaleras algo dudoso. Aunque no lo pensó mucho, contestó, ya teniendo a Owen nuevamente cerca de ella.

—Buenas noches, ¿con quién hablo? —Silencio. La persona detrás de la línea no contestó, por lo que planeaba colgar. No obstante, antes de que pudiera hacerlo, se escuchó una voz.

—¿Cariño? —Aquella voz detrás de la línea heló el cuerpo de Laine, que perdió toda alegría en ese instante—. ¿Laine, cariño, estás ahí?

Owen, al verla palidecer, se preocupó y preguntó con la mirada si algo iba bien. La mujer frente a él parecía haber perdido toda capacidad de hablar, por lo que pensó en colgar el teléfono, cosa que no hizo ya que ella al fin habló:

—¿Mamá? —preguntó, bastante conmocionada.

—¡Cariño! Por un momento pensé que no eras tú. Me hace tan feliz escucharte —la voz de su madre sonaba igual de dulce que la última vez, era como si el tiempo no hubiese pasado, como si cada recuerdo fuera falso por un segundo.

Owen, al escuchar su voz, sostuvo sus manos. Laine se había sentado sobre el sillón y su cabeza terminó sobre el hombro del hombre, que intentaba con todas sus fuerzas contener las ganas de colgar ese celular. Tanto él como ella sabían que esa llamada no sería para nada buena.

—¿Qué... qué quieres? —preguntó al fin. Escuchar a su madre no era muy grato, por muy mala hija que la hiciera parecer esto.

Un silencio se escuchó del otro lado de la línea.

—Quiero verte, cariño. Estos años he entendido muchas cosas, y tú... eres mi hija, deseo poder enmendar... —Las palabras de su madre solo la hacían enojar. ¿Quería verla? ¿Después de más de diez años? Eso parecía más bien una burla hacia ella.

—¿Quieres verme? Primero mi padre me busca, y ahora tú. ¿Qué pasará después? ¿Mi hermano me pedirá perdón? ¿Quieren volver a ser una familia? ¿Desean redimirse? ¿Enmendar sus errores? Eso es imposible, y creo que será mejor que no vuelvan a intentar entrar a mi vida.

Laine intentó sonar lo más dura que pudo. Había dicho no lo que pensaba, sino lo que sentía, y eso para ella había sido más difícil. El hombre a su lado no pronunciaba palabra por más que quisiera, y mientras ella sostuviera aquel celular en su oído, así sería.

—Laine Wilson, soy tu madre, y esta es tu familia, querida... debes volver, cumple con tu deber y... —No quiso escuchar más, Laine colgó el celular y se aseguró de bloquear ese número.

La sala quedó en silencio algunos minutos. La mandíbula de Owen cada vez estaba más tensa, así que Laine se giró hacia él, llevando su mano hacia su mejilla, lo que hizo que el hombre saliera de esos pensamientos que cada vez lo hacían apretar más los dientes. Pensamientos en los que claramente ella predominaba.

—Ellos parecen querer algo de mí... —dijo desviando la mirada—. ¿Qué podrían querer? Todo lo que ellos querían yo no se los pude dar... dijeron... él dijo que estaba incompleta, por eso yo...

Para Owen, escucharla hablar así era peor que recibir un puñetazo. Siempre había preferido a la Laine que explotaba cuando se sentía muy presionada, a la que no se guardaba sentimientos que la dañaban, a la que inventaba insultos para él. Esa que parecía fuerte, pero que él sabía que solo se estaba protegiendo. Pero esa Laine, era esta misma, era la misma que hacía tantos años habían lastimado. Ella había sido esa joven frágil que su propia sangre lastimó.

Owen la acercó a él, rodeándola con sus brazos. Quería que ella sintiera todo lo que él no podía decirle con palabras, todo lo que sentía, lo que ella le hacía sentir.

—Nunca estás y nunca estarás incompleta... Eres perfecta, y no los necesitas. Eres parte de esta familia, eres mi familia —El pelinegro unió sus frentes para que ella lo viera a los ojos, ojos que demostraban lo seguro que estaba de lo que decía, ojos que la veían y la hacían sentir vista.

—¿Somos una familia? —preguntó con una pequeña sonrisa.

—¿Lo dudas? —Laine negó, aunque aún seguía dudando. No podía hacerse a la idea. Después de todo, llevaba años evitando sentir lo que se apoderaba de su corazón en esos momentos, y su duda no desaparecía—. ¿Aunque yo siga dudando?

Owen se alejó un poco de ella sin dejar de verla y le dedicó una sonrisa de lado.




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