Los Hijos Del Sr.Mcsell

Capítulo Veintitrés - Una McSell

Una McSell

Allí estaban, como niños regañados.

Agatha McSell lucía como una mujer dulce. De hecho, lo era; todo el que la conocía podía afirmar lo amable que era. Sin embargo, como matriarca de la familia, hasta su esposo podía llegar a temerle.

En la mesa, que en pocos minutos ocuparían los invitados a la cena de beneficencia organizada por la matriarca de los McSell, se encontraban sus hijos junto a Laine. Claudia había sido la única que logró escapar de las garras de su madre, poniendo como excusa su participación en la cena de esa noche.

Agatha estaba de pie frente a ellos. A pesar de su edad, se veía sumamente hermosa, vestida de gala, con su cabello negro como la noche cayendo por su hombro. Su expresión molesta resaltaba con fuerza.

—Madre… —Xane fue el primero en intentar hablar, pero su madre lo fulminó con la mirada antes de que pudiera continuar—. No me mire así… Yo solo hice lo que me pidieron. Aquí soy únicamente un testigo de lo sucedido. ¿Puedo salir de la mesa de los acusados?

Sus hermanos lo miraron al unísono, dedicándole una mirada de traición. Elizabeth, que estaba sentada a su lado, le susurró algo al oído:

—Traidor.

La menor fue inmediatamente reprendida por su madre.

—¡Silencio! —ordenó la mujer—. Xane, ven aquí. Tú también, Laine.

Owen, que sostenía la mano de su esposa, se sorprendió al escuchar a su madre llamarla.

—¿Laine? ¿Por qué? —preguntó, ganándose otra mirada de advertencia de Agatha.

Laine besó su mejilla antes de ponerse de pie y caminar hacia su suegra.

A pesar de su enojo, Agatha no podía negar lo feliz que la hacía que su hijo se hubiese casado con Laine. Sabía desde hacía años lo que ambos sentían el uno por el otro, así que, al tener cerca a su nueva nuera, la abrazó, sorprendiendo a todos. No porque no estuviera enojada—y vaya que lo estaba—, sino porque esa molestia se restringía únicamente a sus hijos.

Laine correspondió al abrazo con fuerza.

—Me alegra tanto que, al fin, seas parte de nuestra familia —admitió Agatha con una sonrisa, rompiendo el abrazo—. Puedes ir con los niños. No creo que mi esposo pueda mantenerlos quietos. Mientras tanto, yo hablaré con mis hijos.

Laine asintió con una pequeña sonrisa y lanzó una última mirada a los adultos en la mesa, aquellos a quienes Agatha aún llamaba "sus niños".

—Suerte —susurró antes de alejarse.
Se dirigió al jardín, donde Henry, su suegro, junto a Noah, intentaban calmar el llanto de la pequeña Jemina.

—Parece que necesitan ayuda —comentó al acercarse.
Los ojos de Henry y Noah se iluminaron al verla. El niño corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.

—Mina no deja de llorar —informó Noah, a lo que Laine respondió con una caricia en su cabello—. Ian fue con Clau a buscar algo para que coma.

—Supongo que Agatha te dejó librarte del regaño —dijo Henry, entregándole a la bebé, que, al sentir los brazos de Laine, comenzó a calmarse poco a poco.

—Así es… En serio lamento que se enteraran de esta forma —se disculpó Laine, observando a su pequeño cuñado intentando arrullar a su hermana.

Henry la invitó a sentarse en uno de los bancos frente a la fuente.

—No te preocupes por eso. Sé que todo esto fue idea de mis hijos y… si te soy sincero, sospechaba que tú y Owen eventualmente llevarían su relación más allá —confesó con una sonrisa.

Laine suspiró.

—Todos parecían saber que esto sucedería… todos menos nosotros —admitió con una leve risa.

Laine sentía que todo se había movido hacia donde debía ir, el artículo había salido y a pesar de que sabía que eso haría que muchas personas pusieran la vista en ella el tener esa familiar a su lado no le causaba el sentimiento que había previsto. Laine se sentía protegida, acogía y sentía que por fin estaba donde debía estar.

Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver que incluso Brennth, esa mujer de la que debía admitir estaba tan celosa la había felicitado, tal vez si hubiese estado más abierta a verla y jo tan empeñada a alejar su corazón de Owen ella había visto que Brennth si era tan dulce como parecía.

—¡Abuelo! ¡Laine!

La voz de Ian los hizo dirigir la mirada hacia él. Corría con una fórmula para alimentar a su hermana, pero al llegar se encontró con Jemina profundamente dormida en los brazos de Laine.

—Se quedó dormida —confirmó la rubia con una sonrisa.

—Ya no es Laine —corrigió Noah a su hermano—. Ahora es nuestra mamá.

Henry soltó una pequeña risa al ver a sus nietos junto a su nuera.

—No tienen que aferrarse a esa palabra —dijo Laine, poniéndose de pie—. Puedo seguir siendo solo Laine. Ustedes siempre serán mis niños, de todas formas.

Ian acarició suavemente la mejilla de su hermana.

—Noah tiene razón… ahora eres nuestra mamá. Solo… lo olvidé.

Laine miró a su suegro, quien parecía satisfecho con aquellas palabras.

—¿Volvemos adentro? —preguntó ella.

Henry negó con la cabeza.

—Esperaré aquí a mi esposa. Seguro ya terminó de regañar a esos niños.

Laine asintió y regresó al salón junto a los pequeños. Apenas entraron, escucharon la voz de Agatha elevándose sobre el resto:

—¡¿Cómo es posible que yo tenga que enterarme de las cosas de esta manera, eh?! ¿Creen que es justo? —reprendía a sus hijos.

Xane intentaba calmarla, acercándola hacia él, lo que solo la irritó más.

—¡Basta! No creas que te salvaste —señaló con el dedo—. Tú y Atlas deberían ser los más sensatos aquí. De Elizabeth y Owen… bueno, de ellos sí podía esperarlo.

—¿De mí por qué? —protestó Owen, ofendido.

—¿Qué otra cosa podría esperar de un hombre enamorado? —suspiró Agatha—. Pero no crean que esto se va a quedar así. Ustedes, TODOS —recalcó, sujetando a Xane, quien fingía alejarse lentamente—, van a tener que compensar esto.

—Mamá… —llamó Elizabeth, con la mirada fija en la entrada del salón.

Todos siguieron su línea de visión y se encontraron con los Wilson.




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