Momento Cero
El uniforme del club de tenis al que pertenecía Laine era de un verde bastante fuerte, un color que para ella no era más que horrible. Pero negarse a llevar el uniforme significaba negarse a participar en las actividades del club, y eso significaría que sus padres solo tratarían de buscarle otra cosa a la que dedicarse. Para ella, era peor tener reuniones con sus padres que aguantar un color.
Laine caminaba en fila bajo el sol detrás de sus compañeros mientras se movían hacia la cancha donde jugaría ese día su equipo, juego del que seguro ella no sería partícipe. Después de todo, era la que peor jugaba y, bajo aquel sol, agradecía no serlo.
—¡Mueve, Wilson! —exigió la entrenadora del equipo a Laine, que estaba considerablemente más atrasada que sus compañeros, aunque esto no hizo que la rubia se apurara. Después de todo, empezaba a sentirse caliente, su cuerpo le pesaba y todo comenzó a moverse.
Laine vio cómo su entrenadora se acercaba a ella, y antes de que la rubia se derrumbara contra el piso, la sostuvo del brazo, haciéndola recuperar de golpe la compostura.
—Mantente firme, Wilson, vas a jugar hoy —dijo la entrenadora.
Laine, que con suerte podía mantener los ojos abiertos, maldijo haber elegido un deporte en lugar de un instrumento para practicar. Ella sabía que el piano no la quemaría bajo el sol, ni la guitarra la obligaría a correr de un lado a otro en una cancha.
En el momento en que llegaron al lugar, sentirse bajo la sombra hizo que la piel de Laine pudiera respirar, dejándola con una necesidad abrumadora de tomar agua. Corrió hasta la mesa donde esta se encontraba, siendo detenida de inmediato por una de sus compañeras.
—No puedes beber hasta que juegues —dejó claro la muchacha—. Debiste traer tu propia agua, y eres tan débil.
Los labios secos de Laine se contrajeron por un segundo, pero bruscamente alejó su brazo de aquella chica. Sin más opciones, se sentó en la banca que daba hacia la cancha. Todo le daba vueltas, su cabello sudado se pegaba a su cuello y el ardor de su piel caliente por el sol la molestaba. Ese realmente no era un buen día.
—¡Wilson! ¡Wilson a la cancha! —Laine sabía que llamaban por su nombre, pero, estando sentada allí, con su rostro entre sus piernas y sintiendo que si alzaba la cabeza iba a caer, ignoró la fuerte voz de aquella mujer. Aunque ese pequeño momento de valentía terminó cuando la mujer la sostuvo del brazo, poniéndola de pie contra su voluntad—. Hoy juegas, así que ve a la cancha.
La mujer estampó contra el pecho de la rubia la raqueta que usaría, para luego darle un empujón en dirección a la cancha, lo que dejó a la joven sin más opciones. Debía obedecerla. Así que, manteniéndose lo más firme que podía, se paró frente a su compañera de equipo, dispuesta a enfrentarse a sus contrincantes. Realmente no se tenía fe a sí misma, pero esperaba salir de allí sin ninguna lesión.
El partido había iniciado, y por más que lo intentara, Laine no podía hacer que sus piernas y manos se coordinaran. Era como intentar hacer que un bebé corriera. Todos notaban la poca capacidad motora de aquella chica, y los abucheos no se hicieron esperar. Aunque su entrenadora parecía negada a sacarla del partido. Después de todo, entre tanto ruido, Laine podía escuchar su voz gritándole los movimientos que debía hacer.
Laine sostenía la raqueta con ambas manos como si su vida dependiera de ella, y al ver la bola venir en su dirección, devolverla parecía no ser opción. Aunque lo intentó… ¿Lo logró? Claro que no. Solo logró caerse al piso.
El caliente suelo, donde se encontraba, por un segundo le pareció cómodo, así que se quedó allí, en medio de una cancha llena de abucheos y gritos. Aunque intentó ponerse de pie, no lo logró. Su cuerpo no obedecía a su cabeza, y todo aquello, más el dolor que sentía, solo llenaron sus ojos de lágrimas que no podían salir. Se sentiría aún más humillada si lloraba allí.
Una muy enojada entrenadora la sacó de la cancha casi a rastras, dejándola sentada nuevamente en la banca. Sin desperdiciar su saliva en ella, solo la vio con tanta molestia que Laine deseó desaparecer de aquel lugar. Y lo hizo.
Con las pocas fuerzas que tenía, se puso de pie y, sin siquiera buscar sus pertenencias, salió de allí como pudo. No estaba muy orientada, su cuerpo le pesaba y aún sentía el dolor de haber caído al suelo. Pero el deseo de irse a casa era más fuerte, por lo que corrió hasta el otro recinto donde sabía que se encontraba su hermano en su juego.
Laine no sabía si podía tenerle fe a su hermano, pero al menos deseaba intentar que él entendiera su situación. Estaba a punto de colapsar, y quedarse allí era una bomba de tiempo para ella.
Apoyándose en las paredes, Laine llegó hasta la cancha donde jugaba su hermano. Con la mirada, comenzó a buscar entre los tantos muchachos que se encontraban en el pasillo, fracasando en su búsqueda. Así que se dispuso a entrar, aunque al dar un paso hacia dentro del lugar, sintió un peso frente a ella y, solo esperando que su cuerpo se estampara contra el piso, cerró los ojos.
—¡Cuidado! —Las manos de un hombre alrededor de su cintura la hicieron volver a abrir los ojos—. ¿Estás bien?
Laine no sabía qué decir. Sus ojos se encontraron con los del chico, que la miraba realmente preocupado.
—Yo… Estoy… Estoy… —le era imposible hilar una oración en esa situación.