Boda
Todo estaba pasando demasiado rápido. Claudia había preparado todo en muy poco tiempo y, de igual forma, ellos tenían poco margen para estar listos. Así que allí estaban: Elizabeth peinaba a Laine mientras ella se maquillaba. El vestido estaba listo, los niños aún no llegaban y el tiempo se acortaba cada vez más. Los niveles de estrés de Laine estaban por las nubes; claramente, necesitaba unas vacaciones pronto.
Elizabeth terminó con su cabello. Le había recogido la parte delantera, dejando la parte trasera con ondas suaves. Era un peinado sencillo, delicado y elegante. La rubia comenzaba a sentir que realmente estaba a punto de casarse. Su maquillaje no era algo del otro mundo, después de todo, lo estaba haciendo ella misma. Aunque agradeció la mascarilla del día anterior por dejar su piel deslumbrante; había sido de mucha ayuda.
Terminó de estar lista cuando se puso el vestido. Era blanco, delicado, no muy extravagante, y, si se le cambiara el color, podría pasar por un vestido para cualquier otra ocasión. Sin embargo, nada de eso le disgustaba a Laine. Para ella, ese vestido sencillo era perfecto. Era como ella.
—¡Te ves perfecta! —La voz de Elizabeth se quebró al decir esto, por lo que Laine, con una sonrisa, abrazó a su mejor amiga.
—Me vas a hacer llorar —admitió, justo cuando la puerta de la habitación se abrió.
—¡No pueden ponerse sentimentales sin mí! —reclamó Claudia, uniéndose al abrazo—. Si el jefecito se atreve a hacerte llorar, tienes que decírselo.
Elizabeth se alejó y asintió con seguridad.
—Me aseguraré de que no pueda volver a caminar si eso pasa, ¿de acuerdo?
Laine, con los ojos cristalizados por las lágrimas, abanicó sus manos para evitar llorar mientras asentía.
El ruido del ascensor la hizo pasar de casi llorar de felicidad a sentirse nerviosa. En cuanto las puertas se abrieron, las voces de Ian y Noah inundaron la casa. Laine se alejó de sus amigas y se acercó a la puerta, pero en el momento en que debía salir, se congeló. Realmente temía lo que pudieran decir aquellos dos pequeños.
—No seas cobarde, esos niños te aman y sabes que estarán sumamente felices de que seas parte de su familia —dijo Elizabeth, abriendo la puerta por ella.
Laine tomó aire y salió de la habitación.
No tuvo que dar un paso más, porque al salir se encontró de frente con Owen. Ya estaba listo. Vestía un traje negro, su cabello estaba perfectamente peinado hacia atrás y, al verla, parecía haberse quedado pasmado. Sin embargo, la vista de Laine bajó rápidamente hacia los dos niños que se encontraban junto a su padre. Ambos la miraban con asombro.
—¡Pareces una princesa! —exclamaron Ian y Noah al unísono.
Laine sonrió, tomó aire y se agachó ante ellos.
—¿Me veo linda? —preguntó con ternura.
Ambos asintieron con entusiasmo.
Laine alzó la vista hacia Owen, quien la observaba embelesado. Parecía haber visto a la mujer más hermosa que había pisado la Tierra, y los latidos de su corazón le gritaban que esa mujer sería su esposa en poco tiempo.
Laine tragó saliva y volvió su atención a los pequeños. No sabía cómo iniciar aquella charla y, sin poder pedir ayuda a Owen con ellos allí, solo le quedaba afrontar lo que viniera. Realmente quería creer que lo que había dicho Elizabeth era cierto: que esos niños la amaban y estarían felices por ella. Pero, aun con eso en mente, decírselo era un reto.
—¡¿Te casarás con papá!? —preguntó Ian impaciente, dejando a Laine en shock.
—¡¿Por eso pareces princesa?! ¡¿Te convertirás en nuestra mamá?!
La risa ahogada de Owen hizo que Laine lo fulminara con la mirada. No podía creer que ese hombre la hubiera dejado morir de los nervios cuando ya sabía que los niños lo suponían todo. Aunque, si lo pensaba bien, era algo que Owen haría sin dudarlo.
—¿Ustedes estarían bien con eso? —preguntó al fin la rubia.
Ambos niños saltaron sobre ella para abrazarla.
—¡Sí! Queremos que seas nuestra mamá —exclamó Noah sin soltarla, al igual que su hermano.
—¡Así no tendrás que irte nunca! —confirmó Ian con una sonrisa.
—Me hace muy feliz que lo acepten —admitió Laine, abrazándolos con fuerza.
Owen sonrió feliz. Todo estaba encajando. Una vez sus hijos soltaron a Laine, él le ofreció la mano para que se pusiera de pie.
—Es hora de irnos —dijo el hombre, acercándose a su oído y susurrando—: Te ves hermosa, futura señora McSell.
El rostro de Laine se tornó rojo, pero le dedicó una sonrisa.
Salieron del departamento apresurados, con el tiempo encima y los nervios a flor de piel. El celular de Laine no había parado de sonar en la última hora. El número desconocido no era el mismo del día anterior, pero ella sabía que contestar cualquier llamada desconocida significaba atender a su familia.
Después de media hora de camino, la sala del registro civil se llenó con ellos. Atlas y Elizabeth fueron sus testigos, mientras que Xane y Claudia esperaban junto a Ian, Noah y la pequeña Jemina.
La ceremonia no fue larga. No estuvieron más de una hora allí y, al salir, no se sentían muy diferentes de cuando entraron. Lo único distinto era que ahora eran una familia legalmente. Estaban unidos el uno al otro. Para Owen, esto se sentía mejor de lo que había imaginado. Ahora podía gritarle al mundo que Laine Wilson era su esposa. Ahora era la señora McSell, su señora, su esposa, su mujer.