Solución
Aquella noche había sido todo menos pacífica. Laine no había logrado dormir, y Owen, a su lado todo el tiempo, tampoco. No habían aclarado el asunto y, a pesar de los esfuerzos de Elizabeth, Laine seguía teniendo razón: ellos no podían detener aquella noticia. Después de todo, no era falsa. Tanto Laine como su padre decían la verdad: ella era una pertenencia de los Wilson. Era algo que todos los que llevaban ese apellido tenían en común: no eran más que piezas movidas para que ellos pudieran ser quienes eran ahora.
La familia Wilson, al igual que los McSell, tenía generaciones de historia a sus espaldas, pero, a pesar de compartir ese legado, no podían ser más diferentes. Los Wilson no eran una familia, sino un grupo de prisioneros de reglas impuestas por sus ancestros, cadenas que dictaban cómo debían vivir, nacer y ser. Aquella familia era un contrato que los aprisionaba y los obligaba a ser lo que otros querían que fueran. Así había sido siempre.
Laine no solo había nacido en la familia equivocada, sino también en el momento equivocado. Para sus padres, su existencia fue un error desde el principio. Una familia de "valores tradicionales" necesitaba, sí o sí, un primogénito varón. Pero ella no lo era. Había nacido niña, dejando a sus padres más que decepcionados.
Logan Wilson había sido el patriarca de la familia incluso antes de convertirse en padre. Su padre y su abuelo lo habían elegido como sucesor por ser el epítome de su linaje. Así que, cuando tuvo una hija, aquello no solo fue una decepción, sino también un fracaso personal. Para él, era una vergüenza. Para su madre, Grace, era una prueba de su "incapacidad" como esposa. Laine nunca fue deseada, nunca fue bienvenida.
Sin embargo, cuando nació su hermano, todo cambió. Todo tomó su lugar. Su "error" como hija fue, en parte, olvidado. Al menos hasta que encontraron un propósito para ella. Pero, lamentablemente, ni siquiera eso pudo cumplir.
Las mujeres en familias como los Wilson solo servían para una cosa: procrear. Al cumplir veinte años, debía ser elegida como la prometida de algún heredero que compartiera los mismos valores familiares. Para asegurarse de su "utilidad", su propia familia la sometió a un examen obligatorio que confirmara su fertilidad.
El día que recibió los resultados fue la última vez que vio a sus padres. El último recuerdo que tenía de su madre era verla llorar, molesta con ella por haberla dejado en vergüenza ante la familia. Recordaba a su hermano entregándole los resultados a su padre, y la mirada de este, cargada de traición. Fue una tarde caótica. Una tarde que la marcó. Una tarde en la que quedó sola.
Laine era infértil. Había nacido con un propósito que no podía cumplir. No podía dar a luz a los hijos de una familia poderosa. Para los Wilson, era inútil.
El sol comenzaba a salir, y ella aún no había cerrado los ojos. Estaba recostada contra el espaldar de la cama donde se suponía que debía dormir aquella noche. Su respiración tembló, y un sollozo escapó de sus labios. Owen, que seguía despierto a su lado, dejó su computadora de lado y la abrazó con fuerza.
—Todo estará bien, lo arreglaré. Te lo prometo —susurró contra su cabello, intentando calmarla.
—Nada estará bien… Estoy anclada a ellos —murmuró, enterrando su rostro en su pecho.
—Podemos arreglarlo, tranquila… tranquila —susurró él, acurrucándola contra su cuerpo.
Laine sollozó con más fuerza.
—Solo quiero estar aquí… quiero estar con los niños. ¡Al fin pude admitir que me quedaría! —soltó entre lágrimas—. ¡Solo quiero dejar de ser una Wilson! ¿¡Qué hice para merecer todo esto!? ¿Qué pecado tan grande cometí?
Owen apretó los dientes. Deseaba, con cada fibra de su ser, hacer desaparecer a toda la familia Wilson. Quería evitar lo inevitable. Pero… ¿y si no podía hacerlo? ¿Y si no lograba impedir que se la llevaran?
Verla así, rota y vulnerable, le desgarraba el alma. Laine tenía miedo. Un miedo real, paralizante. Y él no podía permitirlo. Haría lo que fuera necesario. Le daría la paz que merecía. La felicidad que tanto anhelaba.
—Tranquila… lo resolveré —susurró, viendo cómo se quedaba dormida en sus brazos.
Cuando Laine finalmente descansó, Owen salió de la habitación con cuidado. No podía permitirse seguir esperando. Tenía que hacer algo.
El sol ya se alzaba en el cielo. Preparó a sus hijos para la escuela, y después de que su hermano menor llevara a Ian y Noah, se quedó en casa con Jemina. Se encontraba en la cocina cuando el sonido del ascensor llamó su atención. No se sorprendió. Sabía quiénes eran.
—Aquí abajo —avisó a sus hermanos.
Elizabeth fue la primera en aparecer, corriendo directamente hacia Jemina, quien le abrió los brazos para que la cargara.
—Buenos días —saludó Atlas al entrar, abrazando a Owen antes de que su sobrina corriera a sus brazos.
—Increíble… cuando aparece un hombre guapo, las niñas vuelan —se quejó Elizabeth, fingiendo indignación.
—Debes saber que los guapos siempre ganan, muñeca —declaró Atlas con una sonrisa triunfadora.
—Ya quisieras —bufó ella, robándole una manzana de la encimera.
Owen suspiró, quitándose el delantal.
—Supongo que Elizabeth ya te puso al tanto —dijo a Atlas, quien asintió—. Bien, creo que saben todo lo que está pasando, pero… no tengo una solución.
Elizabeth frunció el ceño, incrédula.
—Como sea, hermanito, sáltate el intro. Sabemos qué pasa y qué debemos hacer: evitarlo. Pero no sabemos cómo.
Owen sonrió. Sabía que Elizabeth estaba dispuesta a ayudar, pero también entendía que su motivación principal era Laine. Ella siempre había estado ahí para su mejor amiga.
Atlas, quien mecía a Jemina en sus brazos, intervino:
—Laine no puede alejarse del control de los Wilson —admitió.
Elizabeth se tensó.
—¿No puede? ¿Cómo que no? Es una adulta, no pueden obligarla a nada.
—Según tengo entendido, los Wilson se pertenecen entre ellos… ¿Eso lo hacen con un contrato? ¿Hay una ley de por medio? —preguntó Atlas.