Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Veintiuno - ¿Casarnos?

¿Casarnos?

Tanto Atlas como Elizabeth miraron a Owen con la misma expresión de incredulidad en sus rostros. Ninguno de los dos podía creer realmente lo que estaban escuchando de su hermano; debía ser una locura total.

—¿Nuestra madre no tomó vitamina B12 cuando estuvo embarazada de ti? —preguntó Elizabeth, con tono exasperado—. ¿No le has planteado tu dichoso plan a Laine? ¡Dios mío!

—No creo que eso sea un "plan" —comentó Atlas, cruzándose de brazos—. Owen, ¿realmente quieres casarte con ella?

La pregunta hizo que la cocina quedara en completo silencio, dejando solo los pequeños sonidos que hacía Jemina al jugar en brazos de su tío.

—¿Casarse con quién? —La voz de Laine hizo que todos en la cocina giraran hacia ella. Por un momento, se sintió como Ian y Noah en situaciones similares, pero al escuchar sus propias palabras, quedó aún más desconcertada. Aquella conversación sin contexto era un desastre—. ¿Con quién se casará?

La segunda vez que preguntó, tanto Atlas como Elizabeth dirigieron sus miradas a Owen, quien solo tenía ojos para Laine. La rubia, aún somnolienta, vestida con una de las pijamas de su jefe y con el cabello ligeramente alborotado, le parecía increíblemente hermosa. Para él, ella encajaba perfectamente en su casa, en su vida. Podía imaginarla viviendo allí con él, pasando el resto de sus días juntos. Y lo deseaba con cada fibra de su ser.

—Contigo —respondió al fin, sin apartar su mirada de ella.

Elizabeth y Atlas pasaron a un segundo plano cuando Owen comenzó a caminar hacia la rubia. En ese momento, solo existían ellos dos.

—Cásate conmigo. Dejarás de ser parte de la familia Wilson, serás una McSell, serás mi familia.

Laine sintió el roce de las manos de Owen en sus mejillas. Apenas podía comprender lo que sucedía, su mente estaba en blanco. No pronunciaba palabra alguna, lo que no hizo dudar a Owen; sabía que le tomaría un momento asimilarlo. Y aunque no tenían demasiado tiempo, él le daría todo el que pudiera. No quería abrumarla aún más.

Apenas unas horas antes, ambos habían dado un paso adelante en su relación, demostrando lo que sentían el uno por el otro. Y ahora, sin previo aviso, él estaba allí, proponiéndole matrimonio de repente. No era fácil de asimilar.

—¿Matri…? ¿¡Matrimonio!? —balbuceó, sorprendida, dando un paso hacia atrás.

Owen asintió lentamente. Sabía que un matrimonio no era algo que se decidiera de un momento a otro en la cocina de su casa, en pijama y con mil problemas encima. Pero no tenían otra opción. Laine estaba a punto de ser arrebatada de su lado, y si tenía que sacrificar una gran propuesta con tal de asegurarse de que ella estuviera con él, lo haría sin dudarlo.

—¿Estás delirando? —preguntó la rubia, aún atónita—. ¿Ustedes también? ¿Qué sucede? ¿Por qué están perdiendo la cordura?

Elizabeth miró a Atlas y señaló la puerta de la cocina, indicándole que debían salir. El pelicastaño no dudó en hacerlo, dejando a la pareja a solas.

—¿Owen? —Laine lo miraba con confusión. No entendía lo que pasaba por su mente. Y aunque él tampoco podía poner en palabras exactas todo lo que sentía, sí sabía algo con certeza: necesitaba que ella estuviera bien para poder estarlo él también.

—Lo hemos pensado... bueno, lo pensé —comenzó a explicar Owen—. Si ya no eres una Wilson, no podrán obligarte a nada. Si nos casamos, serás una McSell, serás mi esposa, y ellos no tendrán control sobre ti.

Esperaba que ella comprendiera de inmediato lo que quería decir, que entendiera lo que él sentía. Pero para Laine, sus palabras no eran más que un sacrificio. Él estaba dispuesto a sacrificarse por ella, y eso la hacía sentirse una carga para el hombre que tanto quería.

—¿Tú… planeas sacrificarte por mí? —preguntó, desviando la mirada.

Owen recibió esas palabras como un balde de agua fría. ¿Realmente ella no entendía lo que él sentía? Aunque, pensándolo bien, para Laine debía ser difícil creer que alguien hiciera algo así sin considerarlo un sacrificio. Pero para Owen, lo que ella llamaba sacrificio era solo un intento desesperado por mantenerla a salvo, a su lado.

—¿Sacrificio? No me estoy sacrificando, Laine… —murmuró, volviendo a tomar su rostro entre sus manos. Besó sus labios con suavidad y, al unir sus frentes, susurró—: Esto es un acto totalmente egoísta. Me aterra el solo pensar que te alejen de mí. Debes saber cuán egoísta puedo llegar a ser.

Los ojos de Laine se llenaron de lágrimas. Su corazón latía con fuerza, su mente se quedó en blanco y, aunque intentó contenerse, fue imposible. Una lágrima se deslizó por su mejilla, seguida de otra. Owen las limpió con paciencia, una y otra vez, hasta que ella terminó por quebrarse.

—No quiero ser una carga —sollozó—. ¡No quiero que pienses que debes hacerlo por mí!... No quiero atarte a m–

Los labios de Owen se estamparon contra los suyos, interrumpiéndola, silenciando sus miedos y deteniendo sus lágrimas.

—Ya estoy atado a ti. Mi corazón está atado al tuyo, siempre lo ha estado —confesó sin alejarse—. Eres la mujer que quiero a mi lado, Laine Wilson. Quiero que seas la madre de mis hijos, quiero despertar contigo cada día, deseo unirme a ti para siempre… Para mí, nunca serás un sacrificio.

Laine contuvo el llanto y, con un pequeño asentimiento, aceptó.

Owen sonrió y la alzó en brazos, girando emocionado por la cocina.

—¡Hey! —exclamó ella, riendo entre la sorpresa y la emoción.

—Hoy serás mi esposa, señorita Wilson. Te convertirás en la señora McSell —anunció él, besándola una vez más antes de bajarla.

Laine lo recibió feliz, pero apenas asimiló sus palabras, se apartó bruscamente.

—¿¡Hoy!? —preguntó, aún más sorprendida.

—Así es. No podemos confiarnos. Mientras más rápido sea, mejor. ¿No estás de acuerdo?

Ella apenas estaba procesando la idea de casarse, y ahora debía entender que lo harían ese mismo día. Estaba de acuerdo, sí, pero no era fácil. Debían hablar con los niños, asegurarse de que lo comprendieran y estuvieran bien con ello.




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